Votar en blanco también es votar

Roosevelt decía que “Una gran democracia debe progresar o pronto dejará de ser o grande o democracia”. Reflexionar sobre la democracia nunca está de más. En la sociedad existe un sentimiento generalizado de que tenemos un sistema carcomido por carencias inadmisibles.  A menudo están en la picota el dilema de las listas abiertas o una ley electoral manifiestamente injusta. A esos debates sería necesario sumar otro, ¿por qué votar en blanco no es votar? ¿Por qué un sistema presuntamente democrático no respeta la voluntad de aquellos que manifiestan en su voto que no les convence ninguna de las opciones? Ojalá todo el mundo encontrase un partido capaz de representarlo, pero no siempre es así y esa opción es igual de respetable.

Votar en blanco no es callar

Por conveniencia o por desidia se silencia a un porcentaje de la población que decide votar sin meter en el sobre la papeleta de un partido. Pero votar en blanco no es callar. Cuando se hace, se manifiesta una convicción democrática y a la vez significa que ningún partido nos convence  y que, por lo tanto, no queremos que ninguno de ellos nos represente. Así lo explica Jorge Urdánoz Ganuza, profesor de Filosofía Política y profesor visitante en la Universidad de Columbia en un artículo de EL PAÍS:

“Muchos ciudadanos suscribirían con su voto lo que es ya un lugar común en cualquier análisis político medianamente lúcido y no teñido de electoralismo partidista: que donde no hay soberanía, no puede haber democracia. Y lo harían señalando a la vez que su fe en los ideales democráticos se mantiene pese a todo incólume, y que por tanto no han sido tentados ni por alternativas populistas ni por otras de otro cariz, todavía más funesto.”

Jorge Urdánoz Ganuza

¿Por qué entonces en el parlamento no quedan vacíos los escaños correspondientes al voto en blanco? Si esto se cumpliera se estaría respetando la voluntad de quienes, hastiados de una clase política que ya ni se esfuerza en mejorar, decidiera decirles basta. En lugar de eso obviamos a ese sector de la población que no se siente identificado con ningún partido, transmitiendo a la gente que votar  en blanco es como no votar. Les decimos que para ellos la democracia no es posible, igualamos el voto en blanco a la abstención. El sistema dice a esos votantes que no tienen voz o, por lo menos, que nadie está dispuesto a escucharlos.

Cada escaño lo ocupan individuos que votan nuestras leyes y que cobran de las arcas públicas. Esta propuesta no conviene a una clase política que ya no puede caer más bajo en niveles de popularidad. Establecer la posibilidad de escaños en blanco es enviar un mensaje claro: para sentar el culo hay que ganarse la silla. Quizá, ante la posibilidad de perder escaños, los políticos se pensaran dos veces qué hacer. Así supondría un estímulo para los políticos y para los ciudadanos, que tendrían manera de ver reflejado su descontento.

Ya hay quien ha intentado poner esta iniciativa en marcha buscando escaramuzas a una ley que no contempla esta posibilidad. Existe  Escaños en Blanco, un partido que renunciaría a los escaños que consiguiera. Este tipo de iniciativas permiten al ciudadano que así lo desee hacer posible algo que la ley electoral hace imposible. La propuesta también ha encontrado apoyo en uno de los padres de la Constitución, Miquel Roca.  Por supuesto, votar en blanco es una opción, nunca una obligación. Pero es importante que esa opción esté ahí.

Imagen destacada:  elcrisoldeciudadreal.es