In praise of Ana Botella
Ahora que, si uno se fía de La Razón, el Comité Olímpico Español le debe a España más favores que miembros tenía su delegación, deberían aprovechar para pedirle que reconozcan dos nuevas disciplinas olímpicas que permitirían engrandecer el siempre magro medallero español. Además, tiene la ventaja que aseguraría metales fuese cual fuese la realidad nacional de la Península Ibérica en 2020. De hecho, cuantos más mejor. Oro para Cataluña, plata para España y bronce para Galicia, por ejemplo. Estas modalidades deportivas serían la halterofilia de paja en ojo ajeno y el miedo al fracaso de altura.
Nuestra habilidad en estas dos disciplinas quedó patente con el “caso Ana Botella” que sacudió estos días Twitter, Facebook y el hijo bastardo de ambos, los telediarios. Porque vale que la “relaxing cup of café con leche” era un auténtico caramelito para trolls y que la sobreactuación de la señora de Aznar dejaba a los de Stamos Okupa2 como alumnos privilegiados de Stanislavski. Pero, sinceramente, su inglés no era tan malo. A lo largo de mi vida pude escuchar a muchos españoles destrozando la lengua de Shakespeare con mucha más saña que esta señora, y seguro que vosotros también. Pedidles a vuestros amigos, padres, hermanos y tíos que lean el discursito de marras, por favor. Pero no lo subáis a Youtube.
Escucho desde aquí los murmullos de desaprobación: “¡pero es que esta mujer representa a más de tres millones de madrileños!”. Cierto, en un país normal los cargos públicos sabrían idiomas. Pero esta no es la Alemania donde un ministro dimite por plagiar su tesis, ni siquiera la República Checa donde todo un jefe de Gobierno se va por sospechas de espionaje. Esta es la España de las destrucciones de discos duros que podrían contener pruebas y la España de Método 3, ese lugar donde el nivel de lenguas de sus dirigentes pasó del “aiguanmuviman” de Franco al “hablo en español” de Zapatero y a un presidente del actual Gobierno que se cree que se refieren a él cuando llaman al “prime minister of Solomon Islands”.
En España, intentar hacer algo es jugar a la ruleta rusa, pero al revés: cinco de las seis balas desencadenan un torrente de habladurías y maledicencias de patio o de Twitter
Pero claro, Ana Botella lo intentó. Con lo fácil que hubiese sido pedir un traductor con cargo al contribuyente. Y en España, intentar hacer algo es jugar a la ruleta rusa, pero al revés: cinco de las seis balas desencadenan un torrente de habladurías y maledicencias de patio o de Twitter. Así que, atenazado por este miedo al “qué dirán”, el español pasa de tirarse a la piscina y se queda tomando un rebujito al borde del trampolín. El caso de los idiomas es paradigmático. Un español que haya estudiado idiomas sabe absolutamente todos los tiempos verbales, modismos y expresiones de la lengua en cuestión. Pero de hablarla, ni flores, “no vaya a ser que me lapiden como a la Botella”. Esté en el país que esté, hablará en español, por gestos o con apoyo gráfico. Pero nada de sacar a relucir su amplia gama de phrasal verbs, no vaya a ser que los diga mal. Así somos, “winners” natos, que diría Emilio Botín.