La necesidad de Krilin

La mejor manera de satisfacer al espectador respecto de la auténtica naturaleza de los héroes es exprimir hasta escalas superlativas las adversidades, y de este modo proclamar como hazaña inverosímil el triunfo final del protagonista. De este modo, lo que se consagra es la indexación de una suerte de bonanza moral que complace los deberes éticos de quien le observa, y que identifica sin temor a ambigüedades el deber y el bien con el hacer del ídolo. No obstante, el arte nos ha demostrado (de Homero a esta parte) que los verdaderos héroes precisan de un proceso de autentificación para probar su valía, y que a menudo la más intrascendente de las almas puede ser considerada como heroica si, armada de valor y de esperanza, se sobrepone a las dificultades y se sacrifica su propia integridad en aras de un bien mayor. 

El otro día, sumido en una profunda de crisis de identidad y acuciado por el tedio, decidí zappear entre canales por mitigar un poco lo lastimoso de mi situación. Llevado por una afortunada nostalgia, me detuve en un capítulo de Dragon Ball Z, que pertenecía a la saga Freezer. El episodio, situado en el planeta Namek, servía como carta introductoria de la fuerza Ginyu, un escuadrón paramilitar a las órdenes del tirano Freezer, que tenía como cometido detener a las fuerzas subversivas que pretendían hacerse con las bolas de dragón, a saber, Vegeta, el niño Gohan, y Krilin.

Krilin es el ejercicio incansable de la humanidad para no rendirse en sus empeños más inverosímiles

La fuerza Ginyu era claramente superior a los pobres terrícolas: en un abrir y cerrar de ojos, consiguieron sobreponerse a los protagonistas y reducirlos a una patética masa lloriqueante. No obstante, y obviando lo tópico del episodio (en el que se esperaba la llegada de Goku como gran salvador), hay algo que llamó especialmente mi atención: la tenacidad de Krilin por defender a sus amigos, a sabiendas del desequilibrio entre contrincantes. Verán ustedes, Krilin siempre me ha parecido un personaje molesto, superfluo y extenuante en un anime por otra parte plagado de carismáticos individuos y memorables antihéroes. Dentro de esta variedad de poderosos guerreros, Krilin respondía con cierta diligencia al papel del pardillo risible, una suerte de escape humorístico que restase tensión a las recrudecidas batallas que los auténticos iconos disputaban entre escombros y descampados.

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Sin embargo, tuve una súbita revelación: ¿y si, en realidad, Krilin es el auténtico héroe de la saga? Rechacé la idea de inmediato, por descabellada y poco cabal: un individuo de la talla de Krilin jamás podría representar los dictámenes elementales de un superhombre. Pese a todo, el pensamiento me rondó por la cabeza unas cuantas horas (probada queda así mi absoluta irrelevancia), y finalmente colegí que sí, efectivamente, Krilin era el único merecedor de mis elogios dentro de la serie. Esta aseveración, preñada de polémica, por supuesto, merece una correspondiente explicación. Para probar mi teoría, repasé mentalmente las irrupciones de Krilin en pantalla: sus principales momentos, su importancia para el desarrollo de la trama, su ethos y su parthos para hacer de su personaje un elemento inevitable para la comprensión de la serie.

El problema de su baja clasificación en la jerarquía de Dragon Ball reside en la insuficiencia de sus poderes, siempre insignificantes comparados con los de sus compañeros

Para que mi afirmación también les resulte a todos un poco más lúcida, conviene aportar ciertos precedentes que sirvan para escrutar un poco más la figura de Krilin: su primera aparición en la serie data de los primeros capítulos del anime original, Dragon Ball, presentándose como un pequeño monje huido de un templo en el que sufría abusos por parte de sus compañeros, que se mofaban de su impericia marcial y de su pequeño tamaño, y desplazándose hasta la isla del Maestro Mutenroshi para ponerse a disposición académica del viejo verde con intención de implementar sus técnicas de combate. En estos primeros capítulos, se nos presenta al chato Krilin como un personaje mezquino, ruín y altamente competitivo, cuya rivalidad con Goku para cumplimentar las órdenes de su maestro le lleva a engañarlo con las más infames artimañanas; Krilin es entonces riguroso, disciplinado, algo arrogante y, en fin, un niño con demasiado de adulto. Es precisamente este sentido de la responsabilidad tan prematuro lo que permite albergar una cierta suspicacia hacia sus maneras: mientras que Goku es espontáneo e impetuoso, Krilin respeta con rigidez protocolaria hasta el más insignificante detalle de su formación, aprendida a conciencia en el monasterio. No obstante, esto no impide que cimienten una conmovedora amistad, que los llevará a los lugares más insospechados de la faz de la tierra.

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Tenemos, pese a todo, una cisma entre ambos individuos en lo que se refiere a materia moral: Goku, debido a su temprano desamparo, tuvo que aprender a dirimir el bien del mal por su propia cuenta, y este autodidacticismo le lleva a menudo a malinterpretar las situaciones motivado por su desconocimiento de las preceptivas sociales. En realidad, el único interés de Goku es el combate, y cualquier causa mayor (y en esto incluyo la defensa del planeta o de su propia familia) se supedita necesariamente a la primera. Goku, por su naturaleza saiyan, es un individuo tan poderoso que se puede permitir una cierta socarronería y, en ocasiones, arrogancia ante los rivales. En cambio, el siempre bienintencionado Krilin no goza de la capacidad semidivina de su amigo, resignado en su condición humana y limitado por ello a un estrecho margen de acción. Es decir: Krilin es muy consciente de la abismal diferencia de poderes que le separa de su amigo, y sin embargo continúa intentado combatir en igualdad de condiciones con una admirable terquedad.

Porque, como anotaba en la entradilla de este artículo, Krilin, aún a sabiendas de sus limitaciones, no teme exponer su propia integridad en aras de un bien mayor. Los saiyan han probado ser egoístas, burdos y no siempre fiables; sin embargo, Krilin siempre ha demostrado que su pertenencia a la facción de “los buenos” está más que justificada, no sólo por su inocencia infinita, sino también por su arrojo impetuoso en casos de imposible victoria. El romanticismo empedernido de este secundariazo, una idiosincrasia  más de su voluble personalidad, combina perfectamente con ese espíritu desprendido y abnegado: es desde su débil ingenuidad donde Krilin resulta más trascendente para la serie, al hacer partícipes a los demás personajes de su entusiasmo incondicional.

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Porque, a diferencia de los Vegeta, Goku o Piccolo que, como Superman, no son más que alienígenas ilegales en el planeta Tierra, Krilin ha tenido que trabajar infatigablemente sus talentos (escasos) y su destreza, con una paciencia insondable. Es por ende la viva imagen de la entrega y del esfuerzo, siempre utópico e insuficiente, puesto que jamás podrá semejarse a ninguno de los anteriormente citados. Creo que Akira Toriyama, creador de la serie, diseñó a Krilin como una suerte de alegoría del optimismo humano, siempre abrazado a sus quimeras imposibles, y haciéndolo en esencia última el más humano de todos los personajes de Dragon Ball.

Su perseverancia resulta envidiable a todas luces, con un talento único para la terquedad

Es precisamente ese júbilo que Krilin destila con tanta asiduidad el motivo por el que se ha consolidado como el cadáver más reincidente de toda la serie. En efecto, Krilin moría con tan inusitada frecuencia que parecía una sátira macabra o fúnebre por parte del autor. Pero en realidad, era un método ex machina para soliviantar o espolear determinadas reacciones por parte de los protagonistas: el fallecimiento del calvo siempre acarreaba una virulenta reacción por parte de Goku, que alcance nuevos niveles de poder, antes desconocidos, llevado por la rabia de la muerte de su amigo. Leamos más allá: como ya he dicho, Krilin es un símbolo de ilusión, de euforia, y al requisarlo del mundo de los vivos, Toriyama impone un mundo desangelado, apático, una rutina de injurias y desalientos. La muerte de Krilin es la manera que tenía el autor de abandonar toda esperanza.

Se dice que a los héroes se les tiene que mirar hacia arriba, en señal de humillación y de reverencia, poniendo de relieve la admiración que se les profesa. Pero con Krilin es muy distinto: Krilin es nuestro igual, nuestro semejante, el paradigma más humano que existe en la serie. Son su carácter magnámimo y generoso y su absoluta indiferencia por la impotencia los que lo convierten en un héroe encomiable, pese a estar ninguneado siempre por las extraordinarias habilidades de sus compañeros. Pero esto poco importa: Krilin siempre alza la justicia como parangón último de su existencia, y fue su tierno altruismo el que le llevó, entre otras cosas, a conquistar a la atractiva androide C-18. Sería de imbéciles no admirar a Krilin, por el simple hecho de que su perseverancia es un ejemplo para quien lucha contra la despiadada realidad, a sabiendas de que nada puede hacerse por alterar su curso ineluctable. Yo brindo por la credulidad y la persistencia; por la amistad y el compañerismo; por la inmarcesible esperanza que representa. Krilin es, desde luego, el héroe mundano de la saga.