Breve e incompleta historia de la música zafia (Vol.1)
La música mueve masas con un nivel de fanatismo casi equiparable con el delicioso circo anestésico de nuestra suerte de patria. Desde Operaciones Triunfo rancias, hasta siniestros grupúsculos que discuten sobre si el progressive-transpostcore higfive gore-tex metal dejó de estar de moda en el 2004 , siempre se observa una afiliación, un carné de partido, véase una vergonzosa colección de grandes éxitos de Chenoa en la guantera (de los primeros discos, los buenos) o camisetas de grupos aleatorios que no conocen ni en su casa, del estilo Pencil Flamingo Station, o Static Babuino.

Os presento a I Love You But I’ve Chosen Darkness (o ILYBICD). Lo están petando en los guateques.
La banalidad bien usada es una de las armas más poderosas de la cultura
Los dos comparten una característica clave, y es que son música seria. Buscan crear una serie de alteraciones psico-emocionales en el receptor del mensaje para producir un efecto de belleza. Y oye, eso está genial. Bienvenido sea, aunque yo por lo menos, necesito desconectar de todo eso. ¿Dónde queda la estupidez, la canción absurda, la rima tonta, el desprecio gratuito? La banalidad bien usada es una de las armas más poderosas de la cultura. Al banalizar, ignoras, das la espalda a un sistema, a una idea, o simplemente a alguien muy pesado. Es, definitivamente, un arma de doble filo, que ha sido empuñada por algunos de los artistas más estrambóticos de la historia.
Esto viene de muy atrás, eso sí. Pregúntate lo siguiente: Qué prefieres, ¿vivir trabajando como un burro, oliendo mal y comiendo berzas para estirar la pata a los treinta años o pasarte el resto de tu vida encerrado entre cuatro paredes cantándole a la virgen? ¡Bienvenido al medievo! Si bien las dos principales opciones no eran muy apetecibles, siempre podías entregarte a una vida de pecado musical y Rock and roll gregoriano y meterte a goliardo. Estos simpáticos vagabundos se dedicaban a liarla parda por los burgos adelante, escandalizando a las esposas de los maestros del gremio y sirviendo de excusa para las diatribas de los curas honrados. Los goliardos, concentrados principalmente en ciudades, estaban compuestos principalmente por clérigos errantes y estudiantes sin un duro que se dedicaban a beber vino, apostar, y montar las mejores juergas del reino. Ellos crearon la “Fiesta del culo” en París, donde se llegaba a meter un burro en la iglesia y se alababa… por su culo. ¿Que esperáis en la fiesta del culo?
El mayor archivo recopilatorio de estos simpáticos textos es el de Carmina Burana. Al echar un vistazo a los poemas se puede observar que el ritmo ya invita a cantarla con una pinta en la mano y una generosa tabernera en la otra. He aquí una traducción macarrónica de uno de sus poemas: Cuando estamos en la taberna.
“In taberna quando sumus”
Cuando estamos aquí en la taberna,
aún siendo polvo, nos dejamos de preocupar
si los dados, que lanzamos ágilmente,
para siempre nos harán sudar.
Lo que ocurre dentro de la posada
(donde el dinero es el verdadero anfitrión)
tiene respuesta dicha cuestión,
así que, a lo que diga, pon atención:
Algunos hacen trampas, otros beben,
algunos se hunden en la indiscreción,
pero aquellos que simplemente juegan
terminan completamente desnudos al final;
algunos emergen vestidos de nuevo,
otros vuelven vestidos con un saco.
¡Aquí nadie teme a la muerte;
el nombre de su aliento es Baco!
[…]
Bebe el maestro, bebe la maestra,
bebe el soldado, bebe la monja,
bebe la sirvienta, bebe el chambelán,
bebe la liebre, bebe el caracol,
bebe el negro y bebe el pálido,
bebe el hombre sabio, bebe el insenstato.
[…]
¡Bebed por este hombre,
bebed por aquél otro!
¡Beban cien hombres;
que los que beban sean mil!

Así tardó tanto Geoffrey Chaucer en sacarse filología inglesa
Después de la terrible resaca de la alta edad media, llegan los trovadores con sus cantigas de escarnio y maldizer. Las de escarnio son más finas y elegantes, irónicas, y con menos tacos. Las de maldizer son una auténtica oda al insulto, aunque lo que antiguamente era un arte, ahora son ofensas graves al honor de las personas físicas (o alguna farragosa terminología por el estilo). Eran desde luego un aire fresco entre toda esa marabunta de poesía pegajosa y dirigida a los varones no primogénitos para que no tomaran mujer y se dedicasen a la guerra, que era lo suyo. La cantiga de maldizer era caricaturesca, algo gratuita, divertida, exagerada. En muchos casos, el odio entre autores era tal que se dedicaban auténticas antologías de insultos entre ellos, al más puro estilo de las peleas de gallos.
Durante un par de siglos la gente se volvió bastante seria, y escribía cosas tan aburridas como La divina comedia, La celestina o Romeo y Julieta. Bah, ellos se lo perdieron. La cosa se puso interesante en el siglo de oro con las letrillas, pero lo de cantar por la calle estaba bastante mal visto. Haciendo una pequeña (y conveniente) elipsis de tan sólo un puñado de siglos, nos situaríamos en la década de los sesenta, que tiene más miga el tema. Greñudos que saltan en el barro celebran el renacimiento de la contracultura a golpe de porro (y demás cositas) y canción protesta. Janis Joplin se deja la garganta reventando tímpanos, Bob Dylan nos obliga a meter las botellas de vidrio en el contenedor verde, y Hendrix mata a dios a lengüetazos (tiene la mala costumbre de revivir, pero no somos quién de quitarle la ilusión al maestro).
Por aquella, unos lozanos y bigotudos mozos de Liverpool andaban triunfando por el mundo adelante con su banda de rock and roll. The Beatles, creo que se llamaban. Un día, un tipo llamado John Lennon recibió una carta de un fan en la que preguntaba por el significado de su canciones para poder hacer un trabajo de inglés. Lennon, ante tal situación, se propuso hacer la canción más indescifrable del mundo, un poquito por joder, con referencias a Ginsberg, a Lewis Carrol y al Finnegan’s Wake de Mr. Joyce, tres autores muy difíciles de interpretar por el carácter onírico, desestructurado e irracional de sus obras, las cuales emplean un discurso enmarañado y ramificado donde se tuerce el espectro de la realidad. Vamos, que eran una “rallada”. Así nació I am the Walrus , probablemente la canción más absurda de The Beatles. A pesar de las referencias cultas a otros autores, es una canción sin demasiado contenido, y eso es lo que la hace tan divertida. En realidad, es extremo catalogar a los Beatles como zafios con esta canción a pesar de hacer apología de las drogas duras y alguna referencia sexual sin mucha importancia, pero, usando una lógica parecida, todos somos el hombre huevo, además deberías ver cómo el pingüino Hare krishna y la sardina de sémola escaladora le pegan una paliza a Alan Poe. ¿Ves? ¡No tiene sentido! ¿Por qué mi argumento debería tenerlo?
La canción zafia sigue muy vigente hoy en día, con algunos grandes como Los gandules, el Reno Renardo, Mamá Ladilla o Gigatrón, así como el festival Mundo Idiota, en Salamanca, que intentaré ampliar en la segunda parte de de esta breve e incompleta historia de la música zafia, junto con la movida madrileña, que también tuvo su tela. Y, recuerda: Cuando te entren ganas de analizar la técnica poética de los trabajos tempranos de Leonard Cohen, pon a Las Grecas y espera a que pase la tormenta.

¿De verdad te vas a perder esto?