El delicioso jardín de los deleites: Adentrándonos en el laberinto (I)
“Hay varias tablas con diversas fantasías que representan mares, cielos, bosques y campos […], pájaros y animales de todas clases y realizados con tanto naturalismo, cosas tan placenteras y fantásticas que, en modo alguno, se podrían describir a aquellos que no las hayan visto”
José de Sigüenza
El Bosco es uno de los pintores más emblemáticos del arte occidental pero, a la vez, también es uno de los que más incógnitas despierta a su alrededor. De origen burgués, nació en el seno de una familia de respetados artesanos y pintores procedentes de Aquisgrán (Alemania), y lo poco que se conoce acerca del artista holandés nos llega a través de su participación en la cofradía mariana Ilustre Hermandad de Nuestra Señora. Sus creaciones más características son los trípticos, entre los que destaca el Jardín de las Delicias. En todos ellos hace referencia constante a temas religiosos y la combinación entre su interpretación y ejecución le han catapultado al reconocimiento universal. Sin embargo, poco o nada nos ha dejado escrito el pintor sobre cómo descifrar su obra. Por ello, y como suele ser habitual, las imitaciones no se hicieron esperar, y las interpretaciones y suposiciones de críticos e historiadores en torno a la obra El Jardín de las Delicias tampoco.

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La pintura del Bosco resulta arcaica si tenemos en cuenta el notable empuje del Renacimiento italiano en este momento
El Jardín de las Delicias es el nombre con que conocemos al gran tríptico que reside en el Museo del Prado de Madrid. Sin embargo, se trata de un nombre moderno. No sabemos cómo lo llamó El Bosco en origen. Sin duda alguna, este dato hubiera disipado muchas dudas sobre su significado, pero de los que sí están seguros los expertos es que fue pintado durante los primeros años del siglo XVI. La pintura del Bosco resulta arcaica si tenemos en cuenta el notable empuje del Renacimiento italiano en este momento. La influencia que provenía con gran fuerza desde el sur de Europa no llegó a difuminar el conservadurismo de la pintura flamenca, que presentó una verdadera alternativa al modelo toscano que acabó invadiendo Italia.
Los primeros datos que conocemos del óleo flamenco están recogidos en las anotaciones que Antonio de Beatis, miembro del séquito del cardenal de Aragón, hizo en el palacio de Enrique de Nassau: “Después hay algunas tablas con diversas bizarrías, donde se imitan mares, cielos, bosques y campos y muchas otras cosas, unos que salen de una concha marina, otros que defecan grullas, hombres y mujeres, blancos y negro en actos y maneras diferentes, pájaros, animales de todas clases y realizados con muchos naturalismo, cosas tan placenteras y fantásticas que en modo alguno se podrían describir a aquellos que no las hayan visto”. Poca duda existe sobre qué obra describe. El cuadro tuvo muchos dueños: René de Chalôn, Guillermo de Orange, etc. Sin embargo, nos interesa Felipe II quien, tras adquirilo en una almoneda, lo entregó al monasterio del Escorial en 1593. En este momento comienza una nueva etapa para la obra. Completamente controlada e identificada, fue incluida en la famosa Historia de la Orden Jerónima, escrita por fray José de Sigüenza. Sus comentarios y descripción sobre El Jardín de las Delicias serían el punto de partida de la investigación de la pintura.
Sólo veía en el cuadro el espejo del mundo del pecado
Actualmente existen abundantes teorías que intentan justificar lo mostrado en la obra y se pueden agrupar en tres corrientes. La primera teoría, que goza de gran reconocimiento es la de José de Sigüenza. Justifica a El Bosco por su ingenio y se apoya en su pintura y en la autoridad del propio rey Felipe para asegurar que es persona de gran juicio religioso y moral. “Sus pinturas no son disparates, sino unos libros de gran prudencia y artificio […] es una sátira pintada de los pecados y desvaríos de los hombres”. Con estas palabras es como resume el historiador y teólogo Sigüenza su interpretación de la pintura y añade que, para conseguir diferenciarse de otros pintores de la época, “hace una pintura como de burla y macarrónica, poniendo en medio de aquellas burlas muchos primores y extrañezas, así en la invención como en la ejecución y pintura”, alabando así tanto el sentido crítico como su elaboración a través de burlas y extravagancias. Sólo veía en el cuadro el espejo del mundo del pecado. El Bosco obligaba a los espectadores a mirar el paraíso en él pintado como un contramundo inocente, en el que los conceptos de culpa y pecado no tienen cabida. En el infierno se pone al descubierto el mísero fin de nuestros afanes. Aquellos que hallen la felicidad en la música, en la danza o en los juegos; en definitiva, quien se abandone al goce efímero, “sufrirá en el más allá sin piedad los efectos de la cólera eterna”. Para Sigüenza, El Bosco es una artista audaz, imaginativo y bizarro, que presenta a los hombres no como estos quieren que se les vea, sino como son en realidad, y esta visión nos es positiva precisamente.

Detalle del Infierno | http://domuspucelae.blogspot.com.es/
La segunda teoría viene infundada, sobre todo, por el gran misterio que rodea el cuadro y que provocan todo tipo de especulaciones a su alrededor. Se dice que estas teorías de corte herético crecieron con fuerza desde el traslado de la obra del monasterio al Museo del Prado en 1939 para ser restaurado. Autores como Jacques Combe o Wilhelm Fraenger se encargaron de hacer hincapié en ellas en sus respectivos escritos. Combe sostenía que El Bosco conocía la alquimia y que se veían muchas referencias iconográficas en El Jardín de las Delicias. Pero, sin embargo, la más conocida es la de Fraenger. El autor alemán estudió no sólo El Jardín, sino toda la obra de El Bosco, y concluyó que el pintor había sido un adepto a la secta adamista de la Hermandad del Libre Espíritu. Según él, El Jardín de las Delicias habría sido encargada por el Gran Maestre de la Hermandad como obra programática. La nueva interpretación planteada por este autor representaría la inocencia del Paraíso en el tiempo de la Creación. Se pasa a continuación al Infierno, concebido como una etapa de purificación y por último el estado perfecto de la tabla central, la Edad del Milenio. Aquí la desnudez es un signo de inocencia, la purificación alcanzada hace al hombre igual a Dios y cualquier acto que realice no está sujeto a las leyes comunes. La teoría de Fraenger está elaborada de forma concienzuda y detallada. No obstante, sus métodos de búsqueda no son los apropiados en este tipo de investigación. Pocos, por no decir ninguno, son los documentos que demuestren la presencia de algún Hermano su ciudad de residencia en fechas anteriores o posteriores. Además, El Bosco no se privó en ningún momento de dejar constancia de sus creencias en otras obras, por lo que sería extraño que dejase pistas y señales en sus pinturas más famosas en aras de que naciese Fraenger (1890-1964) y descubriese la verdad.
Por último, nos encontramos con la tercera corriente. No es una única vertiente, sino que está compuesta por diferentes hipótesis con un punto común: la desconfianza en las otras teorías. La autora Lynda Harris conocía la procedencia aquisgranense de los antepasados de El Bosco. En este lugar se habían detectado grupos importantes de cátaros y, según Harris, los ancestros del pintor eran adeptos a esta corriente espiritual . Estos huyeron a los Países Bajos y allí se mantendrían fieles a sus creencias, que quedarían plasmadas en las obras del artista. Por otro lado, el estudioso Dirk Bax refuta estas teorías sosteniendo que representa metáforas con tintes bíblicos y folclóricos.
Lo que sacamos en limpio de todas estas teorías es que Jerónimo Bosco era un gran conocedor de su época. A pesar de que todas las hipótesis sobre este cuadro siguen aumentando, poco probable es que algún día lleguemos a saber cuál es su significado real. Mientras tanto, tenemos la oportunidad de seguir apreciándolo y continuar observando todos los minúsculos detalles que entraña.