Carátulas de decepción y sorpresa. Vuelta al vinilo

La capacidad de sorprenderse va, por lo general, en dirección contraria a nuestra edad. Hay casos alentadores de mentes inocentes y siempre puras, pero para la mayoría, todas las metáforas empiezan a parecer sacadas de un apéndice de equivalencias. Los atardeceres siempre son por detrás de las Cíes en verano y sobre O Morrazo a finales de invierno. Ya sabemos todas las maneras distintas en que se puede expresar la repugnancia. Peor todavía, estamos habituados a todas y cada una de las segregaciones que puede emanar un ser humano. Karpin nos hizo ver que la estroboscopia del fútbol solo puede decaer. Y, para colmo, ya no hay ninguna tinta de bolígrafo que nos pueda llegar a sublevar ni con su brillo, ni con su fijación ni con la soltura que proporciona a nuestra escritura.

Solo hay una cosa que, a medida que pasan los años, puede llegar a sorprender con más intensidad, como uno de esos giros caprichosos y burlescos de la ironía sideral: los discos cambiados de carátula.

Aspecto de la selección musical de un coche cualquiera@ laurenmurphy.wordpress.com

Aspecto de la selección musical de un coche cualquiera
@ laurenmurphy.wordpress.com

Cuando aún usaba el tocadiscos de vinilo (cuando funcionaba, básicamente) no me permitía esta clase de descuidos, pero el punto de inflexión se produjo cuando empecé a escuchar la mayoría de los discos en el coche. Mi casa había dejado de ser un hábitat propicio para poner música para todos los públicos cuando justo me vi obligado a ir a estudiar fuera. Al principio tenía siempre conmigo una radio con un reproductor de cd´s y una buena cantidad de discos bien colocaditos en la estantería para que los invitados los vieran, como quien no quiere la cosa. Yo pensaba que semejante selección  impresionaría a cualquiera. Aunque no era así en absoluto, a mí me valía. No solo cada disco estaba donde le correspondía, sino que hasta cada carátula, brillante y sin el menor astillazo, tenía un lugar asignado en medio de aquel precioso reducto de culto al Espíritu Universal de la música.

La capacidad de sorprenderse va, por lo general, en dirección contraria a nuestra edad

Pero como decía, fue cuando empecé a conducir y tuve que cambiar los discos mientras el semáforo estaba rojo, cuando de verdad las empecé a pasar putas. Al principio, con el objetivo de no fomentar el adulterio entre discos y carátulas, escuchaba siempre los dos mismos discos. Cuando uno terminaba, solo tenía tiempo para abrir un disco. El semáforo de los peatones marcaba ya 10 segundos. Abría su carátula para guardarlo y ya estaba ocupada. 5 segundos. Si quería evitar dejarlo tirado o meterlo en una caja incorrecta, solo me quedaba la opción de poner el que ya estaba ocupando su espacio. Y así era. Lo escuchaba con más alivio que deleite y cuando volvía a terminar solo me quedaba la opción de volver al de antes. La histeria. Así que resolví renunciar al brillo de sus envoltorios para economizar en espacio y cordura, y los metí todos en una de estas disqueteras de promoción que en los 2000 daban en todas partes. Me dolía verlos allí cada vez que yo no conducía. Ni listas de canciones, ni letras, ni fotos… Aquello era demasiado y no pude aguantar más. La solución pasaba únicamente por transigir. Por la ataraxia. Y así, las cajas de discos llegaron a ocupar los cajones de las puertas, la guantera, la zona del cambio de marchas, los bolsillos de los asientos. El salpicadero. Aquello era una sangría. Ralladuras, astillazos, tapas desencajadas… La debacle, pero la decadencia absoluta no llegó hasta la frase “por uno no pasa nada”, que pronuncié un día al guardar un disco en la caja que no correspondía. Eso llevó al siguiente y la espiral de desidia derivó un día en un hallazgo escalofriante: un disco de música de baile de salón (pachangueo barato) ocupaba la carátula originalmente asignada a Rory Gallagher. Alguien se había infiltado. La decepción fue tan desgarradora como redentora fue la sorpresa de conocer a Los Ilegales cuando solo esperaba escuchar al Último de la fila. Desde entonces, como prevención ante estas alteraciones del ánimo, no conduzco.

Aplicaciones web

Este fenómeno dio sus primeros pasos en la red cuando el Emule y el Ares decidieron que habían facilitado demasiado la tarea de evitar la demencial selección musical de la radio, cuando Rock FM dejaba de lado el fútbol y empezaba a poner cinco veces en una mañana el último hit de Extremoduro. Era una delicia despertarse con el ordenador echando humo y ver una larga lista de filas verdes y otras tantas azules creciendo al mismo ritmo que nuestra expectación. Se sabía qué se descargaba y se empleaban las 3.000 pesetas de un disco que era una completa incógnita en la recién estrenada conexión de tarifa plana, a la que se sacaba el máximo rendimiento, fetichismos visuales al margen. Se escuchaba casi todo y se accedía a casi todo. Era fácil y llegaba con un formateo del ordenador al año. Hasta los bootlegs más insospechados aparecían en los equinoccios señalados, cuando Matrix iba bien. Pero llegó el momento en que alguien se confundió de carátula y la canción de ‘Freebird’ de Lynyrd Skynyrd era de los Rolling. Sonaba rara la voz de Mick Jagger con esa especie de pedal de uaua en la garganta, pero la juventud permitía buscar una explicación en la calidad de la grabación e incluso en una disculpa de nuestro poco habituado oído. Seguía la lista de reproducción y ya se te empezaba a hinchar el bullarengue cuando te decían que Ska-p eran los que cantaban la canción de ‘Resistencia’, de unos Reincidentes que no se le parecían ni en letras ni en voces. Algo olía mal y el formateo anual dejaba de compensar. Los sacrilegios que tenían lugar eran hasta dolorosos y en absoluto graciosos. La música se escuchaba con desconfianza, del mismo modo que un marxista acude a un centro comercial. Después, esas confusiones degeneraron en burlas deliberadas cuando todo lo que se descargaba eran canciones de reggeton, ya fuera bajo el nombre de Depeche Mode o de Héroes del Silencio. En pelis, hasta Harry Potter era porno.

Era una delicia despertarse con el ordenador echando humo y ver una larga lista de filas verdes y otras tantas azules creciendo al mismo ritmo que nuestra expectación

Al menos, fue así como, tras una descarga frustrada de Earth Wind and Fire, conocí a los Kool and the Gang. Toda una lección en favor de las segundas oportunidades y la utilidad de abrir la mente ante situaciones desconcertantes.

Como decían los Héroes del Silencio en Parasiempre, “No tengo toda la vida y aún hay cajas con sorpresa”. Para los que quieran asegurar, esta es la explicación de por qué merece la pena volver a los vinilos. A nadie le faltan tantos escrúpulos como para tratarlos como cd´s.