Diez Óscar para Isaac Newton

Existen ciertas películas que se dedican a profundizar tanto en la posibilidad de sensibilizar al espectador, de romper esa fibra en su interior que separa la simple emoción del lagrimeo intenso, que acaban dándonos la impresión de que nos toman a todos por completos idiotas. Pasó claramente con Lo Imposible, de Juan Antonio Bayona, nos hartó hasta niveles insospechados con El diario de Noa y ocurre esta vez, aunque no de forma tan exagerada, con Gravity. Aquí, el talentoso director mexicano Alfonso Cuarón, al que injustamente se le recuerda más por sus meteduras de pata en Harry Potter y el Prisionero de Azkaban que por la grandiosa Hijos de los Hombres, logra disimular en gran medida esa pretensión (que la hay) de golpearnos el corazón con sacos de moñerías y desgracias variadas brindándonos un inacabable torrente de exaltación visual y narrativo que, por momentos, nos deja completamente extasiados.

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Gravity es la historia de la doctora Ryan Stone (Sandra Bullock) y el astronauta Matt Kowalski (interpretado por George Clooney), quienes, tras un accidente reparando un satélite en la órbita terrestre, quedan aislados de su nave, en plena deriva ingrávida. No son personajes excesivamente trabajados, ya que la película no lo requiere. Stone es una mujer atormentada por una gran pérdida pasada, y Kowalski lleva tantos años en el mundillo aeroespacial que está absolutamente de vuelta de todo y su humor sirve de perfecto contrapunto para la tristeza que se empeña en desprender continuamente su acompañante. Pero no nos engañemos, en Gravity los personajes son lo de menos. Puede que a muchos el tándem formado por Bullock y Clooney les parezca el comienzo de un chiste malo (yo mismo me sorprendí musitando cosas como “muere, maldita petarda, muere de una puta vez” en algunas secuencias del largometraje), pero el verdadero astro de la película es el señor Cuarón, quien maneja a su antojo la historia para hacernos estremecer con absoluta maestría. Aquí no importa el quién, el cuándo o ni siquiera el por qué, aquí sólo nos importa el cómo y el “¿ahora qué?”.

Aquí no importa el quién, el cuándo o ni siquiera el por qué, aquí sólo nos importa el cómo y el “¿ahora qué?”.

Cuando los dos quedan abandonados a su suerte, se nos hace saber que Kowalski lleva una mochila propulsora con una reserva de combustible muy limitada y que las comunicaciones de emergencia no funcionan, con lo que sus opciones de sobrevivir se vuelven realmente escasas. Y entonces se nos empieza a poner la piel de gallina. Se encuentran los dos desvalidos, sin posibilidades de pedir rescate, suspendidos a miles de kilómetros de su amada Tierra, en medio de la gélida negrura espacial y nos es imposible no ponernos el lugar de alguno de ellos. Al principio estamos convencidos de que las comunicaciones serán reparadas y un salvador mensaje de esperanza llegará desde Houston, pero poco a poco vamos perdiendo la sonrisa, abrumados por la frialdad y condena proveniente de unas imágenes, por otro lado, bellísimas. Nunca la tecnología 3D ha sido aprovechada de tal manera. No hay abusos, no hay trozos de asteroide que salten deliberadamente hacia el público, simplemente hay una sensación de claustrofobia creciente e incesante, irónicamente, en el lugar más abierto y menos finito existente, el Cosmos. Resulta una experiencia completamente perturbadora.yahoo movies

Gravity es una película sobre la soledad, sobre lo minúsculo que un humano resulta ante algo tan grande como el vacío. Pero también es una historia sobre la lucha que puede cambiar el destino, por trágico que aparente. Puede recordarnos de forma vaga, por concepto y escenario, a Moon. Pero mientras que la joya incorruptible de Duncan Jones (a años luz del film que nos ocupa, he de añadir) generaba esa incomodidad con tan sólo una pequeña base lunar y unos giros de guión fabulosos, en el caso que nos ocupa el choque viene de lo contrario, de la infinita agorafobia y de un desarrollo lineal pero, al mismo tiempo, martilleante y aterrador a partes iguales.

Como decía al comienzo da la crítica, tal vez sobren esos lagrimeos exagerados, acompañados de unos crescendos en la banda sonora excesivamente grandilocuentes, pero, en el fondo, son el tipo de cosas que puntualmente triunfan en la Academia. Y Gravity, con su nacarada manufactura, su apartado visual impecable que mezcla la belleza con el vacío, y su intensa y cargante emocionalidad, tiene toda la pinta de convertirse en el mítico trabajo bueno, muy bueno, pero no excelente, que termina haciéndose con todos los Óscar dudosos de la edición (Slumdog Millionaire, ahí la llevas). Y que me aspen, ya puestos prefiero que los gane esto antes que otro pedrusco intragable como La Vida de Pi. Alfonso Cuarón, mientras tanto, se encuentra por encima de todas nuestras consideraciones, suspendido y flotando al borde de la ionosfera, sonriendo, mientras una decena de Premios de la Academia (entre ellos el de Mejor Película y Mejor Director) gravitan irremediablemente hacia su obra maestra, hacia el éxito que tanto lleva persiguiendo y que, por fin, tanto merece. Buen trabajo, señor Newton.

(Imágenes cortesía de startres.net y de movies.yahoo)