La dialéctica de los puños y los tablones de madera
El pasado martes la puerta del despacho de Roberto Blanco Valdés, catedrático de Derecho Constitucional en la USC, apareció bloqueada con tablas. Hay fotos, pero para qué difundir pornografía. Como le ocurrió a Baltasar Garzón en febrero, Blanco Valdés es señalado ahora como objetivo de esa campaña de depuración y limpieza democrática que lleva por título “fóra fascistas da USC”.
Hay que reconocerles a los autores del acto reivindicativo que hacen gala de una admirable originalidad. Normalmente la coerción ideológica se materializa en cruces llameantes en el jardín, cabezas de caballo en la cama y, más recientemente, ataques informáticos. ¿Pero tablones pintados? Menudo despliegue de arte povera. Lo único que hay que lamentar es que los autores no tuviesen tiempo de firmar la obra y así obtener el reconocimiento que se merecen. Hay artistas que prefieren permanecer en el anonimato.
Paralelamente al ejercicio de Bricomanía, aparecieron en la Facultad de Derecho unas cuartillas denunciando que al señor Blanco Valdés de vez en cuando le da por decir cosas inapropiadas. A continuación se reproduce un fragmento del pasquín:
“O passatempo do senhorito Luisito Blanco Valdés vém ser dende há un tempo adicar-se a soltar falácias e fascistadas nos meios de comunicaçom, já bem seja a televisom, na que tanto gosta de aparecer, em jornais, nos que ridiculiza sem sentido a movimentos políticos democráticos ou mesmo nas súas aulas da facultade de direito, onde disfruta torturando as suas alumnas com mitins anti-catalanistas ou direitamente espanholistas.
Este senhor danos dores de cabeça co seu ódio aos/ás catalanas e todo o que nom seja español, assim como da sua publicidade a umha constituçom ilegítima e antidemocrática… Mas a todo porco lle chega o seu Sam Martinho, polo que chegou a hora de deixar de aturar silenciosas a este fascista.”
“Mas a todo porco lle chega o seu Sam Martinho, polo que chegou a hora de deixar de aturar silenciosas a este fascista”
A uno le gusta pensar que la celulosa de las cuartillas provenía del mismo árbol cuya madera se utilizó para bloquear la puerta del despacho de Blanco. No sé, llamadme romántico. A pesar de no firmar el manifiesto, los autores del pasquín tuvieron la valentía de denunciar agresiones fascistas de tal calibre como que el profesor haga publicidad de la ilegítima y antidemocrática Constitución de 1978 en clase de Derecho Constitucional. Este intolerable acto se une a otras prácticas totalitarias que sufrimos diariamente los estudiantes de Derecho tales como aprender sobre el elitista y burgués Código Civil en clase de Derecho Civil o que nos hablen del opresivo y autoritario Código Penal en clase de Derecho Penal.
Es una pena que junto a su reivindicación de una educación universitaria no dogmática los activistas no hicieran referencia a una de las vertientes menos ensalzadas de la libertad de expresión: el derecho fundamental a no leer la prensa. Si te parece que la gente que trabaja en La Voz de Galicia o V Televisión solo dice fascistadas, siempre tienes la legítima opción de informarte a través de Compostimes, el Washington Post o la SuperPop. Lo mismo ocurre con la libertad de no ir a clase. Si prefieres no intervenir en clase exponiendo tu opinión de forma razonada y refutando al fascista del catedrático, siempre puedes ejercer tu derecho inalienable a quedarte en cama. Puestos a pasar dolor de cabeza, que sea debido al cubata de Ruta y no a la propaganda españolista de tu profesor de Constitucional.
Hacer una performance clavando maderos y repartiendo cuartillas es mucho más fácil que organizar un coloquio abierto al público en el que explicas a todo el que quiera oírte y discutirte por qué Blanco Valdés es un fascista. La violencia requiere mucho menos tiempo, esfuerzo, agallas y razón. Irónicamente, convencer a un auditorio de que alguien es un fascista requiere muchas más tablas que las que se puedan clavar en una puerta.
Convencer a un auditorio de que alguien es un fascista requiere muchas más tablas que las que se puedan clavar en una puerta
Las ideas vertidas por Blanco Valdés en programas de televisión y artículos de prensa y en sus clases son aquí del todo irrelevantes. Sus opiniones sobre Cataluña, la reforma constitucional, el BNG, Jimmy, Pedro Sánchez o quién debería haber ganado Gran Hermano 15 son solo eso, opiniones. Podremos estar más o menos de acuerdo, igual que podremos escribir cartas al director de La Voz para alabar o criticar su postura. Pero tratar de intimidar a alguien para que no difunda sus ideas, no vaya a ser que nos obligue a enfrentarnos a la terrible posibilidad de estar equivocados, es inaceptable en una democracia. Se comprueba una vez más que aquéllos que se creen titulares del monopolio de la razón acaban por pensar que gozan también del monopolio legítimo de la violencia.
Ser demócrata es un poco como ser del Celta. Ser demócrata es a veces muy jodido. Usar la razón en vez de la prohibición, la crítica en vez de la violencia, doblegar al disidente con el diálogo y no con el miedo, todo eso es muy complicado, sobre todo cuando las opiniones de los demás nos hacen hervir la sangre. Por supuesto que hay argumentos muy convincentes a favor de limitar la libertad de prensa y expresión. De no ser así, ser demócrata no tendría ningún mérito.