Guiris, castizos y otras aventuras de domingo
Llegar a Madrid con la idea de pasar aquí nueve meses no es fácil. No fue por el calor que todavía inauguraba septiembre, sino por todo lo que puede ofrecer esta ciudad inabarcable. No hay tiempo para todo y, mucho menos, prescindiendo del que roban la burocracia y los quehaceres habituales de una mudanza. Por eso, probablemente lo más sencillo sea comenzar por los lugares turísticos más consagrados de la capital. ¿Me convertiré en una perpetua turista o seré capaz de trazar mis propias rutas? Sea como fuere, empezar por los lugares de gran interés turístico parece una buena manera de introducirse en la urbe para empezar a conocerla, y, en definitiva, a vivirla.
¿Me convertiré en una perpetua turista o seré capaz de trazar mis propias rutas?
Hay unanimidad en todas las guías cuando recomiendan visitar el Rastro. Decido animarme, no sé si por la promesa de encontrar gangas o por pensar que es una buena forma de conocer el barrio de La Latina en su momento de apogeo. La primera impresión al salir de la boca de metro no fue muy alentadora. Una corriente desordenada de turistas patrios y extranjeros ojeaban entusiasmados foulares, pósters y perfumes de dudosa reputación. El panorama esperpéntico alcanzaba su clímax cuando algunos castizos tenderos ofrecían figuritas de toros, banderitas de España y complementos de flamenca. Empecé a caminar calle abajo sin mucho entusiasmo.
El panorama esperpéntico alcanzaba su clímax cuando algunos castizos tenderos ofrecían figuritas de toros, banderitas de España y complementos de flamenca
Poco a poco mi impresión de este peculiar mercado fue cambiando. Lejos de los puestos de souvenirs que vi al principio, que bien podrían estar en un aeropuerto, me encontré con otros mucho más peculiares. Algunos de ellos hacían honor al origen popular del mercadillo. Las reses que se trasladaban a un matadero cercano y dejaban tras de sí un rastro de sangre, anécdota que se popularizó para darle nombre hasta nuestros días. En una pequeña plaza había todo tipo de objetos de segunda mano: abrigos de visón, cámaras antiguas, sellos, fotografías del Madrid de otra época… en definitiva, pequeños tesoros.
En un momento presencié una anécdota del todo pintoresca. Un buen hombre, probablemente con poca idea de tecnología, había comprado en un puesto unos auriculares. Reclamaba educadamente al comerciante que el producto no funcionaba. “Unos funcionan y otros no, pero yo tengo que decir que funcionan todos para vender”, contestaba el comerciante lleno de razón. La primera lección es que en un mercado tan especial se pueden obtener extraños resultados. Seguí caminando hasta llegar a calles repletas de muebles antiguos, un paraíso para los amantes de la decoración. Al abrigo de estos puestos se crearon en la zona muchas tiendas de decoración y anticuarios. Un día entero sería poco tiempo para curiosear todos los objetos interesantes que había allí.
Pero el momento en que el Rastro me encandiló estaba por llegar. Callejeando un poco más di con una librería de ocasión. En muchos puestos había libros muy baratos, pero por alguna razón esta pequeña librería que hace esquina llamó mi atención. El pequeño local tenía las paredes forradas de estanterías con libros de índoles diversas. En medio, una gran mesa llena hasta los topes de polvorientas novelas. Al mando, un librero que trataba de usted y conocía de memoria la posición de cada volumen, orden en el aparente desorden. Cruzar el umbral de esa puerta fue como viajar a otro tiempo, quizá un tiempo mejor.
Salió el 9 de agosto de 1958 y su precio era de 15 pesetas. A mí me costó algo más de un euro y la considero una gran inversión
Además de libros pude encontrar mucha prensa antigua. Es curioso leer la actualidad del pasado, la historia contada en tiempo presente. Tenía que llevarme algún ejemplar y, al final, me decidí por el número 2414 de la icónica revista Blanco y Negro. Salió el 9 de agosto de 1958 y su precio era de 15 pesetas. A mí me costó algo más de un euro y la considero una gran inversión. Si el ejemplar en sí parecía la joya, descubrí grandes perlas entre sus páginas: se informaba de que Carmen Polo había clausurado el festival de cine de San Sebastián, se hablaba de la nueva moda de las faldas cortas, incluía un reportaje sobre el general Sanjurjo… Las fotografías, novedosas por aquel entonces, de dos chicas inglesas que habían iniciado un viaje solas en coche, parecían ilustrar una gran revolución. En la portada, dos señoras de la época disfrutan de la playa, con atuendos también de la época. Entre las páginas de economía, información de las dos Alemanias. En definitiva, un viaje al pasado por algo más de un euro. Y eso que yo sólo iba a pasarme por el Rastro.