¿Sabina o Serrat? Yo, Aute.
¿Quién se acuerda de Aute? Sí, Aute, ese cantautor polifacético de imponente y espigada figura que ha escrito algunas de las mejores canciones que se han hecho en castellano. Si esto fuera Italia o Francia, probablemente todos. Y es que, ¿qué francés no responde al nombre de Georges Brassens, o que italiano al de Fabrizio de André, sin ese silencio breve previo a lo reverencial? Déjenme que les responda: NINGUNO y, de no ser así, prefiero que me entierren lejos.
Aquí la realidad es otra. El genio de Manila probó las embriagadoras mieles del éxito a finales de los setenta y no las dejó hasta bien entrados los noventa, cuando comenzó a diluirse mientras sus otros dos compinches de generación, Sabina y Serrat, se adaptaban a los nuevos tiempos y amasaban cada vez más público y fortuna. No deja de ser curioso, a pesar de que los tres lleven más de una década (en el caso de Serrat bastante más) de capa caída, ver cómo el márquetin inteligente y el saber gestionar como nadie un personaje otorgan una proyección desorbitada que pocas veces corresponde a la realidad que se ofrece. Pero bueno, que se lo digan a nuestros políticos.

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Poner en tela de juicio su contribución a la música española debería ser más grave que negar el holocausto: un anatema ominoso que ni mil eternidades en los infiernos podrían enemendar.
Ahora que se han puesto de moda otra vez los artistas de guitarra y voz es el momento de reivindicar al autor de Al alba. Corren tiempos de vivir al paredón en los que personajes como Marwan o Andrés Suárez pululan a sus anchas: pseudopoetas muy diestros con la guitarra y un tanto siniestros en cuanto a la lírica. No hace falta ser Quevedo para escribir grandes canciones, pero cuando te ofreces a cargar con el sambenito de poeta tienes que atenerte a las consecuencias. Exhibir esa distinción por decisión propia es tentar a la suerte, pues tal privilegio depende tan solo del capricho infantil de los dioses. Para alivio nuestro, este no es el caso de Luis Eduardo Aute que, como los verdaderos artistas, fue elegido sencillamente, sin ruido ni fricción.
Rito, Slowly y Alevosía. Estas son las tres joyas que nos ha dejado el músico afincado en Madrid. Tres álbumes redondos en los que se canta al amor y al desamor, a la muerte y al sexo. Mis ex novias lo acusaban de pedante sobrevalorado. Por ello, dejamos de querernos. Aute es la desazón del amante, la depresión del flemático y la inseguridad del seductor. Filósofo, pintor y cineasta; soporífero hasta el arrobo, incluso desabrido, pero casi siempre genial y apasionado. Poner en tela de juicio su contribución a la música española, y obviarlo como un puñado de escombros, debería ser más grave que negar el holocausto: un anatema ominoso que ni mil eternidades en los infiernos podrían enmendar.

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Aute es la desazón del amante, la depresión del flemático y la inseguridad del seductor.
Ahora zozobra como una vieja gloria, pero en los noventa se coló en el parnaso cuando publicó Slowly. Un disco sencillo y complejo, reivindicativo e íntimo. En él se dejan a un lado las aparatosas producciones de trabajos anteriores, dando paso a juegos de luces y sombras que bañana cada canción, mezclando desengaño y erotismo de forma irresistible. Nada en él desentona. Es de esos discos que escuchas del tirón. Perfecto para hacer el amor o decir adiós — dos caras de la misma moneda —. Háganme caso; ahora que están solos y sus amantes aún tardarán en regresar, escuchen y no piensen, llegará solo. Ya habrá tiempo para discutir; la vida es demasiado corta y la sensibilidad es un tesoro raro. Aprovéchenlo, aún están a tiempo.