Servir

Trabajar al otro lado de la barra de un bar -o si se prefiere, ser el que sostiene la bandeja en un restaurante-, no da tiempo para pensar. No si se hace en un lugar en el que entran y salen varios cientos de clientes al día. Éste es un ritmo frenético para el que es necesaria una fuerte disposición de voluntad y una sonrisa bien ensayada delante del espejo. No todos son capaces de atender igual a alguien que acaba de salir de su última sesión de quimioterapia, a un gigante de más de dos metros lleno de tatuajes y cicatrices de cuchilladas o a una adolescente borracha que celebra sus dieciocho cumpleaños bebiendo su peso en cubatas. Y todo con jovialidad pero encontrando el punto medio perfecto entre la educación distante y la cercanía de un amigo.

Aprendí esto hace un par de días. Era mi segundo turno doble seguido y no había dormido nada la noche anterior. Poco antes de terminar la jornada estaba dejando unos cócteles en una mesa cuando la mano con la que sujetaba la bandeja me flaqueó y la última copa que me quedaba por servir cayó sobre un cliente. Casi medio litro de zumos y licores sobre su camisa y su chaqueta. En este oficio se sirven a gilipollas y a personas maravillosas a partes iguales. Tuve suerte de que el empapado en cuestión era de los del segundo grupo. Un tipo encantador que me puso la mano en el hombro, me sonrió y dijo que no pasaba nada. Se fue al baño a limpiarse y al minuto volvió como nuevo.  A mí, el rojo en la cara me duró lo que me quedaba de turno. Llegué a repetirle tantas veces la palabra perdón que acabé olvidando lo que significaba.

Trabajar así (incluso cuando se cometen esta clase de errores) brinda la oportunidad de estudiar al cliente durante los pocos segundos que lo tienes cara a cara. Ver sus reacciones, gestos y hasta emociones, y hacer tus correspondientes anotaciones en el cuaderno de notas de tu vida.

servir

Servir es un tema delicado. Tanto ser servido por alguien como servir a otra persona. Lo primero, porque es muy fácil olvidar que el servidor es un igual: otra persona que vale lo mismo que uno y que solamente nos está rascando la espalda, por usar una metáfora pobre. Resulta aplastante observar lo sencillo que alguien puede olvidar este detalle y como la cabeza se desliza suavemente por encima del hombro hasta dar esa mirada que tanto se llega a odiar.

Y servir, por otro lado, comporta más dificultad aún porque en ciertos días, bajo ciertas circunstancias, acaba siendo muy complicado no tratar a alguien con sequedad y condescendencia, cayendo en ese mismo pecado por el que se odia a ciertos clientes.

Todo esto lo resumía Roberto Benigni en La vida es bella, no ya en la historia en sí, que anima a mantener el buen humor y la esperanza ante el peor desafío, sino en una frase es especial que le dijo el Tío de Guido a su sobrino, cuando le está preparando para ser camarero: <<Fíjate en los girasoles: se inclinan al Sol. Pero si inclinan demasiado significa que están muertos. Tú estás sirviendo pero no eres un siervo. Servir es el Arte Supremo. Dios es el primer Servidor. Dios sirve a los hombres, pero no es su siervo>>.