Guerra
El Pedro J. World Tour al que asistimos recientemente se basa en una idea que, como suele ocurrir, no por simple es más sencilla de asimilar: voy a contar por aquí fuera lo que en mi casa puedo pero no puedo decir. Básicamente, lo que casi todo el mundo sabe y el resto se imagina, pero que no se dice directamente porque hablar de mordazas es poco estético, y por aquí antes muertos que sencillos. Queda mejor hablar de la lluvia que, como decía Cortázar, junto con el pan y la sal es de las pocas cosas que no entiende de fronteras ni ideologías.
La dimisión del director de El Mundo ha sentado como un nuevo latigazo en la espalda purulenta de un oficio que ya no recuerda cuándo se convirtió en el pupas de las profesiones. Es uno de esos hechos que trasciende las fronteras habituales, diarias, conformistas con la precariedad para acabar llegando al mundo exterior en forma de mensaje apocalíptico. El periodismo es ese tío que llora solo en el bar a las cuatro de la mañana, con esa lástima que provoca políticas agresivas de no intervención. Ahora ya todos hablan de periodismo: los periodistas, los que no lo son, los que les importa y los que no les importa. Hablar de periodismo se ha convertido en un “tenemos que hablar”: puedes intentar evitarlo, pero no te engañes, te va a alcanzar. Y no es bueno.
El periodismo es ese tío que llora solo en el bar a las cuatro de la mañana, con esa lástima que provoca políticas agresivas de no intervención
El periodismo ha pasado de guerra fría a guerra caliente, cuya principal diferencia reside en que el quejido ya no se rosma sino que se escribe y se imprime. En una paradoja (las últimas cuatro letras son intercambiables) absurda, este conflicto no se documenta más que de forma factual e implícita, ya que los cronistas están muy ocupados muriéndose o callándose, que viene a ser lo mismo por la decadencia del contexto. Si hubiese que guardar una declaración de guerra, la de los franceses del Libération sería más que suficiente. Clara, concisa, y en portada. Todo triunfos.
La desesperanza, al contrario que la esperanza, se mueve mejor de lo macro a lo micro. Sufren los grandes y se hace de noche para todos. Sin embargo, los pequeños, tan heterogéneos y escurridizos, aún tienen algo que decir. Porque todavía quedan grietas, agujeros en las persianas parar mirar y poder susurrar algo. Quizá haya que resignarse a lo pintoresco de la artesanía para poder seguir en la brecha, pero en guerra no puede pedirse mucho más.
No crean, nosotros también nos cansamos, y pensamos en abandonar la trinchera y pasar de presente a recuerdo. Pero luego a algunos les parece entrever algo de arena de playa bajo los adoquines y la esperanza fluye, de abajo a arriba, de lógica a ilógica. El otro día vino Garzón, se armó y se lo contamos. Lo importante es no tener miedo a contar, aunque los demás no lo hagan o lo hagan mal. Lo importante, señoras y señores, es no tener miedo al Fuego cruzado.