Ocho fragmentos de amor sin canción desesperada
Historia de amor entre Menelao y Helena de Troya. Una de las primeras de la literatura universal:
“Helena.- (…) Sé que me odias, mas con todo quiero hacerte una pregunta: ¿qué habéis decidido los griegos y tú sobre mi vida?
Menelao.-No tuviste que llegar al recuento exacto de votos, pues todo el ejército, al cual ultrajaste, te entregó a mí para que te matara.
Helena.-¿Puedo, entonces, contestar a eso razonando que, si muerto, moriré injustamente?
Menelao.-No he venido con intención de hablar, sino de matarte”.
Troyanas, Eurípides

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Algunos aseguran que el amor es tan sólo una invención de la literatura. Los pocos, que son descripciones de los magos de las letras que se convierten en profundos precisamente por su contacto con la realidad. Lo evidente es que ocupa el eje central de muchas de las historias de la literatura universal, sea o no la temática pretendida. Incluso asistimos a guerras desencadenadas en su honor, pregunten por Helena en Troya. Existen muchos capítulos, párrafos o novelas enteras que dedican sus líneas a este sentimiento de origen y existencia desconocidos. A esperas de más investigación en este campo, os mostramos ocho ejemplos de autores que aseguran haber conocido el amor.
1) Ulises, James Joyce
“…el sol brilla por ti me dijo el día que estábamos tumbados entre los rododendros en el promontorio de Howth con el traje de mezclilla gris y su sombrero de paja el día que conseguí que se me declarara si primero le di un poco de la torta de semilla que tenía dentro de mi boca y era bisiesto como ahora sí hace dieciséis años Dios mío tras aquel largo beso yo casi perdí el aliento sí él decía que yo era una flor de la montaña sí eso somos flores todo el cuerpo de mujer sí esa fue la única verdad que dijo en su vida y el sol brilla hoy por ti sí por eso me gustó porque vi que comprendía o sentía como es una mujer y supe que yo podría hacer de él lo que quisiera y le di todo el placer que podía para llevarle a que me pidiera que dijese sí y yo primero no quería contestarle mirando sólo el mar y el cielo estaba pensando en tantas cosas que él no sabía […] y cómo él me besaba al pie de la pared morisca y me pareció bien lo mismo de él que de otro y después le pedí con los ojos para poder volverle a pedir sí y él luego me pidió si quería decir sí mi flor de montaña y primero le rodeé con mis brazos y lo atraje hacia mí para que pudiera sentir mis pechos todo perfume sí y su corazón latía como alocado y sí dije si quiero Sí…”.
2) El sueño de una noche de verano, Shakespeare
“ELENA: Pero el amor puede transformar en belleza y dignidad cosas bajas y viles, porque no ve con los ojos, sino con la mente, y por eso pinta ciego a Cupido el alado. Ni tiene en su mente el amor señal alguna de discernimiento, como que las alas y la ceguera son signos de imprudente premura. Y por ella se dice que el amor es niño, siendo tan a menudo engañado en la elección. Y como en sus juegos perjuran los muchachos traviesos, así el rapaz amor es perjurado en todas partes; pues antes de ver Demetrio los ojos de Hermia me juró de rodillas que era sólo mío; mas apenas sintió el calor de su presencia, deshiciéronse sus juramentos como el granizo al sol”.
3) Dune, Paul Herber
“-Entonces, cántame una de tus canciones – Pidió Chani.
Hay tanta feminidad en la voz de esa chica, pensó Jessica. Tengo que prevenir a Paul acerca de sus mujeres… y pronto.
-Es una canción que cantaba un amigo mío -dijo Paul- Creo que ya está muerto ahora… Gurney. La llamaba su canción del anochecer.
Los hombres callaron, mientras la suave voz de tenor de Paul se alzaba a los acordes del baliset.
«En este cielo de cenizas ardientes…
Un sol dorado se pierde en el crepúsculo.
Qué sentidos locos, perfume de desesperación
Son los consortes de nuestros recuerdos.»
Jessica sintió en su pecho la música de las palabras… pagana y cargada de sonidos que de pronto la hicieron sentir intensamente consciente de sí misma, de su cuerpo y de sus necesidades, escuchó en el tenso silencio:
«Perlas de incienso en el réquiem de la noche…
¡Son para nosotros!
Qué alegría, entonces, resplandece…
Luminosa en tus ojos…
Qué amores sembrados de flores
Atraen nuestros corazones…
Qué amores sembrados de flores
Aplacan nuestros deseos.»
Y Jessica oyó el prolongado silencio que siguió a la última sostenida nota que quedó vibrando en el aire. ¿Por qué mi hijo le ha cantado una canción de amor a esa chica?, se preguntó. Sintió un miedo repentino. Notaba la vida deslizarse a su alrededor y no podía aferrarla. ¿Por qué ha elegido esa canción?, pensó. Los instintos son a veces veraces. ¿Por qué lo ha hecho?”.
4) Doctor Zhivago, Boris Pasternak
“¡Oh qué amor había sido el suyo, libre, inaudito, sin parangón en el mundo! Habían pensado como otros cantaban. Se habían amado no porque fuese inevitable o hubiesen sucumbido a la “llama de la pasión”, como se dice falsamente. Se amaron porque así lo quiso todo cuanto los rodeaba: la tierra a sus pies, el cielo sobre sus cabezas, las nubes y los árboles. Su amor placía a todo lo que les rodeaba, tal vez más que a ellos mismos. A los desconocidos por la calle, a los espacios que se abrían ante ellos durante sus paseos, a las habitaciones en las que vivían y se encontraban”.
5) El trabajo os hará libres, Espido Freire
“En las horas que transcurrieron mientras la noche caía sobre los faroles amarillentos, y las góndolas, cuajadas de humedad, se deslizaban bajo los puentes, se contó todas las mentiras que se le ocurrieron. Algunas eran sobre él (cumplía con su obligación, era un valiente, un héroe). Otras, sobre ella, y ella se transformó, se convirtió en una mujer de ojos azules y unas manos lentas, blancas y quebradizas que nunca tuvo.
Otras, casi todas, eran sobre el futuro, sobre las mañanas en las que se despertaría a su lado, los hijos crecerían hasta superar la altura de Alek, pero con su misma barbilla y su misma nariz, sobre las dulces patrañas que contaría a sus nietos cuando le preguntaran cómo conoció a la abuela”.
6) El desorden de tu nombre, Juan José Millás
“Es una vida dura (…) dura como un castigo de los dioses, aunque excitante como un regalo del diablo”.
7) Doctor Zhivago, Boris Pasternak
“Cálmate. No me hagas caso. Quería decir que con respecto a ti estoy celoso de lo que es oscuro e inconsciente, de lo que no se puede explicar ni comprender. Estoy celoso de los objetos de tu tocador, de las gotas de sudor de tu piel, de las enfermedades que están en el aire y pueden atacarte a ti y envenenar tu sangre. Y como si fuera de una infección de esta clase, estoy celoso de Komarovski, que un día te me quitará, del mismo modo que un día tu muerte o la mía habrá de separarnos. Ya sé que todo esto debe parecerte muy complicado. Pero no sé decirlo de una manera más comprensible y clara. Te quiero inconscientemente, hasta enloquecer, sin límites”.
8) Memoria de mis putas tristes, Gabriel García Márquez
“Gracias a ella me enfrenté por vez primera con mi ser natural mientras transcurrían mis noventa años. Descubrí que mi obsesión de que cada cosa estuviera en su puesto, cada asunto en su tiempo, cada palabra en su estilo, no era el premio merecido de una mente en orden, sino al contrario, todo un sistema de simulación inventado por mí para ocultar el desorden de mi naturaleza. Descubrí que no soy disciplinado por virtud, sino como reacción contra mi negligencia; que parezco generoso por encubrir mi mezquindad, que me paso de prudente por mal pensado, que soy conciliador para no sucumbir a mis cóleras reprimidas, que sólo soy puntual para que no se sepa cuán poco me importa el tiempo ajeno. Descubrí, en fin, que el amor no es un estado del alma sino un signo del zodíaco. Me volví otro. Traté de releer los clásicos que me orientaron en la adolescencia, y no pude con ellos. Me sumergí en las letras románticas que repudié cuando mi madre quiso imponérmelas con mano dura, y por ellas tomé conciencia de que la fuerza invencible que ha impulsado al mundo no son los amores felices sino los contrariados. (…)
Me pregunto cómo pude sucumbir en este vértigo perpetuo que yo mismo provocaba y temía. Flotaba entre nubes erráticas y hablaba conmigo mismo ante el espejo con la vana ilusión de averiguar quién soy. Era tal mi desvarío, que en una manifestación estudiantil con piedras y botellas, tuve que sacar fuerzas de flaqueza para no ponerme al frente con un letrero que consagrara mi verdad: Estoy loco de amor”.