La tristeza del Apóstol Santiago. Capítulo XVI: Bajar a los infiernos

(Nota del autor: Debo pedir disculpas por lo burdo de los tercetos y, especialmente, por lo forzoso de los ripios: pero para parodiar a Dante en una bajada al erebo, se requiere a veces que chirríe la lengüeta de los versos improcedentes. Mi perdón al lector por las molestias que su composición y su longitud puedan causar. )

Canto I
En mitad de la vida (o eso creo),
mecido aún por el río de orina,
comienzo a percibir el ajetreo

del que nace la pérfida neblina…
Abondono el tonel, y me apeo
en Praza Roxa, y predomina

en el viento un denso olor a ceniza,
guiando hasta un local que quien penetra
se degrada, se pervierte, se idiotiza,

usa con ignorancia cualquier letra,
asume una conducta cambiadiza
y acepta los peligros de su uretra.

Y es tanto el frío donde me aprisiono
que, agarrotado como el granito
del rostro de algún que otro falso icono,

me aviene un escalofrío infinito,
desangrada mi piel hasta el encono,
y estólido mi discurso erudito.

Balbucea la multitud su insulto
hacia el dios de neón de las ciudades,
y ultiman los axiomas de su culto

entre exabruptos y frivolidades:
con mi aspecto trasnochado, resulto
(entre los cuernos de infidelidades)

un impío de dogma improcedente,
un bobo blasfemo de la virtud,
y se mueren las aves del saliente

tomando como insólito ataúd
las centellas de la luz fluorescente:
brindarán los reos a su salud.

Canto II 
Cae la noche como una lluvia oscura
y una larga cadena de borrachos
intenta mantenerse en su postura

y, sean de ciudades o poblachos,
miden su incipiente musculatura
para evaluar su condición de machos.

Se dirían todos hechos de potaje,
de cremas para un cutis ex-hirsuto,
donde un pelo de barba es un ultraje:

exige la costumbre lo impoluto,
se prefiere la nobleza del traje
con el que se debe guardar el luto

o si no, bien valdrá llevar un polo
que case con los pulcros pantalones;
lo importante de este inútil protocolo

es dejar bien claras las intenciones
con las que uno se aproxima al Apolo:
vaciar el alma de los cojones.

apolo

Canto III
¿Y qué decir tiene de las mujeres
que lucen lo último Dolce & Gabana,
que exhiben su perfil como alfileres,

que beben gratis si les da la gana,
y que abusan del candor y sus poderes
por un fugaz encuentro en la mañana?

Zozobran puestas sobre sus tacones,
y ven cómo su fe se desmadeja
cuando se van pasando las canciones

y hasta la que tiene un gato por ceja,
(y qué mal le quedan esos mechones)
se marcha con una nueva pareja…

De traslúcida tez, en su fracaso
estético se observan los preceptos
con los que se adecenta un buen payaso,

y en sus cuerpos (tan pobres, tan ineptos,
tan símbolos ardientes del ocaso),
se hinojan los patéticos adeptos.

Algunas son enjutas como dagas,
y resbala por lo magro de su espina
un sudor que se nutre de sus llagas.

Otras, gordas como ojos sin retina,
muestran inconscientemente sus bragas
con su bamboleo de oxitocina.

Canto IV
Hasta mí llegó el olor a colonia
barata de aquellos engominados:
una mezcla de azufre y de begonia,

y un hedor a pescuezos calcinados,
confirmó mi llegada a Babilonia
a servir con los otros derrotados.

Hice cola con miedo y disimulo:
no quería que mi maltrecha fama
se contagiase de lo que (calculo)

eran noventa aspirantes a dama
y doscientos diez vestidos de chulo.
Así de trágico era el panorama…

La cola, de tan fértil en libidos,
exhalaba bocanadas de hormonas
que doblaban el pliegue a los vestidos;

las pasiones, tan tristes y ramplonas,
conjugaban lo peor de los sentidos
y los ojos se iban a las tetonas.

El veterano, cansado sin remedio,
esperaba paciente a que su presa
sucumbiese al estrógeno y al tedio

para, con hábil tacto y por sorpresa,
iniciar la conquista y el asedio
y confiar en que fuese una tigresa.

Canto V
Aún seguía en la calle haciendo cola
cuando una ebria estudiante de primero
me dijo: “Hey, a mi amiga le mola

tu aire de tío duro y puñetero”,
y apuntó con el dedo a un queso en bola
que lanzó por el aire un beso artero.

“Que comparta ilusión con otro iluso”,
dije con forzada diplomacia;
“me interesa menos que hablar el ruso”.

Confesó a su amiga mi contumacia,
y me hizo una peineta muy al uso
de Capello, por ejemplo (o verbigracia).

capello

Canto VI

Delante de mí en la cola se hallaba
una cuadrilla de chicas inmersa
en una charla donde se escuchaba:

“Vi Mujeres y Hombres y Viceversa,
¡y yo a ese Yago es que me lo follaba!”,
gritó una con estridencia perversa.

“Pues yo siempre fui más de Rafa Mora;
¿y lo puta que es la Emma García?
¡Que Rafa me lo coma todo ahora!”.

“No me seas tan puta, Estefanía;
tenemos que ver hoy si se desflora
Sara, que ya va siendo hora, hija mía”.

Y le acarició el hombro a una discreta
muchacha, resuelta en breve decoro,
que se rió con carcajada inquieta:

“No sé si puedo vender ya el tesoro…”.
“Mira, tú lo coges por la bragueta
y te dejas de hablar como un loro;

después, se la vas poniendo más dura,
y mientras le acaricias la puntita
con suma delicadeza y ternura,

vas bajando hasta poner la boquita
muy cerca del nivel de su cintura,
la chupas y verás cómo se excita.

Después te desnudas y te subes
y dejes que penetre lentamente;
ten mucha precaución y no te entubes

por el culo, que duele; lo siguiente
serás tú, que andarás ya por las nubes
del placer, disfrutando y muy caliente”.

“¿Y el tema de lo de la protección?
¿No debería obligar a que el chico
se pusiese, por si acaso, un condón?”

“Para nada: yo siempre lo practico
sin él: mejora la penetración
y si él lo lleva, yo no humidifico”.

Canto VII
Cuando finalmente encaré al portero
(qué futbolística quedó esta frase)
y me juzgó suspicaz y severo,

dudé si los mezquinos de mi clase
se quedarían en el candelero;
me sorprendió cuando me dijo “Pase”,

y pagué mi presencia en las entrañas
del local más infame y asqueroso,
pero (¡malditas sean sus pestañas!)

debía encontrar a Julia Veloso,
y sobreponiéndome a las migrañas
bajé las escaleras celeroso.

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Canto VIII
El lugar que describo es verdadero:
no crean que, llevado por el asco
y por escribir ficción, lo exagero.

El gentío, embotado en el atasco,
se movía sin un rumbo certero,
como si escapasen de algún chubasco.

Cuerpos fundidos en la confusión
de la bruma densa e impenetrable
como cadáveres del botellón,

y un chirrido hiriente e interminable
sonando por toda la habitación,
trepanando el oído como un sable,

una tortura que nadie merece,
un crujido a crematorio palpable
del que todo sufrimiento adolece.

Un llano baldío y yerto, transido
de mustias columnas hechas de miedo,
donde perpetra el orgullo su olvido

y se ahoga, en un llanto triste y quedo,
la civilización del ser leído,
la calma del cadáver en el ruedo.

La vista no cubría todo el daño
de aquel delirio de carnes sin vida;
escuece en el espíritu el engaño

de tanto ser humano en plan suicida,
sorbiendo los inviernos en el baño,
llorando por la angustia inmerecida…

Canto IX
Un yermo de perfiles inhumanos ,
imposible la flor de sus deseos,
moviendo con desidia pies y manos,

y en sus frenopáticos contoneos
caen sobre sus sombras y, aunque ufanos,
se ahogan entre asfixiantes jadeos.

El pensar es aquí una extravagancia;
tan sólo del sudor de la vehemencia
se componen su esencia y su fragancia.

Son diseños perfectos de la ausencia,
artículos de eterna redundancia,
desechos despojados de conciencia.

El semen ha empapado la tarima;
la galería de abiertos escotes
confirma la esperanza y la sublima.

Se suceden los varios despelotes;
por el amplio rechazo, ya ni rima
mi insana presencia con sus rebotes.

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Canto X
Y el monótono chirrido persiste,
y las masas bailando sin mesura
confirman que aquí la razón no existe.

Todo se tambalea y desfigura:
no hay locura mayor que la que viste
las paredes de esta ardiente tortura.

Y un cúmulo de babas en la barra,
y un tiempo para siempre derrochado,
y una actitud cínica y macarra

y el miedo se voltea en el costado
como en el corazón de una guitarra
que calla porque ha oído demasiado.

De tanta vanidad, crean tormentas;
de tanta ignorancia, ya hay empatía
entre los don juanes y las jumentas.

La seducción se vuelve una agonía
cuando el corazón hacia el que atentas
está hecho de idiotez y tontería.

Canto XI
El caso es que registré toda la sala
con juicio perspicaz y escrupuloso
(tengo un pedigrí que siempre me avala)

y clamé otra vez por Julia Veloso;
alguien me disparó, pero la bala
impactó contra un cubata roñoso.

Seguí el ciclo de donde vino el tiro,
sorprendido que nadie se moviera,
y disparé contra el otro en un suspiro.

Mi bala se le alojó en la pechera;
su ropa se empapó como un papiro
de sangre desfilando en una hilera.

Liberé a Julia Veloso por poco:
el Apolo aún rezumaba indecencia
y todos copulaban a lo loco.

Volvimos a la calle con urgencia:
al fin a salvo (y madera toco)
Julia pormenorizó su experiencia.

De Perú apenas sabíamos nada;
de dónde estaba el Halo, casi apenas.
Acordamos que, en la nueva jornada,

hablaríamos con Gayoso por las buenas:
faltan pistas en esta encrucijada
donde todos se comportan como hienas.

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