La religión de la conspiración
Hace años que padecemos una crisis económica de considerables proporciones. Los factores involucrados en sus causas son variados, complejos y discutibles. Hay quien la considera un subproducto inmanente al sistema capitalista. Un bache recurrente, un eterno retorno derivado de la especulación y de la desregulación mercantil. Hay, por el contrario, quien la ve como un resultado de la intervención gubernamental. Del efecto catastrófico que los incentivos perversos de la política monetaria de los Estados tienen sobre el mercado financiero.
Ambas posturas se confrontan en duros debates académicos y políticos, tratando de aportar razonamientos y datos que avalen la tesis de cada cual. Un debate muy teórico, con conceptos extraños para el común de la población. Una discusión muy difícil de seguir. Pero una discusión que parte de un axioma fundamental para ambas tesis: nadie ha pulsado el botón rojo de “crisis mundial”. De un modo u otro, la crisis ha sido el resultado de una suma de errores teóricos, doctrinas económicas deficientes y variadas negligencias e irresponsabilidades.
Como una persona bastante razonable me decía hace poco sobre otro tema: “siento que resulte tan poco apasionante y morboso, pero es que la realidad suele ser así de aburrida”.
Sin embargo, es duro resignarse a esta realidad. Los discursos poco apasionantes y morbosos venden poco y requieren mucho esfuerzo intelectual. Dos señores calvos y de corbata en una viñeta de El Roto jactándose de que han provocado la crisis son mucho más sugerentes. Y esta es la línea que ha venido siguiendo parte de la “indignación” actual para afrontar el tema.
“Ellos lo han hecho”. “Los de arriba”. “Los ricos van ganando”. “No es una crisis, es una estafa”. “Están consiguiendo lo que quieren”. Los señores con puro en una sala, planeando la crisis para sacar tajada, son tendencia en el discurso “indignado”.
¿Debe extrañarnos esto? Más bien no. El truco es tan viejo como la humanidad.
La idea de “esta crisis económica la han provocado un puñado de hombres sin escrúpulos sentados en un despacho” no difiere demasiado de “esta erupción volcánica la han provocado unos dioses vengativos que nos odian”.
Querer explicar fenómenos complejísimos con causalidades simplísimas es tentador y es efectista. Pero es intelectualmente tan válido como las cosmovisiones tribales.
De hecho, no es sorprendente encontrar razonamientos entre quien sostienen estas tesis que coinciden casi punto por punto con los de fanáticos religiosos. El recurrente “No seáis ingenuos. Esto no pasa por casualidad. Todo está perfectamente planeado” trae reminiscencias de ese discurso creacionista tan popular en EEUU “la naturaleza es demasiado perfecta como para haber surgido por casualidad, tiene que haber un Creador inteligente”.
El diseño inteligente. Una especie de vía tomista hacia el origen de todo. Y el hallazgo de un todo omniexplicativo. Cada cosa que ocurre es porque “ellos” quieren. Cada decisión política, cada noticia económica, cada drama social forma parte de un exquisito y detallado plan que ha sido perfectamente trazado por “ellos”, que manipulan a su antojo (“como marionetas”, suelen decir en su prosa más corriente) a los que se manifiestan ante nuestros ojos. Están los políticos malos, detrás los empresarios perversos, más allá “la troika” (un deus ex machina bastante socorrido). Pero incluso más allá de la troika HAY OTROS. Otros a los que nosotros no podemos ver. Pero que existen. Que juegan con el mundo “como si de un tablero de ajedrez se tratase”, por usar otra metáfora dentro del cliché habitual.
¿Y cómo sabemos de la existencia de estos “otros”? Gracias a los sabios. Los sacerdotes de esta religión de la conspiración. Los que desentrañan los arcanos y ofrecen su sabiduría a los fieles en versículos de 140 caracteres en los que nos iluminan, descubriéndonos las intenciones de “ellos”. Las artales, los praderas, los barones rojos y las barbijaputas. Cimentando su prestigio como predicadores en su capacidad de funcionar como pitonisas del oráculo de Delfos, de repartir sentencias que revelen la verdad a las masas.
Ser sacerdote de la conspiración es fácil, barato y prestigioso. Tu sabiduría está basada en el conocimiento positivo de una realidad cuya no-existencia nadie puede demostrar.
Sólo tendrás dos adversarios. A los que te tachen de loco los tratarás como “ingenuos”, como pobres hombres que todavía no se dan cuenta de lo que los hombres calvos y gordos de la viñeta de El Roto les están haciendo. A los que traten de rebatirte les tratarás de “herejes”. Da igual los argumentos que aporten, su intento de derribar tu relato de verdad revelada sobre los planes de los “dioses malvados encorbatados” será tachado de devoción hacia ellos. No cuestionarán su veracidad sino su verdadera motivación.
Son “lacayos del capital”, “justificadores de lo injustificable”, “la voz de su amo”, “perros de presa de los de arriba”. El que pone en jaque la verdad revelada de los sacerdotes de la conspiración sólo puede ser un siervo de Satanás, con la intención de tentar con engaños y argucias a los débiles de espíritu para que abandonen el buen sendero.
Los “sacerdotes indignados” son anti-datos, anti-rigor, anti-razonamiento. Tienen un pálpito. Tienen la fe. Saben de la existencia de ese ser superior, malvado en este caso, que ha causado las desgracias. Un ser superior con mil tretas para ocultarse, cuyo mayor logro, como el de Lucifer, es hacer creer a algunos ingenuos que no existe. Un ser superior que nos vigila y que rige nuestros destinos. Que nos lleva al desastre conscientemente, fruto de un deliberado designio que puede llevar a cabo porque su voluntad es única y su poder, omnímodo. Un plan tan perfecto que no puede haber sido casual. Que sólo unos pocos valientes se atreven a ver.
Los romanos inventaron a Ceres porque todavía no tenían capacidades científicas para explicar las malas cosechas. Nosotros no tenemos excusa. La fe de los “dioses malvados de traje negro” sólo puede justificarse desde la mayor pereza intelectual.
Por supuesto que en la crisis ha habido decisiones interesadas, movimientos deliberados y aprovechamientos evidentes. Pero esto no ha pasado “porque alguien lo ha querido”. Ha ocurrido por diversos, variados y discutibles errores de modelo en nuestros sistemas sociales y económicos. Rehuir esta reflexión es tanto como condenarse al fracaso y la impotencia. Porque si hoy no se nos pudren las cosechas no es porque hayamos neutralizado a Ceres. Es porque la hemos trascendido.
La religión de la conspiración coloca el debate público en una situación de irracionalidad y de infantilismo que hace imposible cualquier avance. Por eso debe ser combatida y rechazada por cualquiera. Desde cualquier posición ideológica.
O tal vez no. O tal vez eso es lo que queremos que pienses…