Humanos
Vivo en una calle en la que hay una tienda de segunda mano cuyas ganancias son enviadas a beneficencia: desde apoyar a la investigación contra el cáncer hasta ayudas a huérfanos. Me gusta verla llena, siempre ocupada. Sin embargo, delante de la puerta del local pasan ríos de gente a todas horas sin mirar al vagabundo de turno que tirita de frío.
Uno puede pensar en lo hipócrita del asunto y decir que aunque han colaborado de alguna manera con la sociedad, no le han dado un solo penique al pobre hombre de la puerta. Otro puede pensar que, por el contrario, aunque no ha ayudado al señor, sí ha colaborado con la sociedad comprando en esa tienda. Al final todo se reduce a que en esta ciudad hay tantas ganas de ayudar al prójimo y colaborar como ansias de ponerle la zancadilla y robarle las propinas del trabajo.
Londres es un perfecto laboratorio de prueba para ensayar y observar cómo puede comportarse la Humanidad. En un conglomerado tan comprimido y heterogéneo, ver a individuos tan diferentes unos de otros conviviendo en toda la paz y armonía que permite una ciudad tan grande con diferencias sociales no demasiado altas resulta esperanzador.
Obviamente la situación a veces acaba siendo estresante: la gente por lo general bebe más de la cuenta, el uso de drogas duras está muy extendido, hay cámaras por todas partes, tu cartera es violada cada vez que haces la compra y a veces entiendes de dónde sacaron Huxley y Orwell todo el material que necesitaron para escribir sus libros. Y a pesar de todo, Londres es un bonito lugar donde vivir.
Mi propia casa es un claro ejemplo. Podría decir que casi vivo en un piso patera, si no fuera porque la inmensísima mayor parte de los pisos en Londres son iguales. Vivo con doce personas, entre los que hay tunecinos, italianos, franceses, brasileños y españoles. Solo hay dos baños, una cocina y un salón, y sin embargo, de alguna manera, se ha conseguido una coordinación eficiente que solo se ve interrumpida cuando unos platos sucios interrumpen la coreografía durante un día o dos.
Lo mejor son las risas. Si algo me gusta de mi piso es que nunca pasa mucho tiempo sin que se escuche a alguien reírse en algún lugar de la casa. Las discusiones nunca son demasiado importantes y todo se sobrelleva a base de hablar las cosas y establecer responsabilidades. Me gusta pensar en esto como un pequeño ejemplo de cómo se podría convivir en el mundo: sólo se necesita un poco de paciencia y saber que, a pesar de que todos somos diferentes, al final de la noche lo único que queremos es pasárnoslo bien, emborracharnos un poco y, si es posible, ir a la cama acompañado.
Pero claro, esta es la liga regional. Londres juega en una liga totalmente diferente, y a veces, paseando por la calle con la solapa del abrigo levantada para cubrirme las orejas del frío, me pregunto si incluso se trata del mismo juego.