Los trapos sucios

Hace tres o cuatro años el filósofo eslovaco Slavoj Žižek dijo en una conferencia que el mejor método para combatir el racismo era el de adoptar el racismo: hacer racismo progresista, y lo ilustraba con un chiste que le hizo a un montenegrino. Cuenta escuetamente que por lo visto en ese país hay muchos terremotos, así que un montenegrino se hace una paja cavando un agujero en el suelo para después meter su polla dentro y esperar al temblor.

La risotada de la audiencia -compuesta por académicos, doctores en filosofía, política, economía, medicina, estudiantes y periodistas de todas partes- fue tan fresca y genuina que por un segundo eso parecería posible: combatir el racismo con el humor.

En Londres –aunque seguramente me equivoque- creo que ese comentario habría sido recibido con un silencio sepulcral, un gimoteo inseguro de Žižek y una conferencia que acabaría mucho antes de lo esperado, para después hacer mutis por el foro.

Percibí esto hace unas pocas semanas. Estaba limpiando una pared de metal enorme, un trabajo que nunca terminaba, cuando un amigo mío, inglés, pasó por mi lado. Estuvimos hablando y riéndonos un rato y luego le dije que lo que estaba haciendo me parecía un trabajo de negros. “A nigger’s job solté. Mi amigo, una persona con más talento que yo para el humor sórdido y sexual (cosa que no pensé posible), de repente se puso tenso. Su expresión cambió en un momento y dijo que aquello no era gracioso, lo que me extrañó. Le dije que estaba bien, que era una broma y que además era una expresión típica de mi país. “Da igual tío. No es gracioso” respondió.

racismo

Quizás mi amigo tenga razón en parte y a Žižek se le olvidase mencionar un detalle importante en su conferencia: que el racismo empieza donde acaba la amistad. Fuera de ese círculo está la línea que no hay que pasar. Sin embargo ésta es la medida racional, la sana. La extrema (y por tanto, mala) es la que veo en esta ciudad (y en este país). Aquí intuyo la necesidad de un decoro absoluto en todo momento en cuanto al tema del racismo. Hay que ser siempre lo más políticamente correcto posible y la exigencia por parte de la sociedad de enarbolar un savoir-faire sin fisuras es palpable. Resulta asfixiante porque todo esto acaba siendo un arma de doble filo en una sociedad imperfecta debido a que nacen de la necesidad del respeto pero acaban siendo cuchillos que arrojar al enemigo de turno en cuanto comete el mínimo desliz, acercándose peligrosamente a la definición de una falacia.

Llevo viviendo tres meses en Londres, un espacio de tiempo insuficiente para entender por dónde van los tiros aquí. Sólo me dedico a quedarme a un lado y a tomar notas de lo que veo y ya las contrastaré cuando tenga más material. Por tanto, ahora mismo la única causa para este fenómeno que me viene a la cabeza es que se teme tanto al racismo por miedo a abrir las heridas mal curadas de la esclavitud y el colonialismo, lo cual me resulta lastimero y rancio: demostraría que la razón principal del rechazo al racismo no es defender la integridad de otra persona, sino que se hace para que nadie saque los trapos sucios.