Decadencia capital

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Ha tenido que morirse Nelson Mandela para que todo el mundo sepa que los demonios no saben lengua de signos y que a Obama le van también rubias e ir al gimnasio en petit comité. Aquí nadie ve Sálvame, pero con eso nos da para llenar dos o tres páginas de los principales diarios del país y nos quedamos tan anchos. Del funeral tampoco ha trascendido mucho más, quizá porque a causa de la tipología de la ceremonia no se esperan grandes novedades y porque para recordar a Mandela preferimos a Freeman. “Es que los funerales no los dirige Clint Eastwood”, se decía por alguna esquina en las oficinas de Antena 3. Ahora a ver qué hacemos cuando el bueno de Morgan decida abandonar este mundo.
Mariano Rajoy estuvo espléndido (como casi siempre) en eso de no saber dónde está, una habilidad que va camino de sacarlo de donde está a una velocidad que no será lo suficientemente alta pase lo que pase. Ha entrado Rajoy con sus intervenciones en una dinámica que va a más, y cuyo objetivo parece ser el demostrar que el pokémon Psyduck y Ralph Wiggum tienen una fuerte presencia en su árbol genealógico. En la redacción de TIME tuvieron que tirar de photo finish para dilucidar a quién le daban la herradura de oro a la mayor metedura de pata del año. Por ese sabor añejo que tiene el inglés de neurona lenta que hablamos por aquí y porque solo hay oportunidad de hacer el ridículo de tal forma cada cuatro años, el galardón se lo llevó Ana Botella. La alcaldesa es una metáfora demasiado perfecta de la deriva de la capital de un estado español enquistado en lo superfluo y con una pasión desmedida por empujar la mierda bajo la alfombra. Pero no hay tapete que resista a todo tijeretazo, y la basura acaba por salir, a veces de forma tan literal que ni la metáfora más decadente puede sostener a las ratas. El surrealismo patético de Madrid se torna enfermizo en esos Tú sí que vales públicos que no hacen otra cosa que dar importancia a lo que no la tiene, mientras la única música que se va a otra parte es la de Eurovegas y todos sus cientos de miles de buenas y a la vez dudosas intenciones.
La alcaldesa es una metáfora demasiado perfecta de la deriva de la capital de un estado español enquistado en lo superfluo y con una pasión desmedida por empujar la mierda bajo la alfombra
Pisa ahora Madrid los cristales rotos de sus sueños más infantiles de grandeza y se dan cuenta algunos de que el encomendarse a ciertas empresas titánicas puede ser una acción de solución tan dualista como comenzar una borrachera a las seis de la tarde: solo espera lo épico o el desastre más absoluto. La botella medio llena nos está llevando demasiado lejos.