Frozen: el reino de la decepción

Que Disney se emborrache de su propia grandeza y se duerma en los laureles es algo a lo que ya estamos acostumbrados. Ocurrió por primera vez tras sus años dorados, cuando cayeron en productos de mediocre calidad como Taron y el caldero mágico u Óliver y su pandilla. La compañía repuntó en los últimos suspiros de los años 80, gracias a magníficos largometrajes como La sirenita, Aladdín o El Rey León, sólo para dejar de hacer productos originales a comienzos del presente siglo y apostarlo todo a una zozobrosa travesía con Pixar, que dejó alternamente películas de una calidad pasmosa y otras mucho más prescindibles. ¿Chicken Little? No, gracias ¿Zafarrancho en el rancho? Ay, la madre que os parió. Entre tojos y flores, la compañía angelina sólo nos ha brindado, al margen de la que nos ocupa, otras dos películas totalmente propias en los últimos años, la infame Tiana y el sapo y Enredados, una absoluta e inolvidable obra maestra a la que sólo Toy Story 3 pudo alejar de la consecución de un más que merecido Óscar a la mejor película de animación.

La historia se repite, y Disney coloca de nuevo un largometraje en las nominaciones a los premios de la Academia. El hecho de mantener un esquema similar al de Enredados o las críticas que la designaban como mejor musical animado desde La Bella y la Bestia (tiene cojones) crearon unas expectativas que, a la hora de la verdad, no se cumplen en ningún momento. Para dejarlo claro desde un inicio, el principal problema del que hace gala Frozen es que, a fin de cuentas, tiene mucho más de Tiana que de Rapunzel. Y eso pesa.

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Elsa es la princesa y heredera al trono del reino de Arendelle. La joven nació con el asombroso poder de desatar la magia del hielo, pero tras herir accidentalmente a su hermana Anna, sus padres deciden recluirla para que no pueda causar más daños, eliminando incluso el contacto con su propia hermana. Pasa el tiempo y, tras el fallecimiento de los progenitores y la llegada a la mayoría de edad de Elsa, su periodo de aislamiento termina para que tome posesión del trono. Tras un desgraciado percance en la ceremonia, donde sus poderes son descubiertos y temidos por el vulgo, nuestra princesa huye a las montañas, donde cree estar libre del temor de dañar a alguien y ser ella misma. Pero la liberación de sus poderes trae el invierno eterno a Arendelle, y Anna decide salir en su busca y traerla de vuelta.

Ya no sólo es que pierda comparada con Enredados,  es que es la típica película de “domingo por la tarde”

Si por algo destaca la película en un primer momento es por dos cosas: la sencillez de su historia y su preciosista puesta en escena, con un apartado visual notable. Pero pronto descubrimos que el bonito celofán no esconde un caramelo tan sabroso como se nos promete. El argumento, pese a que por momentos se desenvuelve con soltura, tiene demasiados altibajos, sin alcanzar nunca un término medio que convenza de verdad al espectador. Por otro lado, Frozen mantiene una tentativa de atacar, aunque sea superficialmente, ciertas convenciones que, hasta ahora, parecían sagradas en las películas de princesas Disney. Anna, cómo no, se enamora en apenas un día del atractivo Hans, pero no tarda en criticarse su decisión de prometerse a él, debido a que “se conocen desde hace muy poco tiempo” (aprende un poco, Blancanieves). La propia Anna tampoco es una protagonista al uso, pues su vitalidad y desquiciamiento la hacen bastante diferente a lo que Disney nos tenía acostumbrados. El problema es que la pretendida espontaneidad y naturalidad que se le intenta imprimir al personaje se pasa de rosca y hace que la joven nos resulte, por momentos, insoportablemente cargante. Y lo mismo para el típico personaje graciosillo de turno, que no puede faltar en ningún film de este estilo, el muñeco de nieve Olaf, que directamente es inaguantable. Las comparaciones son odiosas, siempre se ha dicho, pero enfrentar a Anna y Olaf con Rapunzel y su adorable Pascal (ya no hablemos del vanidoso y carismático Flynn Rider) es como tener en casa unas galletas Oreo y salir al Carrefour a por unas discount. Parece que saben, pero las abres y no son lo mismo. Y que conste que Olaf está metido con calzador, pero ni por asomo al nivel del villano de turno, del cual pretenden, fallidamente, que sea la gran sorpresa del guión, pero si hacemos una lógica asociación de cada personaje con su rol al cuarto de hora de empezar la película, nos encontramos, por eliminación y a narices, con el malvado.

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Por si el tema de los personajes y la historia no fuese suficiente para bajar puntos al percal, nos topamos con la banda sonora. Si por algo tiene que destacar un musical es por sus canciones, y si exceptuamos a la fantástica Let it go, de Idina Menzel (lo mejor de la película junto con Sven, el entrañable reno), no encontramos más que temas repetitivos, fallidos en la melodía y que aportan poco o nada a la historia y los diálogos. ¿Qué ha sido de, tras más de una veintena de años, continuar cantando Bajo el mar? ¿Quién puede olvidarse, a día de hoy, del “vive y se feliz” de Hakuna matata? Eso echamos de menos de Frozen, esas canciones memorables que se nos metían en los sesos y las cuales se convirtieron en una parte indispensable de la cultura popular. Y por desgracia, si algo no abunda en esta película son las cosas memorables. Desde luego, el doblaje al español, uno de los peores jamás vistos, al menos en los números musicales, no ayuda en absoluto a mejorar el resultado.

Multitud de críticas en prensa e internet la ponen por las nubes de una forma que, para mí, resulta totalmente incomprensible en un largometraje de estas características y (falta de) calidad. Ya no sólo es que pierda comparada con Enredados,  es que es la típica película de “domingo por la tarde”, sin más. Es muy posible que Frozen gane el Óscar, igual que se hizo con el Globo de Oro, porque sus rivales tampoco están a la altura y la marca Disney pesa mucho, (aunque quizás la jubilación de Hayao Miyazaki y su Se levanta el viento puedan dar la campanada finalmente) pero yo, si esta película la hubiese visto con 8 años, ahora no la recordaría ni lo más mínimo. Ni con cariño ni sin él. 

(Imágenes cortesía de usatoday e imgcultura. Imagen destacada de novedadesdisney.blogspot)