Nos vemos en otra vida, Perdidos
Han pasado diez años desde que Vincent vio a Jack despertar entre las palmeras de La Isla, y todavía no hay acuerdo sobre si Perdidos merece o no un puesto entre las mejores series de los últimos años. Seguimos mentando el final cada vez que una serie termina y sus tramas y personajes siguen siendo referencia.
No voy a intentar discernir aquí si Perdidos es una de las grandes joyas o grandes timos de los últimos años de la historia de la televisión, ni hacer una apasionada defensa de su último episodio. Sólo exponer que a pesar de todos su peros, Perdidos vale la pena.
Mi romance con la creación de J. J. Abrams y compañía para ABC empezó tarde: la serie ya había terminado. Podía ver diez episodios por día, y no tenía ningún problema en hacerlo. Si en los exámenes de aquel enero me hubiesen preguntado por la alineación de Drive Shaft o la secuencia de famosos números, me habría ido mucho mejor. No tuve que esperar meses para ver qué había tras la escotilla o qué había sido de Walt. Y es que si algo supieron hacer los guionistas de Perdidos fue generar expectativas. El problema fue que en la mayoría de los casos nunca se llegaron a cumplir.
Perdidos ha conseguido como pocas series generar expectativa: semana a semana tenía a un público salivando delante de la televisión, especulando. Pero ofrece muchas más preguntas que respuesta. La definición de la serie, en especial a partir de la tercera temporada, puede ser huida hacia adelante. Los guionistas comienzan a abrir tramas que no saben cómo cerrar. Si por el camino se les ocurre la forma, bien. Si no, también. Pero consiguen que el espectador piense que lo tienen todo bajo control y que al final tendrán respuestas. Así, el espectador sigue viendo la serie. Con la esperanza de que por mucho que la trama se desmadre, por muchos elementos que se introduzcan, al final todo encajará. Y así llega la decepción: con la falta de respuestas. Perdidos solo da preguntas. Sus guionistas supieron engancharnos hasta el final con la promesa de respuestas, y jugaron muy bien con todas sus cartas para esto: desde cerrar cada episodio y trama en el momento adecuado a anunciar que la serie tendría un final en la cuarta temporada.
Es inevitable no pararse en el final de Perdidos. Un final donde no todo se resuelve no tiene por qué estar mal. El problema es que la serie se enfoca como una apertura continua de tramas y enigmas. Y el final como una promesa de responder a ellas. Y finalmente esa promesa se rompe, decepcionando al espectador. El final de Perdidos tenía que ser una gran respuesta a las preguntas de la serie. No lo fue. Decidió tirar por la vía emocional, de las tramas personales de los personajes. Si uno no está esperando meses por las respuestas a tantas preguntas y está avisado de que nunca las va a conocer, como fue mi caso, es un final que puede valer. Además, lo que importa no es el destino. Los finales en las series están porque éstas tienen que terminar. Es cierto que el final de una serie es un episodio clave. Pero Perdidos es una serie, como la mayoría, en la que lo que se disfruta es el viaje.

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La trama de Perdidos, con componentes de diferentes procedencias (ciencia ficción, mitologías de muchas clases) era prometedora. Pero una vez se empezaron a introducir tantos elementos mágicos, viajes en el tiempo, y en resumen, un todo vale, empezó a perder fuerza. Pero nos dio a los espectadores el protagonismo.
Empecé a ver esta serie porque se veía en mi casa. Cuando iba a casa el fin de semana, en la mesa sólo se hablaba de un humo negro, algo llamado D.H.A.R.M.A. y de qué pasaría si un tal Desmond no pulsaba 4, 8, 15, 16, 23, 42. Así que o empezaba a ver la serie o cambiaba de familia, y como considero que en la lotería natural y social que es la vida poca gente es tan afortunada como yo, me puse con lo primero. Y descubrí que Perdidos da para mucho más que sus episodios: horas de discusiones sobre La Isla, qué pasa con Los Otros o qué es el humo negro. Aunque supongo que su rigor científico deja mucho que desear, convierte a uno en un experto en radiación electromagnética y viajes temporales. Y ante tantas preguntas sin respuesta, el espectador se convierte en guionista: podemos plantear cómo responder. Perdidos nos permite convertirnos en los creadores.
Es cierto que a los guionistas la cosa se les fue de las manos, especialmente a partir de la tercera temporada. Pero eso no quiere decir que no creasen tramas y personajes únicos. Sobre todo personajes. Durante las dos primeras temporadas de Perdidos encontramos a un grupo de personas que sobreviven a un accidente de avión y ahora tienen que sobrevivir en una isla en la que no parece funcionar de forma normal. A través de flashbacks podemos conocer quienes son los personajes y por qué estaban en el avión. Solo por llegar a conocer a sus protagonistas y ver lo que la Isla hace con ellos Perdidos vale la pena. Y en este sentido el trabajo de guion sí es irreprochable: personajes como Desmond o Sayid. Daniel Faraday o Juliet Burke. Mr. Eko o Rousseau. La evolución de John Locke o Ben Linus. Si no seguimos viendo la serie con la esperanza de conocer respuestas, lo hacemos para conocer el destino de sus personajes. Estos son su mejor carta. Personajes completos y complejos, ambiguos, que evolucionan y que permiten tanta identificación.

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Pero Perdidos no solo nos dio algunos personajes estupendos. A veces en el tornado de flasbacks, flashforwards, osos polares, humo negro y preguntas sin respuesta nos encontrábamos con tramas únicas: episodios como Grandes Éxitos. Charlie le escribe a Claire los cinco mejores momentos de su vida. Su mano al final del episodio en la escotilla para decirle a Desmond que no, no es el barco de Penny. Episodios como La constante. Los viajes de Desmond para conocer al Faraday del pasado. La llamada intertemporal a Penny en 8 años.. El travelling final: te quiero Penny, te quiero Desmond. Por no hablar de momentos y frases particulares, desde el implacable no me digas lo que no puedo hacer hasta el nos vemos en otra vida, hermano.
Personalmente, volvería a ver Perdidos. Ya sé que es un conjunto de callejones sin salida. Nunca sabré por qué Libby estaba en un manicomio ni por qué los que eran los elegidos, lo eran. Sé que puedo ver independientemente mis episodios favoritos sin necesidad de pasar por seis temporadas de apertura de tramas sin sentido para llegar a un final que, aunque emocionalmente funciona, a nivel narrativo deja mucho que desear. Pero por esos personajes, por esas historias como La constante, por poder pasar horas discutiendo sobre si la Isla tiene conciencia propia, volvería a verla. Porque a pesar de todo, Perdidos vale la pena.

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