Portugal o la belleza decadente

El lugar no era cómo me lo esperaba. Me habían dicho que tenía una piscina pero no la ubicaba al lado de un escenario. Todo era más pequeño y relajado de lo que suponía. La gente estaba sentada en la hierba o tumbada en sus toallas. Tomaban el sol, fumaban, charlaban. Sonaba Solar Corona, pero podría ser cualquier otro grupo que no me enteraría. Ese fue el momento en el que me di cuenta de la situación. Estaba en un festival de rock. En Portugal. A mi alrededor había mucha gente pero solo dos rostros conocidos. Y no me sonaba de absolutamente nada ni un puto grupo. ¿Cómo había llegado aquí?

Me habían invitado la tarde anterior y dos horas después estaba saliendo de casa sabiendo que no iba a volver hasta pasados unos días. Evidentemente no podía rechazar una entrada a un festival, asiento libre en el coche, camping y playa. Todo sonaba maravilloso y me dejé llevar. Acid Mess fue el siguiente grupo. Yo ya estaba completamente asentada, disfrutando del tacto de la hierba en mis pies, hablando con mis amigos, viendo la gente pasar delante de mí y escuchando esa música desconocida. Nada me parecía ya raro o externo. Es más, empezaba a pensar que podría dedicarme a vivir de festival en festival. Recordé un artículo de PlayGroundNómadas por la fiesta: cuando tu vida consiste en rodar de rave en rave y seguí dándole vueltas a la idea. Pululaban muchos fotógrafos a nuestro alrededor. Foto del escenario, foto de la piscina, foto de la gente. Estaba sumida en mis pensamientos cuando me di cuenta de que en ese momento ya estaba tocando Jibóia. Sus ritmos frenéticos empezaron a retumbar en mi cabeza. El batería conseguía que sintiera el mundo de forma inestable. O quizá fuese culpa mía porque ya llevaba un rato volando por los países verdes.

Acid Mess | © Bruna Amaral

Acid Mess | © Bruna Amaral

Se acabaron los conciertos en el Pool Stage por ese día. El siguiente grupo tocaba en el otro escenario, pero todavía faltaba casi una hora para que empezasen. Así que volvimos al mismo coche que nos llevó allí con la única intención de comer y beber por encima de nuestras posibilidades. La temperatura bajó un poco y el calor se hizo un tanto pegajoso. Me fijé en lo que había a mi alrededor. La mayoría de las casas decían a gritos que dentro vive gente pudiente, pero otras eran más humildes. Todas compartían algo: una carretera de piedra bastante irregular y montañosa. El ambiente, el espacio, las personas. Nosotros mismos. La imperfección que envolvía todo era encantadora. Portugal me transmitió la sensación de que quedan muchísimas cosas por hacer y ver. Pero no de forma inabarcable como otros lugares en los que he estado. No estaba nada establecido, no había rutas de sitios por los que hay que pasar, no existía ese concepto de turista de “tengo que pasar por este sitio concreto para ver esto porque todos me dicen que debo verlo”. Podías ir a cualquier sitio, y allí verlo y sentirlo todo. Sin normas ni límites. Por eso relacioné este país con la juventud.

En el programa ponía que Burnpilot empezaban a las siete pero no sé si fueron puntuales porque ya no sabía en qué hora vivía. El Main Stage era más parecido a otros festivales a los que había ido, pero se diferenciaba en el fondo. Se veían unas montañas completamente vírgenes que incitaban a pensar en la inmensidad del mundo mientras sonaba Prisma Circus. En algún momento nos cansamos de estar tumbadas en la hierba, pues teníamos los estómagos vacíos, las bocas secas y los pulmones relajados. Fuimos a reponer fuerzas al coche y volvimos con las chaquetas puestas porque ya empezaba a refrescar. Y entonces llegó ella. I can leave this world. It’s not my problem anymore. Su impresionante voz me hizo sentir que estaba viviendo la mejor parte del festival. Su presencia, su gracia al repetir hasta la saciedad this is a rock show varias veces entre cada canción, y su carisma lo inundaban todo. Tanto que no tengo recuerdos del siguiente grupo. Lo siento, Black Bombaim. El frío comenzaba a invadirlo todo. Por eso vimos a Church of Misery el tiempo suficiente como para decidir que les escucharíamos mejor desde el coche.

Prisma Circus | © Bruna Amaral

Prisma Circus | © Bruna Amaral

El camping era muy diferente de noche. De día era un paseo por la relajada decadencia envuelta en humo, pero de noche ya no se veía así. Básicamente porque no veíamos nada. A la mañana siguiente yo tenía el saco descolocado y la espalda del revés. Dije que iba a dar una vuelta y comencé a caminar sin ningún rumbo. Poco después me topé con dos troncos en medio del camino. Subí encima del más grande y caminé por él hasta que casi me caigo en un terreno altamente inestable. Recordé que no era Frank de la Jungla y di media vuelta. Seguí por el camino, donde la hierba iba dando paso a la arena hasta que solo quedó esta última. A mi izquierda y derecha lo único que visualizaba era bosque. Estaba en una pequeña cuesta así que solo veía la arena y el azul del cielo. Llegué a lo alto del camino y el agua apareció ante mí. Qué impactante fue la imagen de la inmensidad del océano por sorpresa. Éramos yo, la capucha de la sudadera que me protegía de la brisa, y el océano. No existía nada más en el mundo que ese momento. No se movía nada a mí alrededor, no escuchaba nada más que las olas y mi respiración. Comencé a sentir la paz recorriendo mi cuerpo. Recé para que no viniera un loco a asaltarme. Aunque total no tenía móvil, cartera ni ninguna atadura del mundo moderno que ofrecerle. Así que me tumbé y dejé que el tiempo pasara. Pero no fue demasiado porque el sol casi no se había movido del sitio.

This is a rock show

Empecé a caminar y me di cuenta de que la playa no era tan paradisíaca y virgen como me pareció en un primer momento. Sino que estaba llena de mierda. Gente sudando por la orilla haciendo el amago de correr, montones de basura que se acumulaban sin ningún contenedor a la vista, terreno extraño con irregularidades realmente feas. Me fui de ese territorio salvaje tan rápido como encontré el camino de vuelta. En cuanto empezó a disminuir la arena, me senté en el suelo para calzarme. En eso estaba cuando pasaron un matrimonio de ancianos lugareños que me miraron como si fuera a transmitirles alguna enfermedad. Y no les culpo porque seguía con la capucha puesta y no quiero ni imaginarme lo inyectados en sangre que estaban mis ojos. Les vi alejarse con sus mil bolsas llenos de por si acaso, nevera azul, sombrilla y tres toallas. Ah, pues no era un camino tan recóndito y exclusivo. Se rompió la magia completamente al tiempo que se me pasaba el viaje. Definitivamente era hora de volver con mis amigos. ¿Por qué llevarían tres toallas si sólo eran dos? Cuando estaba volviendo a nuestra tienda de campaña, no se escuchaban muchos pájaros por no decir ninguno, pero sí que había altos árboles que te recuerdan por qué son más importantes ellos que nosotros. Les propuse adentrarnos más en el bosque para descubrir los misterios que esconde la naturaleza y me informaron de que íbamos a ir a una cafetería del pueblo. Espera. Café, enchufes, baño, WiFi, mi móvil volviendo a la vida, café, agua y jabón, cepillo de dientes… Qué le den a la naturaleza.

El camping | © Bruna Amaral

Contamos anécdotas mientras esperábamos por la comida en una terraza cubierta. El restaurante estaba cuidado y se notaba que era turístico, pero yo tenía la sensación de que en cualquier momento se iba a caer a pedazos. De nuevo tuve la percepción de que todo un país estaba recogido en un solo punto. No noté grandes contrastes entre pobreza y riqueza, sino que ambas iban cogidas de la mano en todo momento, mezcladas en perfecta sintonía. Salió el tema de que me iba a Barcelona, o quizá lo saqué yo. Me respondieron con una historia y nos reímos de las bellas casualidades que tiene a veces la vida. La anécdota era que la primera persona con la que había hablado cuando llegó a Barcelona fue un obrero. Le preguntó si sabía dónde estaba la Plaza de Cataluña y éste le respondió “home, non vou saber!”. Y es que los gallegos estamos por todo el mundo. No porque seamos muchos o porque todos nos vayamos de casa. Sino porque cuando nos vamos, notar se nota.

Era como si al rincón que tenía mi abuela para guardar las patatas le pusieras encima un par de muebles del IKEA.

Búfalo, Los Saguaros, Stone Dead y Mr. Miyagi. Esos fueron los grupos que tocaron por la tarde. Del último no sabría decir si me entró mejor por los oídos o por los ojos. Todo era demasiado sofocante y pusimos rumbo a la piscina. No sabía hasta que punto esa bolsita era hermética, por eso procuraba que no se me cayese nada del bañador de chico que me había comprado un par de horas antes. Ya estaba escuchando a mi madre sus quejas de que siempre me compro ropa de hombre en sitios raros. Le daría la razón porque era una tienda peculiar. Hecha para gentes modernas y acomodadas, pero que parecía estar entre escombros. Era como si al rincón que tenía mi abuela para guardar las patatas le pusieras encima un par de muebles del IKEA. Y así describiría todos los locales que vi, todas las calles, todos los edificios.

Casi sin darme cuenta, Dreamweapon ya estaba tocando en el otro escenario. Pero nosotras estábamos demasiado ocupadas acabando toda la bebida que habíamos comprado. Comenzó a llegar una marea de personas con el objetivo de ver a Guerrera. Nos reíamos demasiado de la cara de un gato, pero de vez en cuando desviábamos nuestra atención. O bien para recordar lo raro que fue encontrarse con un bidé en una cafetería turística, o bien para fijarse en las indumentarias o tatuajes de los que pasaban a nuestro alrededor. Focalizamos toda nuestra atención en llegar al baño. Tanto tardamos que estaba empezando Blues Pills. La cantante me recordó a Taylor Momsen pero en versión humilde. De My Sleeping Karma The Atomic Bitchwax ya no tengo recuerdos, pero sé que estuvimos en medio de la marabunta gritando y saltando. This is a rock show. Casi sin enterarme ya era por la mañana otra vez. Tenía solo una camiseta limpia pero sabía que si me la ponía iba a sudar cual trabajador de Kebab, y rociarme con desodorante no sirvió de nada porque seguía dando mucho asco. Nunca un domingo fue tan domingo. Recogimos todo y atravesamos el camping. El único maquillaje que vi en los rostros de las chicas fue el de la resaca. La temperatura siguió ascendiendo hasta los 33 grados. Aplicado ya el cambio de horario, llegamos a Galicia cerca de las tres de la tarde. En el coche seguía sonando más rock mientras yo pensaba en escribir la crónica sobre cómo viví sin noción del tiempo y lugar.

Mr. Miyagi | © Bruna Amaral

Mr. Miyagi | © Bruna Amaral

Guerrera | © Bruna Amaral

Imagen de portada: Church of Misery, de Bruna Amaral.