Nacho Vegas: ¿resituación o transición?
Nacho Vegas ha vuelto a la palestra del panorama musical con su último trabajo publicado, Resituación (Marxphone, 2014): un compendio de once canciones de marcado carácter político. El álbum ha sido recibido de forma dispar tanto por parte de la crítica como por parte del público, tildándolo en ocasiones de tendencioso y poco inspirado y, en otras, de enésima obra maestra. Pero… ¿Quién está entonces en lo cierto? ¿Los que lo defenestran ahogados por la decepción o los que lo encumbran cegados por una admiración irracional? En Compostimes tratamos de encontrar la respuesta.
El principal problema del disco no radica, como muchos creen, en el giro temático que ha dado el universo Vegas, decantándose casi en exclusiva, aun conservando por momentos su personal y desastrado sarcasmo, por la denuncia social y los aires de canción protesta; sino en el enfoque obsesivamente colectivo y su cuestionable forma de llevarlo a cabo, tanto en el aspecto musical como en el lírico. Y es que si Nacho Vegas es quien es, probablemente el cantautor más influyente del panorama español de la última década junto a Quique González, es precisamente por la solvencia poética de sus letras, por su capacidad única de trasladar una visión egoísta y particularísima a la experiencia común y por el uso de un entramado musical con pocos alardes pero jamás gratuito. Todo esto es lo que se echa en falta durante gran parte de Resituación.

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Otro aspecto que lastra el resultado final es León Benavente, el emergente grupo amparado por el propio Vegas y liderado por Abraham Boba junto a otros habituales escuderos de Nacho, tanto en carretera como en estudio. Se dice que las comparaciones son odiosas y esto tampoco ayuda demasiado al nuevo trabajo del gijonés. Generalmente, es complicado medir una obra musical en función de otra incluso cuando ambas se suscriben a un mismo género pues, el contexto en el que se producen y la perspectiva que toman, aunque vayan en una misma dirección, suelen transcurrir por caminos diferentes de muy difícil conjugación. Pese a ello, el primer largo de la formación madrileña sí que sirve para ello y no ayuda, precisamente. La temática social también impregna la gran mayoría de los temas de su álbum de debut, León Benavente (Marxphone, 2013), como de su EP Todos contra todos (Marxphone, 2013), pero con una diferencia notable en el trato de las letras que supone un punto a favor frente a la producción veganiana. Canciones como la que da título al EP, Las ruinas o Avanzan las negociaciones nos ofrecen una misma visión compartida con la de músico asturiano: la de una sociedad apocalíptica y corrupta siempre injusta con el más débil. Sin embargo, Boba y su tropa lo llevan a cabo manteniendo una distancia precisa que les salva de caer en lo panfletario, construyendo así una entramado atemporal e interpretable en cualquier época de conflicto. Por contra, Nacho se sumerge en un gusto desmesurado por la concretización, poniendo nombre y apellidos a cada una de las historias, lo que provoca que los temas funcionen sólo en contextos muy determinados y a corto plazo, con una fecha de caducidad innecesaria. Con el paso de los años podremos apreciar su trato melódico o alguna lograda imagen… Pero poco más. Y es que no estamos hablando de cortes como The Lonesome Death of Hattie Carroll u Only a Pawn in Their Game, sino de composiciones algo inferiores cuya trascendencia no va ser ni por asomo la de los versos de Dylan y, por consiguiente, estarán abocadas al polvo y al olvido.
El disco es disfrutable y pegadizo, con un contenido que procura ser hondo, pero es innegable que Nacho funciona mejor desde la individualidad que asumiendo idearios colectivos.
Pero no seamos tan catastrofistas y vayamos paso a paso. El álbum comienza con una pieza instrumental que recuerda al mejor Nacho de Actos inexplicables (Limbo Starr, 2001) y Desaparezca aquí (Limbo Starr, 2005), invitándonos a la esperanza. Los dejes morriconianos se hacen presa de cada nota, recuperando parte de la genuina sordidez perdida entre los inofensivos pianos de La zona sucia (Marxphone, 2011). Y es que Idenfesos nos hace olvidar por momentos la lastimosa ausencia de Xel Pereda durante el proceso de grabación, más concentrado ahora en su proyecto con Lucas 15. De momento todo funciona y, cuando avanza, Actores poco memorables mantiene el listón bastante alto, haciendo un interesante retrato de la sociedad actual a base de sarcásticas punzadas y adictivos fraseos que satirizan toda clase de personajes indolentes y conformistas, entre los que el propio Nacho se incluye, ironizando sobre su propia mitología. Tema certero que, pese a la pueril obviedad de algunas referencias (hoy le visten de azul y se gana la vida de torturador), alimenta la llama del optimismo.

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Sin embargo, a partir del tercer corte la maquinaria chirría; la confusión se adueña del oyente y uno empieza a preguntarse cuál es la relación entre el primer tema y el resto del disco. Ninguna. Así como en obras anteriores la pieza instrumental marcaba claramente el tono de las canciones que la seguían; aquí, su inclusión parece el resultado de una decisión arbitraria y, las dudas que manifiesta Nacho respecto a su uso como obertura en algunas de las entrevistas que ha concedido durante el último mes, no ayudan a sentirnos más seguros. Esta tercera y desconcertante canción es Polvorado, que se encauza mediante una propuesta que el autor asturiano lleva defendiendo desde hace algún tiempo: el uso de acordes mayores junto a melodías dulces y pegadizas para tratar temas escabrosos. Como bien ha señalado el propio cantante, es un recurso habitual en la música popular desde tiempos inmemoriales. Aquí y en Runrún o Libertariana song el planteamiento es acertado. Con melodías tan pegadizas no es raro descubrirse tarareando fragmentos de las tres canciones en situaciones de lo más insospechadas; con todo, las letras flojean, resultando infantiles y poco trabajadas, llenas de recursos que otros muchos (Silvio Rodríguez, Rolando Alarcón o Chicho Sánchez Ferlosio) han utilizado con mayor acierto antes que él. Versos como vienen de frente gigantes de azul/ con las bocas llenas de su democracia o pero ahora viene lo mejor, usted puede escoger/ este uniforme que es azulón o este otro tan mono que es beis; así como las manidas referencias al pan de los trabajadores o la imagen tan plana sobre la implosión del edificio de la R.A.E., hacen que las brillantes melodías no puedan salvar el contenido, desgastándose irremisiblemente.
Nacho se sumerge en un gusto desmesurado por la concretización, poniendo nombre y apellidos a cada una de las historias, lo que provoca que los temas funcionen sólo en contextos muy determinados
Peor panorama nos muestran las dos últimas canciones, que no aportan nada nuevo a los otros tres intentos y se sienten muy descompensadas pese al latente talento que encierran; son quejumbrosas y demasiado redundantes en su propuesta. Este testigo lo recogen también temas como Rapaza de San Antolín que, aunque entrañable, muy vaporosa, sale perdiendo y por mucho cuando la enfrentamos al otro amistoso homenaje que aparece en el álbum: Adolfo suicide, dylaniana y electrizante, llena de imágenes sólidas con el indefectible sello del universo Vegas. No todo está perdido, además, cuando a este composición se le suman la nostálgica Luz de agosto en Gijón y la libre adaptación al castellano de Devil Town de Daniel Johnston: Ciudad Vampira, donde el músico asturiano factura una de las mejores letras de su carrera: un retrato de su ciudad natal, desesperanzado y rabioso, en el que se combinan a la perfección la obsesión del artista por lo decadente con la vitalidad de un despertar obligado.

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Sin duda, hay que aplaudir a Nacho por haber grabado lo que él realmente quería, teniendo sólo en cuenta el punto emocional en el que se encuentra sin dejarse influir por voces disconformes. Ha elegido en base a sus deseos y eso siempre es un punto a favor del creador. Aun así, el resultado final es irregular y muy alejado de sus brillantes cuatro primeros discos. Se echa en falta la tensión dramática de obras anteriores y, sobre todo, un abanico de recursos más variado. Las composiciones se sostienen continuamente de la misma forma, empecinadas en la luminosidad musical y un uso de las estructuras a la larga repetitivo. Faltan intentos más anómalos que añadan matices como Seronda en Actos inexplicables, piezas de mayor solidez narrativa como Ella me confundió con otra persona o composiciones de la finura musical de Por culpa de la humedad. El disco es disfrutable y pegadizo, nada más lejos, con un contenido necesario que procura ser hondo y busca la reflexión del oyente; pero el músico asturiano funciona mejor desde la individualidad que asumiendo idearios colectivos. Ahora, y a la espera de su inminente gira, que el público juzgue.