Cristina de Borbón en el papel de Kay Corleone

“−Iñaki, ¿es cierto?

−No te metas en mis asuntos, Cristina.

− ¿Es cierto?

−No vuelvas a preguntármelo.

−Contesta.

− ¡Basta!”

Cristina de Borbón e Iñaki Urdangarín, discusiones de pareja.

En la memorable escena final de El Padrino (1972), la angustiada Kay Corleone le pregunta a su marido Michael si él ha tenido algo que ver con los terribles asesinatos que tuvieron lugar durante el bautizo de su sobrino. El nuevo capo de la mafia de Nueva York, enfurecido, le ordena a su esposa que no le vuelva a preguntar por sus turbios negocios. Finalmente, ante su insistencia, Michael niega toda relación con los mismos, mintiéndole a  una Kay no lo bastante ingenua como para creérselo pero sí lo suficientemente inteligente como para saber que mostrar desconfianza hacia su marido simplemente no es una opción.

kay adams

La puerta del despacho de Michael Corleone se cierra suavemente | ©refractionsfilm.wordpress.com

 

Diane Keaton interpreta en la obra maestra de Coppola a Kaherine, la sufrida esposa del nuevo padrino, quedando en el imaginario colectivo como el paradigma de la mujer del mafioso. Ella es la persona más cercana a su marido y a la vez la más alejada de sus crímenes, cegada por el amor, las mentiras y la sana costumbre de mirar siempre hacia otro lado. Una mujer que adora los collares de diamantes y los abrigos de piel pero no quiere saber de dónde proceden. Este fascinante personaje que es la esposa del capo no existe solo en el celuloide, sino que es un habitual de cualquier banquillo de cualquier juzgado. En toda Operación Nécora hay una Esther Lago, en todo Caso Gürtel hay una Rosalía Iglesias; mujeres que compartían el lecho de los Oubiña y los Bárcenas pero que llegado el momento aseguran que ellas no sabían nada, señor juez.

También en el Caso Nóos. Porque por si la figura de la mujer del mafioso no fuese lo suficientemente dramática, solo hacía falta que además de ingenua perteneciese a la realeza. El Padrino debe de ser una de las películas de cabecera de Miquel Roca, el fiel consigliere y Tom Hagen particular de la famiglia Borbón, el cual ha adoptado esta línea argumental en su defensa de la infanta Cristina. Ella no sabía nada de las corruptelas de Iñaki Urdangarín y Diego Castro en el Instituto Nóos. Ella no estaba al tanto de las cuentas de la inmobiliaria Aizoon. Y si hizo algo malo, lo hizo por amor.

Por si la figura de la mujer del mafioso no fuese lo suficientemente dramática, solo hacía falta que además de ingenua perteneciese a la realeza

La tesis de Roca la suscribe el fiscal anticorrupción, Pedro Horrach, que asegura que Cristina de Borbón siguió el sabio consejo de Homer Simpson: “Como dice en la biblia ‘no te entrometerás en los chanchullos de tu marido’”. Esta disparidad de criterio a la hora de imputar a la infanta ha conducido a una guerra abierta entre el fiscal y el juez Castro, instructor del caso, solo comparable a la disputa entre las familias Corleone y Tattaglia por el control de la mafia neoyorquina. Los sucesivos recursos contra la imputación han sido como cabezas de caballo en la cama del juez Castro, que está a punto de cerrar la instrucción del caso.

El caso Nóos ha sido seguido por la opinión pública más cinéfila, que se divide entre los que denuncian una conspiración donde el Gobierno manipula a la Fiscalía para evitar la imputación de la hermana del Rey y los que denuncian una conspiración del juez Castro en la que se imputa a la infanta por ser ella quien es. Por muy decepcionante que pueda parecer, lo más probable es que el conflicto no se deba a oscuros intereses monárquicos o republicanos, sino a una mera discrepancia en la interpretación de la ley y de los hechos. Castro le imputa a la infanta Cristina la comisión de un delito de blanqueo de capitales imprudente, el cual, dicho sea de paso, es complicado de cometer, porque precisamente al tratarse de imprudencia solo es posible cuando no se quiere cometer. Horrach se inclina más bien por considerar a la infanta “partícipe a título lucrativo en los chanchullos de su marido”, lo cual no es un delito, sino una mera cuestión civil que se resolvería con devolver lo que trincó. La realidad es que ninguno de los dos contrincantes incurre en ningún absurdo jurídico al atacar o defender a la princesa en apuros.

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“Vienes a mi casa, el día de la boda de mi hija… ¿y no me llamas Padrino?” | ©m.deia.com

El auto del juez Castro es duro. “Los delitos contra la Hacienda pública que se imputan a Don Iñaki Urdangarín difícilmente se podían haber cometido sin, cuando menos, el conocimiento y la aquiescencia de su esposa por mucho que de cara a terceros indiciariamente mantuviera una actitud propia de quien mira para otro lado”. Así, la clave del caso está en dilucidar si la infanta Cristina era consciente de las corruptelas de Urdangarín. Y precisamente por eso la instrucción ha resultado ser tan endemoniada.

Una de las garantías procesales básicas es que lo que no resulta probado durante el transcurso de un juicio no existe para el juez. Particularmente, demostrar hechos negativos tales como la ignorancia es lo que los abogados medievales llamaban una “probatio diabólica”. Ejemplos de pruebas diabólicas son que alguien te pida que demuestres que no sabes tocar el piano o que evidencies que los unicornios no existen.  O que pruebes que desconocías los chanchullos de tu marido. Para ello tendrías que excluir todas las posibilidades positivas de lo que sí es, lo cual resulta metafísicamente imposible (ahí es nada). En estos casos opera la presunción de inocencia, lo que podría conducir a que la infanta Cristina saliese libre por una lógica falta de pruebas. Como su abogado Miquel Roca bien sabe, nunca nadie ha ido a la cárcel por olvidadizo.

Demostrar hechos negativos como la ignorancia es una “prueba diabólica”

Si Francis Ford (o Sofia) Coppola se interesasen por esta historia para llevarla a la gran pantalla, opino que Cate Blanchett sería la mejor opción para interpretar a Cristina de Borbón. La actriz australiana ya ha demostrado que es inigualable a la hora de ponerse en la piel de mujeres que están sufriendo el dolor de la caída invadidas por el rechazo y la pena. Yo por lo menos pagaría por ver tan apasionante relato en la gran pantalla. Al fin y al cabo, la historia únicamente podría ser mejor si Iñaki Urdangarín fuese el padrino de bautizo de Froilán.