Jueves de Resurrection, toca santiguarse
El Resu ya no es jarcor. Lo siento, pero es así. La gente se queja, alza las manos a los cielos, consternada en un rictus de infinita contrariedad, y grita, desesperada, ante tamaña afrenta a su dignidad musical. Muchos otros damos gracias por detrás a la organización por conseguir que el festival sea mucho más completo y que, con la edición de este año, probablemente haya alcanzado una nueva cumbre, que seguramente intentarán batir el próximo estío, lo cual no va a ser fácil.
Tras una noche de preparación, recreo y cerveceo (moderado, obviamente, que para algo vamos allí a trabajar) en el precioso pueblo, donde tanto te puedes encontrar antiguos amigos como viejos conocidos que te ignoran de una forma tan profesional que te sientes como las cuentas de Jordi Pujol, la cita comenzaba con su novena edición el jueves al mediodía. Meteorología incierta. Y pese a las agradecidas nubes terminé quemándome gran parte del cuero cabelludo y pelando cual gamba cocida en noche de Navidad. Niños y niñas, no os fiéis de esa rara y desconocida bola de fuego que aparece ciertos días, así de sorpresa, en el cielo gallego. Usad protector solar, os lo dice el tito Hadri para que no acabéis sufriendo lo que él.
No llegué a tiempo para Ash is a Robot por problemas logísticos tan graves como tener que alimentarme, pero sí a Hummano. Qué queréis que os diga, entre estos y gente del palo de Bring me the Horizon me quedo de calle con los madrileños. Al menos a ellos puedo creérmelos, se nota que les gusta lo que hacen y que no van a la desesperada a sacar algunos billetes más para renovar sus Maserati. A continuación venía la primera grata sorpresa del festival, Acid Mess. Su rock psicodélico claramente influenciado por los 70 y, por ende, por ingentes cantidades de LSD, peyote y otras sustancias alternativas, no terminaba de cuajar entre el público, generando bastantes miradas de desconcierto, pero un servidor se lo pasó como un mico con el viaje astral que proponían. Será la edad.
Red Fang fueron la mejor banda del jueves, y quizás de todo el Resurrection Fest
Mutant Squad molan. Será que son compostelanos y eso toca la fibra sensible de mi dura y cauterizada patata, pero es que, en lugar de “la nueva banda thrash de moda que suena idénticamente igual a las anteriores” que me esperaba (después de Crisix todos me suenan idénticos), me topé con un trío lleno de energía y desparpajo, tocando a la velocidad del rayo y con una capacidad técnica notable. Saben lo que hacen y dominaron como quisieron el escenario grande, disfrutando de un sonido maravilloso para la hora del día que era y calentaron al público lo suficiente para que Rise of the Northstar los tuviese a todos a punto de caramelo. Los franceses son una extraña mezcla entre un circo hardcore y una convención de fans de Yu Yu Hakusho o algún anime similar, pero lo innegable es que desprenden actitud e intensidad por los cuatro costados y que sus fans se vuelven locos ante su contundencia en directo.
Lo de Cobra ya fue jugar en otra liga. Son cañeros como una bofetada con la mano girada, de estas que se dan con desprecio y sin avisar. La cara conocida del conjunto es la del bajista David González, miembro de Berri Txarrak, pero la estrella indudable es el vocalista Haritz Lete, un tío guapo, duro y con talento, gracias a quien se comieron con patatas al resto de grupos que habían pasado hasta el momento por el festival y dejaron un buen sabor de boca con su stoner plagado de referencias al mundo del cine. A More than a Thousand los tenía más vistos que a los filetes empanados de mi abuela y, entre que tampoco les veo nada llamativo (cosa que me refutarán los miles y miles de personas que se agolparon delante del Main Stage, vibrando con los temas de su último álbum, Vol. V: Lost at Home) y que los siguientes en tocar eran Atlas Losing Grip, quienes tampoco me entusiasmaban en demasía, la tarde empezó a amodorrarse de forma peligrosa. ¿Hora de la siesta? Algunos respondían afirmativamente, tumbados de forma más o menos desmadejada (y de forma más o menos consciente) por los diversos rincones de una verde campiña que, con cada pit, se iba convirtiendo más y más en un secarral. Por suerte, llegaba el turno de Minor Empires. El conjunto gestado entre miembros de Nothink y Toundra fue, efectivamente, como una mezcla perfecta y armonizada de las dos bandas citadas, con las guitarras de Víctor García-Tapia transmitiendo todo el espíritu de su anterior grupo durante la media hora en la que repasaron casi al completo su primer disco. Juan Blas siempre canta lo mismo, argumentaban algunos por detrás, pero lo innegable es que siempre lo hace extremadamente bien y siempre logra conectar con el público como si fuese un colega más.

Juan Blas, de Minor Empires, en pleno éxtasis musical / © Hadrián Díaz
No había descanso posible cuando los siguientes en tocar eran Red Fang. Los de Oregón fueron la mejor banda del jueves, y quizás de todo el Resurrection. Aaron Beam y Brian Giles se repartieron las vocales, cada cual más acertado, y consiguieron que todos los asistentes ovacionasen estruendosamente, y al unísono, lanzando sin descanso temazos como Blood like cream o Prehistoric Dog. En mi opinión, podrían haber estado tres horas tocando y nadie se habría acordado de que había más bandas en el festival. Para qué. Una auténtica pasada. Backtrack y Hacktivist hicieron lo que se esperaba de ellos, unos con su hardcore fresco y acelerado y otros con su propuesta al estilo de Limp Bizkit que seguramente desconcertó a más de uno.
No entiendo qué le pasa a la gente con Crowbar. Se ha hablado muy poco de ellos tras su actuación y demasiado de cualquier otra cosa que no sea Crowbar. Las bonitas y arregladillas jovencitas flequis que se agolpaban contra la barrera del escenario grande en los anteriores conciertos desaparecieron en un suspiro en cuanto Kirk Windstein y su conjunto despacharon un par de temas. Cemetery Angels, Conquering o Sever the Wicked Hand. Tanto daba la canción, todo semejaba más duro que cagar ladrillos, aderezado con un sonido crudo y pesado que, si bien no fue de la mejor calidad, en el fondo hasta favoreció lo que el conjunto pretendía transmitir. Authority Zero mejoraron con sus temas en acústico, aunque no dejaron de dar la impresión de acercarse cada vez más a unos Simple Plan embaucadores de jovenzuelas (pese a la diferencia de estilo musical, obviamente) que a una verdadera banda de punk rock.

Crowbar estuvieron entre los triunfadores del día / © Hadrián Díaz
El tiempo iba a cambiar. Iba a hacerlo porque Amon Amarth así lo deseaban. Es la explicación más plausible a las lluvias de los dos días siguientes. Johan Hegg, la verdadera reencarnación de Thor en este mundo moderno, alzó el sagrado martillo Mjölnir por encima de su cabeza y, con un rugido de furia, lo descargó sobre el escenario, desatando el poder de los truenos al ritmo de Twilight of the Thunder God. Antes de eso, todos los metaleros del festival habían alzado sus brazos, enfervorizados ante la consigna de War of the Gods o, sobre todo, Guardians of Asgaard. “All of you are part of the fucking tribe”, aulló guturalmente Hegg antes de destrozarnos la sesera con Pursuit of Vikings en un final de concierto antológico. Era el sacro culmen del día, la carta abierta para los saqueos, las guerras y el culto pagano a los antiguos dioses olvidados. Fueron quizás la mejor prueba de lo que sostenía al principio de mi artículo, que las dos bandas que mayor éxito cosecharon del día no se acercasen, ni por asomo, al espíritu original del festival. Y gracias.
El post-progresivo-comoquierasllamarlo de The Ocean y el metalcore de Architects tuvieron sus seguidores, pero muchos aún estábamos retumbando con la masacre bélica protagonizada por los vikingos y no pudimos atenderles de manera coherente. No obstante, decir de los primeros que su propuesta musical, en la cual no había profundizado hasta ahora, se ganó mis respetos y los de un gran sector del público. De los de Brighton prefiero no decir nada. De quien sí hay que decir algo, y mucho, es de Megadeth. Citando textualmente las palabras de un alcoholizado metalero que apenas se tenía en pie a mi lado: “pero la madre que parió al decadente ése“. Probablemente Dave Mustaine viva en otro mundo. Tiene que hacerlo, porque si no no se explica su sonrisa de autosuficiencia y satisfacción ante un concierto que pasó con más pena que gloria, con las canciones rebajadas algún tono para evitar hacer el ridículo con unas líneas vocales a las que ya no llega ni a tiros, y en el que demostró que, a día de hoy, vive más del pasado que del presente. Tras una intro para olvidar y apenas cuatro temas opté por irme a cenar para evitar consumirme por la mala leche de saber lo que un día fueron y lo que ahora son.
Tras degustar un magnífico invento culinario llamado kebab andaluz (si no lo probasteis no sabéis lo que os habéis perdido) era el momento de High on Fire. La visibilidad no era la mejor para los fotógrafos, con unos focos demasiado atrasados que hacían que casi todas nuestras instantáneas se compusieran de una sombra negra, rodeada de un halo blanco sobre un fondo aún más negro, pero aquí lo realmente importante fue la música. La mezcla de sludge y stoner del conjunto liderado por Matt Pike fue otro de los momentos cumbres del día, hipnotizando y revolucionando a partes iguales a los que aún nos teníamos en pie. Y es que el cansancio de un día entero yendo de un lado para otro y la previsión de otras dos jornadas aún más largas, me hizo considerar la posibilidad de retirarme mientras Kreator aún ocupaban el escenario. Los sacrificados del día fueron Ignite, de quienes me perdí su hardcore melódico californiano, y Dancefloor Disaster, estos últimos en la afterparty.
Así terminaba el primer día del Resurrection Fest, con agradables sorpresas, alguna que otra decepción y con la grata sensación de que, pese al notable agotamiento y las quemaduras en la cabeza, los siguientes dos días, que relataré próximamente, serían aún mejores. Próximamente, las fantásticas y entretenidas aventuras de viernes y sábado.