Una década soñando con volver
Estadio de Highbury, Londres, miércoles 10 de marzo del año 2004. El Real Club Celta de Vigo, sumido en la más desesperada situación en el campeonato liguero, busca escribir su nombre con letras de oro en la historia de la máxima competición europea. Tras caer derrotados en Balaídos por un ajustado y doloroso 2-3, muriendo de pie, con la cabeza alta y sin pedir perdón, los pupilos, por aquel entonces, de Radomir Antic, intentan sumar una heroicidad más a su trayectoria en la Liga de Campeones.
Tras clasificarse con esfuerzo en la fase de grupos, dejando fuera a un rocoso Ajax y derrotando al Milan de Kaká, Redondo, Maldini y Ancelotti en San Siro, los vigueses aterrizaban en los octavos de final para enfrentarse a un Arsenal plagado de estrellas. Con la sombría presencia de Arsène Wenger en el banquillo, sobre el césped actuaban héroes de la talla de Sol Campbell, Robert Pires, Patrick Vieira o Dennis Bergkamp, liderados todos ellos por el símbolo del fútbol francés y una de las grandes estrellas de la Premier League: Thierry Henry. Ante tal constelación se presentaba un humilde Celta de Vigo, liderado por el espíritu incorregible de Alexander Mostovoi y trabajado en base al esfuerzo, la dedicación y la valentía.
La dupla Henry-Bergkamp sería la que sentenciase a un equipo ensangrentado e impotente
Tras haber caído por la mínima en Balaídos tras un espectacular partido en el que Edu, por aquel entonces jugador del Arsenal, brilló con una fuerza etérea, y que tuvo a Bergkamp como principal ausencia debido a su fobia a volar, el Celta sabía que lograr la proeza de colarse en cuartos era prácticamente una utopía en un estadio tan hostil como Highbury y ante un equipo estelar como aquel conjunto dirigido por Wenger. Cuando sonó el himno de la UEFA Champions League, aquellos jugadores que saltaron al campo sabían, con una certeza casi insoportable, que probablemente sería la última vez que lo hiciesen vestidos de azul celeste.
Fue la dupla Henry-Bergkamp la que, finalmente, sentenciaría a un equipo ensangrentado e impotente. En la retina de todo aficionado celeste está, grabado a conciencia, aquel pase del holandés, entre tres defensas, casi mágico, para que el francés batiese a un Cavallero que poco podía hacer ante aquel torrente de fútbol en su máxima expresión. Un doblete de Thierry Henry colocaba el definitivo 2-0 en el marcador que enviaba a los vigueses de vuelta a casa, con el recuerdo en su memoria de una experiencia prácticamente irrepetible.
Apenas tres meses después, el Celta de Vigo descendía a Segunda División, pozo del que resurgiría un año más tarde, entre sus últimas pero batalladoras cenizas, para regresar a Europa vía Copa de la UEFA, alcanzando, de nuevo y por última vez, los octavos de final ante el Werder Bremen. Ese mismo año, el celeste se desvaneció para caer en las garras de una oscuridad que no lo escupiría hasta un lustro más tarde, cuando, de la mano de sus nuevos héroes, se producía su ansiado retorno a la máxima categoría.
Oubiña estuvo presente aquella noche de marzo en Highbury
Los Mostovoi, Jesuli, Luccin, Edu, Gustavo López, José Ignacio o Juanfran se habían convertido en los Iago Aspas, Álex López, Andrés Túñez, Hugo Mallo, Fabián Orellana o Roberto Lago. Entre ellos, sólo un nombre permanecía. Un nexo que unía las dos generaciones de un club que hizo historia y quería volver a despertar. El capitán, Borja Oubiña. Un Oubiña que había estado presente aquella noche de marzo en Highbury, recién traspasada la veintena y con toda una trayectoria por delante. Una trayectoria que, desgraciadamente, fue truncada por las lesiones.
Diez años bañan el recuerdo de la última ocasión en que el celeste se vistió de gala para brillar en el cielo europeo. En retrospectiva, el camino recorrido parece arenoso, lleno de obstáculos y exento de recompensas. Sin embargo, es conveniente creer que un futuro, quizá no tan lejano, pueda brindar al corazón vigués una nueva odisea a través de su propia historia. Entre tanto, mientras Borja Oubiña siga acariciando el esférico en Balaídos con su magia incalculable, un pedazo de Highbury sobrevive en el núcleo del Celta de Vigo.
Foto de Portada: Los Otros 18