Nebraska, la Galicia americana
Visualizar la ingente cifra de un millón resulta una ficción. Ya sea de gotas de agua, de dólares o de razones. Casi imposible de captar en una única ojeada. Complicado de palpar y contar. Es probablemente mentira. Sirve en todo caso para crear la ilusión, la sensación de amplitud inagotable.
Sin intentar poner a prueba tu moral, ¿qué harías con un millón de dólares?
Una camioneta nueva y un compresor de aire diría Woody Grant. Suena ridículo y poco ambicioso, pero no lo es. En este caso se invierten las proyecciones. Dos simples objetos con funciones limitadas representan mucho más que seis ceros detrás de un uno. Hablan de un padre deseoso de arreglar los fallos del pasado, de dejar a sus hijos un motivo por lo que ser admirado. Un millón de dólares frente a un millón de razones por las que levantarse cada mañana.

June Squibb, nominada a mejor actriz de reparto por su excelente actuación como Kate, esposa de Woody
Cuando el millón de dólares proviene de un premio de cuestionable fiabilidad, la fantasía se agranda. Sin embargo, Nebraska nos enseña que en realidad es la emoción de sentirse elegido, gratificado por el azar y recompensado por los golpes de la vida. Un sentimiento mucho más real, e imposible de canjear. Woody Grant, conducido por un excelente Bruce Dern nominado a mejor actor por la Academia, tiene claro que es la medalla al honor que merece por los sacrificios hechos por su familia, en su matrimonio, con su patria y sus hijos. A sus 68 años, ha tenido que enfrentarse a los daños de una guerra, al alcoholismo, a la senectud y a las habladurías de un pueblo anclado en el pasado. Billings (Montana) podría ser perfectamente la Galicia americana fotografiada en un perfecto blanco y negro (más blanco que negro), que hace todavía más retrospectivas las acciones de sus residentes. Todos ellos viven atascados en la rutina, con dificultades para ver el color de la vida. Salir corriendo o echar a andar hasta atravesar dos estados no parece una locura.
Una aventura on the road que el director ya había experimentado en Entre copas. Nos envuelve en una capa sosegadora y familiar con desiertas carreteras sin curvas, una banda sonora aventurera a la par que misteriosa, el silencio de un pueblo fantasma cuyo principal reclamo turístico es el cementerio, donde descansan la mayor parte de sus originales habitantes. Crea rechazo a la vez que tranquilidad. Alexander Payne ha desarrollado un agudo sentido para ilustrar las relaciones familiares ya visto en Los descendientes, y es que son precisamente las impresiones anteriores las que recuperan las emociones del círculo doméstico.
“Toma un trago con tu padre, sé alguien”
Es, por lo tanto, su calor lo que hace de esta película merecedora de las seis nominaciones a las que opta el próximo domingo, incluida mejor película. Cuando hemos llegado a la mitad parece no haber sucedido nada relevante, ningún hecho semeja haber repercutido en el otro. A pesar de ello, son las horas de vida de Woody las que se van consumiendo. Junto a su hijo pequeño, el único que quiere devolverle la dignidad, vamos descubriendo el pasado de ese señor de pocas palabras que parece no tener apego por nadie. Sus enseñanzas, que aunque provenientes de unos valores éticos pasados, tienen la pura intención de hacer de su hijo un hombre como él: luchador, que paga sus impuestos y hacía su trabajo mejor que nadie. “Toma un trago con tu padre, sé alguien”, le llega a decir. Sé lo que lo yo fui y quiero volver a ser, aunque sé que ya es demasiado tarde.