Y el Barça entró en el siglo XXI

En el verano de 1999, el FC Barcelona celebraba de forma descafeinada la consecución de su decimosexto título de liga. Aquel era el año del centenario del club y el gran objetivo no había sido otro que proclamarse campeón de Europa. Un sueño que terminó en tragedia con una temprana eliminación en la primera fase de grupos de la Champions tras unos convulsos meses al comienzo de temporada en los que la presencia en el banquillo de Louis Van Gaal llegó a correr peligro. Pocos creyeron que el holandés se comería el turrón en Barcelona pero tras una gran segunda vuelta el club catalán se alzó con el campeonato nacional. Van Gaal se había ganado su continuidad a pesar de que sus excentricidades y su tensa relación con las estrellas del equipo lo habían situado en el punto de mira de la prensa y afición culé. El Barcelona defendería título en la temporada del cambio de siglo contando con un gran plantel que comandaban Figo y Rivaldo, los dos mejores jugadores del mundo (con permiso del por entonces lesionado Ronaldo). Nadie podía imaginarlo, pero aquello era el comienzo de una larga pesadilla.

Van Gaal durante la presentación de Kluivert, uno de sus holandeses | Vía politiken.dk

Van Gaal durante la presentación de Kluivert, uno de sus holandeses | Vía politiken.dk

La relación de Van Gaal con el club se volvió insostenible. El vestuario estaba completamente dividido entre españoles y holandeses y las extrañas decisiones técnicas (Rivaldo estaba realmente molesto por tener que jugar en la banda) no hicieron más que enrarecer el ambiente. En un momento de máxima tensión, el entrenador holandés estalló ante una pregunta sobre los problemas del vestuario en la que sería una de las ruedas de prensa más esperpénticas que se recuerdan. Con todo, el equipo llegaría al tramo final de temporada con opciones de alzarse con todos los títulos. Fue en este momento decisivo cuando el castillo de naipes se derrumbó: Rivaldo (recién nombrado balón de oro) fue apartado del equipo temporalmente por negarse a jugar por la banda, el Valencia les endosaba un contundente 4-1 en semifinales de Champions, el Atlético vencía por 3-0 en la ida de semifinales de Copa del Rey y el Deportivo se mostró inalcanzable en la lucha por el campeonato de liga. La era Van Gaal se cerraba con la polémica renuncia a disputar la vuelta de semifinales de Copa del Rey en un pulso que el club mantuvo con la Federación por situar el partido en jornada de fútbol internacional. Sería el primero de varios años en blanco.

El club se vio inmerso en un proceso electoral durante el verano del 2000. Ninguno de los candidatos contó con Van Gaal en su programa electoral y los socios encumbraron a Joan Gaspart, anterior vicepresidente de José Luis Núñez. El nuevo entrenador sería Lorenzo Serra Ferrer, pero la gran novedad no vendría en las incorporaciones sino en la bajas. Florentino Pérez, recientemente elegido como presidente del Real Madrid, cumple su promesa electoral y ficha para su equipo (pago de cláusula mediante) a Luís Figo, por entonces capitán y estandarte del Barça. En Barcelona cundió el pánico, con Gaspart viéndose totalmente superado mientras amenazaba con fichar a Casillas (intentando ocultar su propia histeria) y con la palabra “Judas” protagonizando cada cántico de un Camp Nou desconcertado y herido.

Es difícil cuantificar el daño provocado por el fichaje de Figo. Ver como la estrella del equipo firmaba por el eterno rival reactivó el victimismo histórico que el Barcelona había mostrado frente al Madrid y que parecía haberse superado tras los éxitos cosechados por Cruyff a principios de los noventa. De repente el Barça parecía un equipo pequeño frente al inmenso potencial del club blanco (que tras el fichaje de Figo continuó con su política de reclutar estrellas). Un estado de ánimo depresivo se apoderó de toda la entidad azulgrana y el nuevo proyecto sufría un mazazo que lo dejaba herido de muerte antes de haber comenzado siquiera. No ayudó que el sustituto de Figo fuera el holandés Marc Overmars, lesionado desde su llegada al club y que apenas abandonó la enfermería durante su estancia en Barcelona. La temporada fue un completo desastre, sin aspirar a ningún título y destituyendo a Serra Ferrer a falta de siete jornadas para que Carles Rexach metiera al equipo en Champions en el último segundo de la última jornada por cortesía de una estratosférica chilena de Rivaldo.

Ver como la estrella del equipo firmaba por el eterno rival reactivó el victimismo histórico que el Barcelona

La temporada 2001-2002 siguió el guión de la campaña anterior. Rexach dirigía una plantilla que incorporó una gran cantidad de futbolistas que no terminaron de ofrecer el rendimiento esperado, siguiendo la tónica de los últimos años. Así el Barça invirtió grandes cantidades en la contratación de jugadores como Christanval, Rochemback, Geovanni, Andersson o la gran promesa del fútbol mundial Javier Pedro Saviola, un futbolista en el que el club depositó grandes esperanzas, pero que nunca consiguiría elevar la categoría del club. El equipo de Rexach solo pudo igualar el cuarto puesto de la temporada anterior al que habría que añadir una dolorosa derrota en semifinales de Champions frente a un Real Madrid claramente superior. Terminaba así el tercer año consecutivo sin títulos (el segundo sin aspirar a nada), con pañoladas constantes contra el presidente Gaspart y con un Rivaldo haciendo las maletas rumbo a Milán tras un campeonato más que discreto (como buen brasileño recuperaría el nivel a tiempo de ganar el mundial con su país ese mismo verano). La cosa pintaba mal, pero aún podía ir a peor.

Por aquel entonces Gaspart debió pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor o que más vale malo conocido que bueno por conocer. O ambas cosas, porque solo así se explica la vuelta de Louis Van Gaal a Barcelona en primavera de 2002. La segunda etapa del holandés al frente del equipo fue incluso más complicada que la primera, al menos en lo deportivo. Tras la marcha de Rivaldo el argentino Riquelme se haría con el número diez. Él y Mendieta, los dos grandes fichajes del verano, fueron elegidos como la cara visible del nuevo proyecto. Ambos supusieron una completa decepción y se unieron a una plantilla mediocre, de la que no se podía sacar mucho. Los resultados no fueron buenos en ningún momento y el entrenador mostró su disconformidad con la plantilla al prescindir de sus tres porteros para alinear al portero del filial, Víctor Valdés. La oportunidad ofrecida a varios canteranos de éxito (además de Valdés debutaron Andrés Iniesta, Oleguer Presas y Sergio García) fue la nota positiva del fugaz regreso de Van Gaal, destituido tras 16 jornadas de liga en las que un Barcelona en duodécima posición se acercaba más al descenso que al liderato. Radomir Antic se hizo cargo del equipo y finalizó la temporada en sexta posición, arreglando la situación como buenamente pudo. Antes de terminar la campaña Joan Gaspart presentaría su dimisión tras un largo historial de polémicas, incluyendo los altercados provocados por la visita del Real Madrid al Camp Nou en Noviembre de 2002 (Luís Figo cometió la osadía de lanzar los corners, que fueron aprovechados por la hinchada culé para arrojar todo tipo de objetos, obligando al árbitro a suspender el partido). En primavera de 2003 Joan Laporta sería elegido nuevo presidente anunciando una nueva esperanza en mitad del desierto.

Luís Figo sacando un córner en el Camp Nou. Todo un caramelo para la grada | Vía elpais.com

Luís Figo sacando un córner en el Camp Nou. Todo un caramelo para la grada | Vía elpais.com

David Beckham era el nombre que el presidente Joan Laporta utilizó como baza electoral para alcanzar la presidencia. El enfrentamiento que mantenía el jugador inglés con Alex Ferguson obligó al Manchester United a traspasar a su estrella, que sonaba con fuerza para reforzar al Barça. En ese momento Florentino Pérez vislumbró la posibilidad de asestar otro golpe a la entidad blaugrana y sedujo al siete de los Red Devils, que se unió a la plantilla de estrellas más importante que se recuerda. Laporta contraatacó firmando a Ronaldinho Gaucho, jugador que había sido pretendido por el Real Madrird antes de la contratación de Beckham, y lo que Florentino había asumido como una victoria más terminaría por estallarle en la cara.

El encargado de dirigir el nuevo Barça fue Frank Rijkaard, que contó con Ronaldinho como máximo responsable de poner la magia desde el primer día para recuperar la ilusión de una grada que había olvidado lo que era celebrar un título. Sin embargo los resultados tardarían en llegar y Rijkaard tuvo que soportar el desfile de nombres que sonaban para sustituirle tras un comienzo titubeante. Fue un refuerzo de invierno, Edgar Davids, el que aportó equilibrio al centro del campo y salvó a Rijkaard del despido con una gran segunda vuelta que alzó al equipo a la segunda plaza del campeonato doméstico. Este resultado era especialmente significativo porque situaba al Barça por encima del Real Madrid (que se había hundido en el tramo decisivo de la temporada) por primera vez en cuatro años.

En aquella esperanzadora segunda vuelta Rikjaard adoptó un sistema 4-3-3 como el propuesto por Van Gaal en su primera etapa y el juego del equipo mejoró significativamente con respecto a los años previos. Aquel verano de 2004 la secretaría técnica echó humo con la idea de completar un proyecto que había encontrado por fin una base. Riquelme se había ido la temporada pasada rumbo a Villareal y Saviola hacía lo propio para recalar en Mónaco. Rafa Márquez y Gio Van Bronckhorst habían llegado con Ronaldinho y Rijkaard y en ese 2004 se unirían jugadores como Belletti, Giuly, Larsson o Edmilson. Deco llegaría como estrella del Oporto, recientemente proclamado campeón de Europa y Samuel Eto’o sería la referencia en el ataque. El camerunés llegaba procedente del Mallorca pero la mitad de sus derechos de traspaso eran propiedad del Real Madrid, equipo que nunca le había ofrecido una oportunidad real.

Aquel verano de 2004 la secretaría técnica echó humo con la idea de completar un proyecto que había encontrado por fin una base

Aquel Barça comenzó la temporada lanzado, con un juego combinativo que desmontaba las defensas con jugadas de tiralíneas de Giuly y Ronalndinho, Eto’o buscando desmarques constantemente y Deco llegando desde la segunda línea. En defensa, una presión axfixiante sobre la salida del balón del rival confirmaban que aquel equipo estaba hambriento y que nadie los detendría hasta alcanzar el éxito. No tardaron en situarse líderes en solitario y en la decimosegunda jornada el duelo frente al Real Madrid, que llegaba cuatro puntos por detrás, serviría para definir a las claras las aspiraciones reales del equipo.

Nadie esperaba este partido con más impaciencia que Samuel Eto’o. Había llegado a Barcelona dispuesto a “correr como un negro para vivir como un blanco” y su mayor deseo era reivindicarse ante el club que lo había despreciado. Ese mismo verano Florentino rechazó su incoporación para incluir en su plantilla a Michael Owen (le hacía ilusión reunir tantos balones de oro como le fuera posible) contradiciendo los deseos de su entrenador José Antonio Camacho. Un Camacho que por este y otros motivos presentó su dimisión durante el primer mes de competición dejando a García Remón al frente del banquillo.

El Real Madrid de los Zidane, Ronaldo, Beckham y Figo llegaba al Camp Nou siguiendo una trayectoria irregular: el equipo no jugaba a nada y solo cosechaba un puñado de victorias gracias a los destellos individuales de sus figuras. Una preocupante falta de intensidad acompañaba al equipo desde el desastroso final de temporada pasada. El proyecto de Florentino mostraba claros síntomas de desmorone y un Barça enchufado no iba a tener piedad de su eterno rival. No después de tantos años de sequía y humillaciones constantes.

Cien mil gargantas con sed de sangre contemplaron un partido en el que el Real Madrid se vio completamente superado. Para el Barcelona aquel era el momento de cambiar la historia, de recuperar la senda del éxito y dejar atrás todos sus fantasmas. El equipo blanco las veía venir por todos los lados hasta que transcurrida media hora de partido un pase demasiado largo de Ronaldinho llegaba muerto a las inmediaciones del área de Iker Casillas. Roberto Carlos cubría el balón de espaldas confiando en que su portero lo atraparía cuando éste entrara en el área. Pero la pelota corría más despacio de lo previsto y la falta de entendimiento entre los jugadores merengues abrió un pequeño margen  que podría aprovechar Samuel Eto’o. El camerunés recogió el esférico en carrera superando a sus dos contrarios para encarar así la portería sin oposición. Empujó el balón pero siguió corriendo, corría hacia la grada con ánimo reivindicativo, como un negro que quiere vivir como un blanco, como el líder de una revolución que ya no podría ser detenida. El Barça, por fin, había entrado en el siglo XXI.

“Cuando le robo el balón a Roberto Carlos, él no se lo espera, Iker tampoco. Nosotros íbamos a dos mil y creo que ellos a diez. Cuando terminó aquel partido llegué a casa y me dije: “Dios mío, es mi primer partido de fútbol””
Samuel Eto’o para Informe Robinson

Foto de portada vía sport.es