Civilización y barbarie

In Flanders fields the poppies blow
Between the crosses, row on row,
That mark our place; and in the sky
The larks, still bravely singing, fly
Scarce heard amid the guns below.

We are the Dead. Short days ago
We lived, felt dawn, saw sunset glow,
Loved and were loved, and now we lie
In Flanders fields.

John McCrae, In Flanders fields.

La dicotomía entre si  el ser humano es bueno por naturaleza o si, por el contrario, es un títere de los bajos instintos, es un tema de extenso debate que lleva enquistado en discusiones filosóficas desde hace siglos. La verdadera naturaleza del hombre es sin duda algo muy complejo, y por eso cualquier respuesta a la pregunta de qué impera en esta supuesta dualidad requiere un verdadero esfuerzo de estudio y reflexión.

No obstante, si investigamos concienzudamente la historia de nuestra civilización, podremos encontrarnos con numerosos momentos que nos hacen replantearnos seriamente si esta dualidad es realmente existente, puesto que la locura, el odio, el miedo, la irracionalidad, el fanatismo, la superstición y la violencia nos llevan acompañando desde siempre, lo que puede llevarnos a la conclusión de que la maldad es inherente al ser humano. La Gran Guerra fue uno de esos momentos; situaciones en las que la moral no es ni más ni menos que un concepto desechable, donde todo lo que se supone que es bueno y puro queda reducido a frágiles cenizas, y lo más crudo de la realidad humana florece bajo una lluvia de proyectiles y gases asfixiantes. Siempre en un segundo plano tras su hermana mayor, mucho más conocida y cinematográfica, este conflicto vive este año su centenario, siendo así una ocasión perfecta para dar a conocer un episodio de la historia europea y mundial que cambiaría para siempre y de forma irreversible el mundo entero.

Situaciones en las que la moral no es ni más ni menos que un concepto desechable, donde todo lo que se supone que es bueno y puro queda reducido a frágiles cenizas.

Pongámonos en situación. Estamos en el 28 de junio de 1914 en Sarajevo, actual capital de la Bosnia-Herzegovina, pero que por aquellos lares era una importante ciudad balcánica en manos del Imperio Austrohúngaro. Éste era aún un importante Estado europeo, a pesar de no ser en aquel momento el reino de ensueño  de las soporíferas películas de Sissi. El heredero de este imperio, el Archiduque Francisco Fernando, y su esposa  Sofía estaban de visita en la ciudad, lo que no era del gusto de una organización terrorista llamada La Mano Negra, que buscaba la independencia de los territorios bosnios de Austria-Hungría, e integrarlos en Serbia. La organización mandó a varios miembros con la intención de atentar contra el Archiduque y su esposa, de los cuales uno de ellos era un joven que estaba destinado a pasar a la Historia; Gavrilo Princip. Princip tuvo la increíble suerte que no tuvieron los otros cinco terroristas que seguían la comitiva austríaca. Desde una distancia aproximada de cinco metros, disparó dos tiros. ¡Bang! Impacto en la yugular de Francisco Fernando. ¡Bang! Impacto en el abdomen de Sofía. Las semillas de la devastación quedaban plantadas.

La guerra no fue algo que se quisiera evitar, sino que se buscó con cierto ahínco

Antes de continuar, es necesaria una explicación. A pesar de que el asesinato de Francisco Fernando es considerada tradicionalmente como la excusa oficial para el inicio de la IGM, la verdad es que casi cualquier cosa parecida pudo haber conducido a una guerra continental. La guerra no fue algo que se quisiera evitar, sino que se buscó con cierto ahínco.

Europa, 1914

Europa, 1914

Y no era para menos. Europa y, por extensión, las colonias afroasiáticas, era un enorme tablero de ajedrez en el que las potencias de la época jugaban para intentar alzarse con el predominio. Todo el mundo quería algo en aquellas últimas décadas del siglo XIX y primeras del XX; la Alemania del káiser Guillermo II quería alzarse como la mayor potencia económica y militar de la Europa Occidental, además de nuevas colonias donde vender sus productos y obtener materias primas baratas, ya que por su reunificación llegó tarde al reparto de África y recibió las “sobras” del mismo; Gran Bretaña y Francia querían conservar sus colonias,  frenar el crecimiento alemán y evitar que les superase, con el agravante en el caso de Francia del revanchismo por una humillante derrota en la Guerra Franco-Prusiana del siglo anterior; Rusia y Austria querían salidas al mar por la Península Balcánica, lo que convirtió este lugar en un escenario magnífico para que se iniciase el conflicto, con los intereses de las potencias europeas en juego, y sazonado todo con siglos de complicadas relaciones entre las diferentes etnias y nacionalidades de la península. En función de los distintos intereses y rencores, se perfilaron dos bloques; la Triple Alianza, formada por Italia, Alemania y Austria-Hungría, por un lado, y la Triple Entente, con la Gran Bretaña, Francia y Rusia por el otro.

Al atentado le siguió una auténtica tormenta diplomática. Austria, animada por Alemania, le declaró la guerra a Serbia un mes después, a lo que siguió la movilización general del aliado y vecino del país eslavo, el Imperio Ruso. Alemania finalmente declaró la guerra a rusos y a franceses el 1 y 3 de agosto respectivamente.

Se perfilaron dos bloques; la Triple Alianza, formada por Italia, Alemania y Austria-Hungría, por un lado, y la Triple Entente, con la Gran Bretaña, Francia y Rusia por el otro.

La guerra pudo haberse evitado, sin duda. Una conferencia de paz, diálogo entre Serbia y Austria… incluso con que Alemania o Rusia se hubieran pronunciado en contra. Pero nunca hubo una intención real de impedir el florecimiento del conflicto, ya que era la oportunidad que todos estaban esperando para verse cumplidas sus más chovinistas y radicales ilusiones expansionistas. Los países de Europa llevaban  años armándose, azuzando odios y viejas o nuevas rencillas, mostrándose unos y otros como la esperanza de la salvación de la cultura occidental contra a lo que suponían como crueles bárbaros. La juventud europea salía en tromba hacia los puestos de reclutamiento para participar en “la guerra que acabaría con todas las guerras”, algunos intelectuales expresaban su acuerdo con ir a las armas, ¡e incluso hubo partidos socialistas europeos que  priorizaron la unidad nacional  frente al carácter antibelicista de la Internacional! Por el contrario, a los objetores de conciencia se les tildaba de cobardes y desertores, internándolos directamente en la cárcel o en campos de trabajo tal y como fue el caso de Gran Bretaña. Todo el mundo se imaginaba con que la guerra duraría (¡como mucho!) un par de semanas.

Anuncio de la guerra en Munich, 1914. ¿Alguien reconoce a este sujeto?

Anuncio de la guerra en Munich, 1914. ¿Alguien reconoce a este sujeto?

Los alemanes pusieron en marcha el “Plan Schlieffen”, una estratagema que desde 1905 había presidido los planes germanos en caso de una hipotética guerra europea. Consistía en avanzar por el norte de Francia cruzando previamente Bélgica (una nación neutral), ocupar los puertos de la costa, y finalmente avanzar sobre París, todo ello antes de que Rusia reaccionara. Era un plan astuto, sin duda, que estuvo realmente cerca de funcionar. Pero entre la resistencia que se encontraron en terreno belga, la renuncia a divisiones para frenar el ataque de los rusos y las modificaciones de última hora al plan, permitió que Francia organizase mejor su defensa, además de que la Gran Bretaña se unió al conflicto por la violación a la neutralidad de Bélgica. En septiembre la situación se tornó en un estancamiento de ambos ejércitos. Para colmo de males, Italia había abandonado la Alianza.

¿Pero no era esta la guerra que iba a durar sólo un par de semanas? ¿Qué había pasado? Muy sencillo, que los mandos militares no se habían dado cuenta de que las técnicas propias de las guerras napoleónicas habían quedado anticuadas hacía mucho. Los nuevos inventos, como la ametralladora, el avión, el gas mostaza o el submarino habían entrado en escena, presentando una nueva y revolucionaria manera de poner en práctica la actividad más antigua del hombre; la guerra de trincheras.

En septiembre la situación se tornó en un estancamiento de ambos ejércitos. Para colmo de males, Italia había abandonado la Alianza.

Imaginad sólo por un momento como debía de ser vivir allí; agazapados en las trincheras excavadas en la húmeda tierra, con el sonido de los disparos y de los obuses como banda sonora ambiental, viendo a tus compañeros con uniformes igual de raídos y miradas igual de cansadas que la tuya sucumbir a una infección por una herida de bala, la ceguera por el gas mostaza o la pérdida de algún miembro por una explosión de artillería. Seres humanos, que simplemente estaban esperando con miedo, valor, resignación o ardor la orden de salir de la trinchera para arrebatarles a sus enemigos un pedazo más de tierra.

Por supuesto, la guerra no cesó, ni muchísimo menos. La sociedad de los países beligerantes se puso al servicio de la causa bélica, suministrando a sus ejércitos ropa, armamento, vehículos y alimentos. Todos esos pertrechos provenían de las humeantes fábricas, en las que ahora trabajaban las mujeres (la mano de obra masculina estaba muy ocupada matándose por su país). Esto será un primer paso para el movimiento feminista, puesto que si ellas trabajaban como los hombres, nada les impedía votar como ellos.

La propaganda se puso manos a la obra, haciendo una intensa labor creativa para que la moral de la población  o de los soldados no decayera en ningún momento, deshumanizando al enemigo mostrándolo como un ser dantesco y carente de todo sentido racional. También pintaba a los soldados autóctonos o aliados como superhombres capaces de toda clase de prodigios para lograr la victoria final.

Propaganda francesa.

Propaganda francesa.

Una vez descartada la ofensiva tradicional (una ráfaga de ametralladora era un buen motivo para justificar ese descarte), los germanos decidieron  en 1915 probar con otra táctica. El submarino, inventado por el español Narcís Monturiol en 1864, fue usado con gran inteligencia por los alemanes, ya que era un arma sigilosa y efectiva, con la que hundían barcos a diestro y siniestro e imponiendo su ley por el Atlántico adelante. ¿La pega? Que empezaron a hundir barcos indiscriminadamente, lo que no gustó demasiado a los Estados Unidos y que, a la larga, sería la justificación de su entrada en la Gran Guerra.

Volviendo al continente, la Gran Bretaña, por sugerencia del por aquel entonces Primer Lord del Almirantazgo Winston Churchill (futuro estadista y Premio Nobel) probó una estrategia para romper el estancamiento de la guerra; arrebatar el control de los estrechos de los Dardanelos y del Bósforo al Imperio Otomano, que se había unido a los Aliados a finales del primer año de conflicto. Pero antes debían controlar la estratégica península de Gallípoli, para lo cual desembarcaron el 25 de abril  de 1915 unos 17.000 soldados neozelandeses y australianos. Pero no contaban ni con los 40.000 soldados turcos ni con el hundimiento de uno de sus barcos. Fue un gran fiasco, que se tradujo en la destitución de Churchill y en la continuación del estancamiento.

En este año también se abrieron otros frentes, como Oriente Medio o en las escasas colonias africanas alemanas. Ya un año antes Japón le había arrebatado a Alemania sus bases y territorios en China y el Pacífico. Pero el grueso de la guerra fue el continente europeo, durante todo el tiempo que duró el conflicto.

En 1916 la situación pasó a ser una guerra de desgaste. El objetivo ahora era agotar moral y económicamente al adversario, obligarlo a que usara todos sus recursos y que jugase todas sus cartas. Fue un año de encarnizados combates, como la batalla naval de Jutlandia (31 de mayo-1 de junio), o las ofensivas alemana y francobritánica respectivamente de Verdún (21 de febrero-19 de diciembre) y el Somme (1 de julio-18 de noviembre). La artillería, los bombardeos, las ametralladoras y el gas mostaza causaron cifras verdaderamente dantescas y sangrientas, que causaron una gran conmoción en la opinión pública de los países del conflicto. Para hacerse una idea, en Verdún hubo, entre alemanes y franceses, 262.000 bajas. En el Somme, cifras parecidas. Una auténtica locura, un baño de sangre como no se había visto jamás en Europa, el delirante retrato de una guerra que se presumía corta y acabó eterna.

Verdún, 1916.

Verdún, 1916.

1917 fue al año clave, pues dos importantísimos acontecimientos de la guerra ocurrieron en ese año. Primero, la intervención americana, ya que los estadounidenses estaban hartos de los ataques indiscriminados de submarinos, y que se descubriera un telegrama en el que Alemania proponía a México atacar los Estados Unidos en el momento que éstos entraran en el conflicto europeo a cambio de territorios perdidos como Texas, Nevada o Arizona fue la gota que colmó el vaso.

El otro acontecimiento fue la Revolución Rusa. Aunque tras la abdicación del tsar Nicolás II no se decidió acabar con el conflicto con Alemania, la posterior Revolución Bolchevique con Lenin a la cabeza dio un giro a los acontecimientos (huelga decir que fue Alemania quien permitió el paso del tren que llevó a Lenin a Rusia desde Suiza). En diciembre de ese año, la nueva Rusia socialista pactó la paz de Brest-Litvosk con los alemanes, a cambio de grandes pérdidas territoriales en Polonia y el Báltico.

Con un problema menos, Alemania preparó en 1918 la ofensiva definitiva contra la Entente.  Era su última oportunidad; atacante o defensor, quien más resistiera ganaría la guerra de una vez por todas. Pero había llegado tarde, muy tarde, ya que los americanos estaban en suelo continental, y junto a los francobritánicos resistieron el ataque de Alemania. Después de esto, todo se precipitó; los Aliados fueron cayendo uno tras otro (Austria-Hungría, el Imperio otomano, Bulgaria), y en suelo alemán hubo una serie de levantamientos revolucionarios, que culminaron con la abdicación de Guillermo II y la proclamación de la República Alemana (los USA exigían negociar con un país democrático). El 11 de noviembre de 1918 Alemania se rinde .Fin del conflicto.

Después de esto, todo se precipitó; los Aliados fueron cayendo uno tras otro.

En junio de 1919  los países de la Alianza derrotada firmaron en París un conjunto de tratados de paz y acuerdos, cada uno con nombres de palacios de la ciudad. El que firmó Alemania, el de Versalles, fue especialmente humillante, ya que aparte de ceder territorios a las potencias vencedoras y de pagar indemnizaciones de guerra, también debía de aceptar la culpa por desencadenar el conflicto, una humillación que quedaría en el corazón de los teutones hasta que fue convenientemente rescatado por un excombatiente de esa guerra. Pero bueno, ésa es otra historia…

Alegoría del revanchismo francés en el Tratado de Versalles. Portada de Le Petite Journal.

Alegoría del revanchismo francés en el Tratado de Versalles. Portada de Le Petite Journal.

20 millones de muertos, 20 millones de heridos, el fin de los Imperios otomano, ruso y austrohúngaro, la desaparición del II Reich alemán, pobreza, miseria, vidas rotas. Ésta es la elevada cuenta que tuvo que pagar Europa por preferir el derramamiento de sangre a la palabra y el diálogo. Un conflicto que sembró nuevos odios y revanchismos, que aún perduran en la memoria colectiva de los europeos, como viejos y silenciosos fantasmas de nuestro sangriento pasado.