Diez años de meigas y milagros

Varios compañeros celebran el primer gol de aquel 7 de Abril de 2004, obra de Walter Pandiani | Vía uefa.com
Andrea Pirlo golpea el balón con el guante que tiene en su pierna derecha para dibujar una parábola perfecta que bate a Molina, quien apenas puede tocar la pelota. Carlo Ancelotti disfruta del recital y con un gesto parece indicar “que siga la fiesta”. Su Milán ha desatado un infierno y el Deportivo de La Coruña parece un juguete roto, completamente superado por la situación. Para los aficionados blanquiazules, el sueño se ha transformado en pesadilla y los rugidos de San Siro parecen señalar el fin de trayecto. Quizás este desafío sí era demasiado grande.
En la temporada 2003-2004 el Dépor afrontaba su cuarta participación consecutiva en la Liga de Campeones. Las pasadas ediciones le habían servido para ganarse el reconocimiento de los mejores clubes europeos y sus victorias en los grandes estadios eran bien conocidas en el viejo continente. Aquel equipo parecía estar siempre a un paso de alcanzar las fases finales del campeonato y todos los años partía con opciones de dar la campanada. Dos eliminaciones en cuartos de final en 2001 y 2002 representaban un techo para los Valerón, Luque, Tristán, Naybet, Mauro Silva y Makaay. Pero en el otoño de aquel año 2003 el cuadro dirigido por Javier Irureta comenzaría el más memorable de todos sus recorridos europeos.
La liguilla de grupos de la primera fase finalizó con el equipo herculino en segundo lugar, clasificándose para unos octavos de final que por primera vez se resolverían en eliminatoria directa (anteriormente el pase se decidía en una segunda liguilla). Durante la disputa de estos primeros partidos Walter Pandiani se hizo con el puesto de delantero titular beneficiándose de la marcha de Roy Makaay rumbo a Múnich y el bajo nivel mostrado por Diego Tristán. El delantero uruguayo demostró su gran estado de forma haciendo dos goles en los octavos de final ante la todopoderosa Juventus de Turín. El equipo transalpino era el actual subcampeón de Europa y campeón de Italia pero de nada sirvió su condición de favorito. El recién nombrado Balón de Oro Pavel Nedvěd observó con impotencia como los goles del Rifle Pandiani decidían tanto el partido de ida como el de vuelta (0-1 en Delle Alpi y 1-0 en Riazor). El Dépor había completado una machada histórica y la fortaleza mostrada por los gallegos hacía pensar que éste podía ser su año. Ni si quiera el rival en cuartos, el Milán campeón de Europa y para mucho el mejor equipo del mundo, desanimó a una hinchada repleta de ilusión. No al menos hasta aquel 23 de Marzo de 2004.
Walter Pandiani demostró su gran estado de forma haciendo dos goles en los octavos de final ante la todopoderosa Juventus de Turín
El partido de ida en San Siro comenzó con una intensidad agobiante por parte de los dos equipos, conscientes de todo lo que había en juego. En un encuentro trabado la experiencia y el oficio de los italianos concedían cierta ventaja al equipo local. Pero fue una vez más Pandiani el que asestó el primer golpe aprovechando el despiste de la defensa rossonera a la salida de un córner. La hinchada blanquiazul enloquecía mientras Irureta pedía calma en la banda. El Milán mantuvo la compostura y Kaká puso el empate en el marcador al borde del descanso. Tras el parón llegaría una durísima bofetada de realidad para el Deportivo: Sevchenko, Kaká y Pirlo anotaron tres goles en ocho arrolladores minutos que cerraron el partido con un 4-1 que sentenciaba la eliminatoria. O eso se creía.
No es fácil describir con claridad todo lo que ocurrió en el partido de vuelta. Diez años han pasado y la locura de aquel día se mantiene como un recuerdo imborrable. En A Coruña no se olvidará nunca, ni en diez ni en cien ni en doscientos años. ¿Cómo olvidar la hazaña que representa el culmen de la etapa más gloriosa de la historia del club? ¿Cómo olvidar el espíritu de una afición que eligió creer porque asumir la derrota de antemano no era una opción? ¿Cómo olvidar el día en el que el mundo del fútbol volvió a creer en los milagros?
En A Coruña no se olvidará nunca el 7 de Abril de 2004, ni en diez ni en cien ni en doscientos años
El 7 de Abril de 2004 era miércoles de Semana Santa. A Coruña se teñía de azul y blanco y la pasión del fútbol engalanaba el ambiente como en las grandes citas. “Los milagros a veces ocurren” declaraba Irureta antes de dar comienzo el partido. Compartía pensamiento con los miles de aficionados que llenaban las gradas de Riazor. Allí habían ido a contemplar un milagro, y once futbolistas serían los encargados de cumplirlo. Europa entera asistía como testigo la noche en la que el Deportivo entró en la historia de la Liga de Campeones.
Para el Dépor las opciones de clasificarse pasaban por anotar un gol temprano. No fue otro que Pandiani, siempre Pandiani, el que anotó el primero a los cinco minutos con un disparo a la media vuelta. Media hora tardó en llegar el segundo gol, obra de Valerón que remató de cabeza un centro de Albert Luque. El estadio enloqueció y la remontada se veía más posible que nunca. El Milán sufría el mismo miedo escénico que fulminó a los gallegos en el partido de ida y el temblor de la grada se trasladó a las piernas de los italianos, que temían volver a casa vapuleados. No había finalizado el primer tiempo cuando la indecisión de la zaga milanista permitió a Luque plantarse frente a Dida y clavar un disparo en la escuadra. Aquel 3-0 certificaba la remontada y el mundo entero no podía creer lo que estaba viendo. En la segunda parte el delirio de la hinchada se tornó en nerviosismo, pues un gol del Milán eliminaba a los coruñeses. De nada sirvió el último intento de los italianos que aún tuvieron tiempo de sufrir un gol más obra de Fran, el eterno capitán. Con el pitido final el sufrimiento dio paso a las lágrimas en una noche que se alargó hasta los primeros rayos de sol. El Dépor estaba en semifinales de la Liga de Campeones.
Diez años después sigue siendo difícil explicar cómo pudo ocurrir todo aquello. Es ya una tradición popular el bromear con la ayuda recibida por parte de meigas o del Apóstol Santiago (Irureta tuvo que realizar una parte del camino como promesa por superar la eliminatoria). Algo divino parece rodear el 7 de Abril que, dejando a un lado las supersticiones, nos hace recordar aquella premonición del técnico deportivista. Porque sí, los milagros, a veces ocurren.