Cada uno hace caso a su reloj
Todas las personas tienen un sueño. Una meta que dirige sus vidas y que los motiva a luchar por aquello que anhelan. En el año 1963 la ciudad de Washington escuchaba el deseo más profundo y sincero de alguien. Una ambición que compartían, pero que por vez primera escuchaban en boca de otro. Se daban cuenta así de que no había razón por la que no hacerlo posible. Se escuchaba lo siguiente. “I have a dream that one day this nation will rise up and live the true meaning of its creed. We have these truths: that all men are created equal”.
El sueño de Martin Luther King era que todos los hombres fueran tratados igual, que la nación se levantara para vivir el verdadero sentido de su credo. Años más tarde, Nelson Mandela sería elegido democráticamente presidente de Sudáfrica. Su reto no radicaba únicamente en ser aceptado por el color de su piel, sino además por haber estado encerrado en prisión por 27 años. Llegó a ser considerado un terrorista por la ONU y el régimen sudafricano. Un tiempo después recibiría el Premio Nobel de la Paz.
El sueño de Martin Luther King era que todos los hombres fueran tratados por igual
En la actualidad contemplamos una sociedad cambiada. Podemos tomar como prueba el artículo catorce de nuestra Constitución o el origen del presidente de uno de los países más importantes del panorama internacional. Nadie se gira por la calle al apreciar un color diferente al suyo en el rostro de la gente. Ni amontonamos al colectivo de color en los últimos asientos del transporte público. Sin embargo, las últimas encuestas realizadas por el Instituto de Juventud (INJUVE) hablan de una alteración de la reacción de los jóvenes respecto a personas de otras razas, ex drogadictos, enfermos o ex convictos. Agustín Godás, profesor e investigador de Psicología Social en la Universidad de Santiago de Compostela vincula este hecho con la atmósfera de conflicto que causa la crisis económica vivida desde hace ya ocho años. Casualmente el mismo intervalo que es estudiado en dicha encuesta. “La escasez de recursos es siempre una causa de conflicto. Del nacimiento y del desarrollo de éste. Es una situación alarmante porque, como hemos visto a lo largo del tiempo, puede desencadenar en auténticas catástrofes sociales”.

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Dos argumentos contrapuestos
Esto nos hace preguntarnos si es posible un retroceso. Si el sueño de Martin Luther King sigue siendo un sueño o un hecho palpable. ¿Por qué la juventud española ha cambiado la cifra siendo la generación que más contacto ha tenido con estos grupos? Antonio López Peláez, catedrático de Trabajo Social en la UNED opinaba en una entrevista ofrecida a El País que los resultados han de ser interpretados a largo plazo. “Con la crisis se ha instalado un discurso negativo de los jóvenes. Se habla de sus altas tasas de paro, de su imposibilidad de tener un empleo fijo o de vivir como sus padres. El joven percibe vivir una situación de riesgo y ello lo lleva a una prevención hacia lo desconocido y a fortalecer la red familiar que le refugia. Rechaza hacer el esfuerzo de entender a otro distinto a él, de adaptarse”.
Las coyunturas de escasez o de crisis no necesariamente fomentan la intolerancia
En contraposición encontramos las palabras ofrecidas al mismo diario de Carles Freixa, antropólogo social de la Universidad de Lleida. Su visión es mucho más bucólica llegando a encontrar un lado positivo de los resultados y confiando en el buen entender de los jóvenes españoles. “Las coyunturas de escasez o de crisis no necesariamente fomentan la intolerancia, sino que pueden reforzar la ayuda mutua y la cooperación.”
El barómetro de Ikuspegi, el Observatorio de la Inmigración de la Universidad del País Vasco y el Gobierno de la comunidad nos acerca unos datos todavía más alarmantes. En 2012, el 21,3% de los encuestados consideraba que se debería expulsar a todos los inmigrantes “irregulares”, frente al 8,8% del año anterior. Ante la posibilidad de un empeoramiento de los datos ¿cuáles podrían ser las soluciones a estas circunstancias? Godas asegura que se trata de un acercamiento entre grupos. “No nos conocemos, no estamos en contacto con ellos, y además la información que recibimos de ellos es siempre negativa”. Sin embargo, esto no es suficiente. Anteriormente hablábamos de que estamos ante la generación que no ha conocido la no aceptación, la no igualdad. Se han educado en una sociedad que los acepta, pero la educación solo tiene efecto como mensaje para aquellas personas que tienen información sobre el tema. “A las personas que están desarrollando aún sus propias ideas y que son influenciables, con educarlos en ello no basta. Han de experimentarlo, han de acercarse a ellos”, nos cuenta Agustín Godás.

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¿Tenemos la solución al problema?
Como en la mayoría de los casos, estas soluciones se podrían alcanzar a través de estudios psicológicos, que vayan a la raíz del problema y apliquen los métodos que consideren más apropiados. Así ocurre en otros países como Suecia o Reino Unido donde los resultados son más positivos. A pesar de todo, España no es de los peores puestos dentro de panorama europeo. Austria, Bélgica o Rusia presentan las peores cifras. La prohibición de la denominada “propaganda homosexual” en Rusia nos facilita un poco la comprensión de este puesto. Amnistía Internacional asegura que es necesaria una política activa que ayude a paliar esta situación. Por su parte, los gobiernos creen que unas medidas sancionadoras crearían todavía más crispación en el ambiente. Lo cierto es que la sanción lo que provoca son comportamientos sumisos, es decir, falsos. De los que nos escabullimos a la menor oportunidad y que no implican una interiorización del mensaje.
Lamentablemente, tenemos ante nosotros un sueño incumplido, o al menos un muro no del todo derribado. Mandela, Luther King o Abraham Lincoln pasarán a los libros de historia por tratar de introducir en nuestras cabezas la comprensión de algo que debería ser evidente a nuestros ojos. La simplicidad de desnudar a una persona, quitar una a una sus capas adjetivadas para quedarnos con su condición de ser humano. Los psicólogos nos ofrecen una alternativa no tan imperativa, sino de ensayo, de cercanía. Tristemente, al igual que dijo en su día el poeta inglés Alexander Pope: “Nuestro prejuicios son igualitos a nuestro relojes: nunca están de acuerdo, pero cada uno cree en el suyo”.