Tania Head: la gran impostora del 11-S
Los caóticos atentados del 11-S fueron el marco perfecto. Casi 3.000 muertos de los que no se recuperó más de una décima parte de los cuerpos, y miles de personas heridas y traumatizadas que no encontraban apoyo en la sociedad estadounidense, demasiado ocupada en llorar a sus fallecidos. Después de todo, ellos habían sido los afortunados.
A Alicia Esteve le resultó extremadamente fácil hacerse pasar por uno de los heridos —llegar a precisar el número de fallecidos era, y todavía es, una auténtica quimera—, acercarse a los supervivientes y convertirse en el eje en torno al cual giraría todo lo relacionado con las víctimas de los atentados durante cinco años.
De Alicia Esteve a Tania Head
La menor de cinco hermanos de una familia de clase alta venida a menos –la empresa familiar quebró, y su padre y hermano estuvieron en prisión por un delito de fraude de más de 20 millones de euros–, la barcelonesa Alicia Esteve Head estudió en Estados Unidos, donde alcanzó altas cualificaciones; a su vuelta a España, sus compañeros de trabajo la describirían como una persona muy competitiva y taimada.
Meses después de los atentados, Alicia, por algún motivo que puede que ni ella conozca, decidió viajar a Nueva York y comenzó a asistir a las reuniones de Survivors Network, una red de supervivientes que las víctimas habían creado para poder darse apoyo mutuo, donde se hizo pasar por uno más de los afectados. Su trágica historia no tardó en convertirse en el centro de todas las sesiones.
Afirmaba estar en la planta 78 en el momento de la colisión, lo que la convertía en una de las 19 supervivientes que se encontraban por encima del punto en el que había impactado el avión. Les habló de su novio, Dave, que estaba en la torre norte, y de cómo su brazo se había quemado; les contó que había estudiado en Harvard y en Stanford, que había hecho carrera en el sector de las inversiones empresariales, y que trabajaba en las oficinas Merrill Lynch.
“Miré a mi alrededor y parecía una película de terror. La gente se pisoteaba, y el olor a sangre y a carne quemada era nauseabundo. No dejaba de pensar en mi novio, ¡en nuestra boda! ¡Yo quería ponerme mi vestido blanco y jurarle nuestro amor! (…) Algo me dio fuerzas para levantarme. Aún hoy, creo que fue mi novio, de camino al cielo. Un bombero me cogió en brazos y me sacó hasta afuera. Cuando la torre se derrumbó, nos pusimos a cubierto. Lo siguiente que recuerdo es haberme despertado en el hospital”.
Sus relatos estaban perfectamente construidos, y en un principio no había errores ni incorrecciones que pudiesen llevar a la sospecha. Lo que si le llamó la atención a Barbara Conrad, una de las supervivientes, fue como en su historia se mezclaban todos “los elementos claves de las historias de otras personas. Hay gente que lo presenció, gente que escapó, … Ella lo presenció, salió de allí, sobrevivió y sufrió una pérdida. Todo el mundo tenía un solo elemento, y ella los tenía todos. Era la historia perfecta”.
No obstante, su buen humor y su dedicación —oficializó Survivors Network, aportó material, fondos, oradores…—, eran la prueba de que era posible seguir adelante, que podían superarlo, por lo que no tardaron en convertirla en un pilar básico para la asociación, y en una de las caras más representativas de los supervivientes de la tragedia.
Fijáos en la cantidad de cámaras que me enfocan
Su labor en la asociación era incuestionable. En 2.003, no estaba permitido que los supervivientes visitasen la zona 0, algo básico para poder empezar a superar el trauma –estaba en reconstrucción y sólo podían acceder las familias de los fallecidos–. Como máximo, podían situarse en las vallas, junto a los turistas y las tiendas de souvenirs. Tania Head les envió el 17 de marzo de ese mismo año un e-mail en el que explicaba que, de algún modo, había conseguido que les permitiesen entrar en el perímetro. Empatizando con ellos, les escribió: “todos aquellos que os veáis capaces, podréis bajar al fondo de la fosa. Sé que a muchos de vosotros aún os cuesta acercaros al sitio, así que, por favor, pensáoslo bien”.
La asociación organizó diversas actividades para ayudar a los miembros a desahogarse y abrirse al grupo. Una de estas iniciativas fue el taller de escritura, en el que Tania demostró todas sus dotes como escritora: “Lo sigo teniendo muy presente. Ahora duele tanto como entonces, y sigo sin entender por qué. ¿Por qué? ¿Por qué? Hablé con Dave, y le dije que lo sentía, pero no me respondió. Nuestras fotografías son ahora fantasmas de la vida que teníamos y que tanto me gustaría recuperar. Me falta mi otra mitad, y me la arrebataron unos misiles humanos”.
Su comportamiento en público tampoco parecía dejar lugar a la especulación. Un reportero del Daily News NY declaró que se había sentido muy sorprendido al ver su actitud en un acto de inauguración del centro de homenaje a las víctimas del 11-S, en el que había acompañado a altos cargos de la ciudad: “estaba dolida, no buscaba ningún tipo de protagonismo”, nada hacía creer que se tratase de una impostora. De ahí que muchos piensen que Alicia Esteve era una persona con algún tipo de trastorno psicológico, y que ni ella misma era consciente de que no había sido realmente una de las víctimas.
De lo que no parecía haber duda alguna, era de que a Tania le gustaba ser el centro de atención. Aquella misma noche, tras la inauguración del centro de homenaje a las víctimas, envió un correo a los demás miembros de la asociación, en el que era difícil no percibir su regocijo:
“Fijaos en la cantidad de cámaras que me enfocan mientras hago la visita con Pataki, Bloomberg y Guiliani. No me preguntéis qué dije, porque no tengo ni idea: ¡estaba flipando! Dios mío, estaba totalmente sobrecogida, y tenía que contarles mi historia”.
Se ganó el afecto de políticos, de periodistas, de los familiares de víctimas y de las propias víctimas. No obstante, entre este último grupo, no todos eran tan afines a Tania. Su fortaleza hacía sentir débiles a algunos de ellos; si bien también es cierto que era un buen ejemplo a seguir para otros muchos. Animada por su “fama”, empezó a enviar correos hablando de su proceso de superación y, de algún modo, parecía que ninguna historia era más importante que la suya: “La mayor parte del tiempo, mi mente está a muchos kilómetros, y vivo una y otra vez los momentos que compartí con Dave, mi novio, que murió en la torre norte. Tras enterarme de lo del ascenso, tuve la necesidad de llamar a la tienda donde tenían guardado mi traje de novia, y les dije que lo donaran a alguna obra de caridad. Ha sido un gran paso para mí. El traje llevaba dos años y medio acumulando polvo, y ya era hora”.
El chico con el pañuelo rojo: fisuras en la historia
Entonces la historia se le empezó a ir de las manos, y en sus relatos comenzaron a aparecer personajes nuevos, como un hombre moribundo que le había dado su alianza para que se la entregase a su mujer, lo cual afirmaba haber hecho.
Por si fuera poco, nueve meses después de los atentados, The New York Times publicó relatos de las víctimas, y en muchos de ellos se mencionaba a un muchacho con un pañuelo rojo, que había subido a la torre sur hasta 3 veces antes de fallecer, y había salvado a 18 personas. El hombre del pañuelo rojo se llamaba Welles Crowling, y conforme ganaba popularidad, Tania empezó a añadirlo a sus relatos. Primero, sólo lo mencionaba de pasada, pero después alteró su narración hasta llegar a afirmar que había sido él el que le había apagado las llamas del cuerpo y la había acompañado hasta las escaleras.
En un principio, se hicieron pocas preguntas sobre su historia, porque había sido un gran apoyo para todos los supervivientes, ¡era tan inspiradora!, y no querían perturbarla. Pero a media que se hacía más conocida, aumenta las preguntas sobre sus crónicas: para la publicación de sus relatos, el NY Times había contactado con todos los supervivientes que se encontraban por encima de la zona de impacto. Menuda sorpresa que Tania Head no fuese mencionada en ningún momento. ¿Cómo podían haber obviado a una de las principales representantes de los supervivientes?
Algunos decían que Dave era su novio, otros, que era su marido. Lo buscaron en la lista de fallecidos y, efectivamente, su nombre sí figuraba, pero su familia nunca había oído hablar de ninguna Tania.
Un grupo de periodistas del New York Times trató de entrevistarla, pero ante sus constantes negativas, decidieron investigar por su cuenta, contactando con sus allegados. Algunos decían que Dave era su novio, otros, que era su marido. Lo buscaron en la lista de fallecidos y, efectivamente, su nombre sí figuraba, pero su familia nunca había oído hablar de ninguna Tania. Pronto se descubrió que nunca había estudiado en Harvard ni Stanford, ni trabajado en Merill Lynch, y personas cercanas a ella afirmaron que las heridas de su brazo eran de un accidente anterior.
Finalmente, el NY Times destapó su mentira y, al poco tiempo, La Vanguardia reveló que su verdadera identidad era la de una catalana llamada Alicia Esteve Head, quien diez días después de los atentados había estado Barcelona matriculándose en una escuela de estudios empresariales y quienes la habían visto en aquel momento, afirmaban que no había dado muestras de estar herida o conmocionada, como habría sido de esperar.
Tras conocerse toda la verdad, se supone que regresó a España, y en febrero de 2.008, un email enviado a Survivors Network desde una cuenta española, afirmaba que Tania se había suicidado. Pero, ¿sería verdad, u otra de las mentiras de Alicia?
Difícil de etiquetar
El co-fundador de Survivors Network, Gerry Bogacz, dijo que “hace falta estar muy mal” para hacer lo que Tania había hecho. No obstante, resultaría muy difícil de etiquetarla como “buena” o “mala”. Aún a día de hoy, cinco años después de que se descubriese la verdad, sigue habiendo un gran contraste de opiniones respecto a su papel en esta historia, y los puntos de vista cambian radicalmente dependiendo del lado del Atlántico en el que nos encontremos.
“Hizo todo lo que pudo por nuestra organización. Pero mintió. Y pudo haber hecho las cosas sin hacerse pasar por alguien que no era”, Barbara Conrad
¿Por qué lo hizo? ¿Quería fama? ¿Quería protagonismo, ser admirada? ¿Estaría, como muchos afirman, completamente loca? Pudo ofender, o incluso, de alguna manera, herir, a muchas personas con sus mentiras, pero nadie podrá negar nunca que su labor en la asociación ayudó de manera inconmensurable al reconocimiento y apoyo a los supervivientes y, además, en ningún momento se ha podido probar que haya obtenido alguna clase de lucro de todo ese siniestro castillo de arena que se esforzó en construir.