La cabaña de Pandora

Es imposible contar las veces que, viendo una película de terror, alguien ha dicho: “Dios, ¿pero por qué bajas ahí abajo?”. La frustración ante la manera de actuar de los protagonistas de las películas vinculadas a este género es palpable en cada visionado. Casi parece que los propios personajes del filme estén abocados al horror, que por su mente no pase otra idea.

No es ese el caso de The Cabin in the Woods, cuya trama revela dos caras: la historia del típico grupo de amigos que decide pasar el fin de semana en una cabaña en el bosque, y el entramado de una supuesta organización secreta.

Director: Drew Goddard

Los trabajadores de la organización en The Cabin in The Woods

Los personajes de la cabaña muestran ideas y personalidad propias, que posteriormente son reducidas por una suerte de Gran Hermano maléfico que les empuja a hacer lo que nadie haría. Drew Goddard da, así, respuesta al inexplicable comportamiento  humano que muestran la gran mayoría de las cintas del género.

Es un “entre bambalinas” de la psicología de los personajes, una sátira que se nutre de las entrañas de una tradición del terror más que arraigada en el mundo cinematográfico.  Es, también, un repaso y un homenaje a una extensa filmografía de lo terrorífico, con constantes guiños y escenarios que nos evocan ciertas películas inolvidables como The Evil dead: Posesión Infernal, cuya recuperación es imposible de evitar nada más adentrarnos en esa cabaña tan peculiar. En el plano de los personajes las referencias son infinitas, y la pizarra de las monstruosidades hace un gran repaso por los grandes iconos de la historia del terror —aunque se les escapase alguno que otro— convirtiendo esa cabaña en una Caja de Pandora que no todo el mundo desearía abrir.

Su verdadero mérito es la recopilación en una sola cinta de todos los clichés sobre los que se construye cine de terror.

The Cabin in the Woods se mueve entre la línea de lo cómico, lo surrealista y lo terrorífico sin acabar de definirse en ninguno de los tres campos. Extraída de manera individual y aislada por completo de su contexto quedaría desprovista de cualquier valor, ya que su humor depende absolutamente del género al que hace referencia. Los giros argumentales buscan provocar sorpresa, pero acaban siendo demasiado predecibles, puesto que ya desde el principio la trama está casi al descubierto, solo a la hora del desenlace podemos rozar la sorpresa —y al fin y al cabo, la diferencia entre final real y un Show de Truman sería que este último no podría tener una segunda parte—.

Su (meta)pastiche, que no solo habla de cine sino que pone nombres provoca una gran atracción y no decepciona. Eso sí, solo si eres fan del terror y a menudo te dices a ti mismo: ¡Yo no bajaría ahí abajo ni de coña!