Independientes

Semanas antes de viajar a Barcelona para continuar con mis estudios, quise curarme en salud para no tirar de puente aéreo a las primeras de cambio. Puse Intereconomía en la tele y lancé el mando por la ventana y, ya que estaba, también me compré La Razón y el ABC y los leí con lupa, que es muy vintage. Después de medio día de visualización y lectura, me entraron las dudas: no sabía si viajar a la ciudad condal o irme a hacer el máster al medio de una favela. La noche fue terrible. Entre horribles pesadillas, me veía atravesado en el centro del corazón por un pedazo de fuet rancio clavado por alguien con cara de llamarse Jordi o Joan, que me hablaba en un idioma proporción 3 por 1 (tres palabras entendidas por cada una que no) mientras agitaba ante mis ojos un retrato de Artur Mas vestido con la segunda camiseta del Barça.

Influenciado de tal manera, los primeros días por las calles de Barcelona fueron un homenaje a los boinas verdes. Silencioso, sin perder detalle, contando esteladas y senyeras en los balcones como el visitante obediente del zoo que se decepciona si no ve a todos los monos, transcurría por la ciudad en un silencio sin rumbo ni perspectiva. Por el momento, parecía que mi presencia no había hecho saltar el medidor de opresión estatal.

Como tiene uno la extraña afición de hacer preguntas, a veces obtiene respuestas. Respuestas que ni son blanco, ni son negro, ni quieren serlo. Hombros que se alzan entre cosas “más importantes” que están lejos de la niebla de las banderas, los periódicos, los trajes y las corbatas. Voces que no aparecen en los medios, que no compensan. Son los que desmerecen un asunto en el que hay que diferenciar entre los que gustan de sacar brillo hasta el aburrimiento y los que hacen más cosas que deslumbrarse. De momento, he realizado un descubrimiento de lo que parecía una leyenda. He descubierto a los que, pudiendo tener o no una determinada opinión, saben ser independientes al ruido de la independencia.

Por el momento, parecía que mi presencia no había hecho saltar el medidor de opresión estatal.

Ahora, más cómodo y a la vez raro que Arnold Schwarzenegger en el Valle de los Caídos, ya me he puesto a redactarle una carta al señor Mas. Es breve, se limita a una pregunta, que es algo bastante gallego: “Y cuando Cataluña se independice, ¿lloverá más?”.