Radiografía de Tony Soprano
La reciente muerte de James Gandolfini nos dejó sin un gran intérprete, cuyo legado se centra, principalmente, en uno de los más soberbios y sorprendentes personajes que haya dado nunca la pequeña pantalla: Tony Soprano. Hasta la irrupción de The Sopranos en la cadena HBO en 1999, se creía que la televisión convivía en una perpetua desigualdad cualitativa respecto de su hermano mayor, el cine; sin embargo, la serie sobre la familia mafiosa de New Jersey lo cambió todo: de repente, se atisbó un ápice de esperanza para la plataforma televisiva, dotándola de la suficiente dignidad y de la suficiente credibilidad como para enzarzarse en un pulso equilibrado con el séptimo arte. La magnitud cultural de la llegada de The Sopranos es de difícil mesura: de repente, la televisión, fuente de entretenimientos, que no de arte, servía al espectador un producto extraordinario, un equilibrio sagaz entre el drama y la épica en torno al siempre complejo (y atractivo) ámbito de la Cosa Nostra, que encandilaba no sólo por la fuerza narrativa de sus guiones o por el talento interpretativo de su reparto coral, sino por la simplicidad, por la cercanía, que facilitaba la empatía en el espectador, haciéndose ésta natural y espontánea. Y en el corazón de la serie, erigido como factótum representativo del programa, icono a todas luces y destino de todas las miradas, se encontraba un hombre de temple dudoso y porte rubenesco: Tony Soprano. De hecho, es el único gángster que puede hacer competencia a Al Capone y Vito Corleone como la imagen pública instalada en la psique del ciudadano a la hora de referirse a los mafiosos. Desde Compostimes, mi compañero Álex ya comparó a Tony Soprano con el siempre popular Luis Bárcenas.
Tony Soprano, para quien (todavía) no haya visto la serie, es el jefe de la familia mafiosa (probablemente la única familia) más poderosa de New Jersey, si bien sus competencias laborales le impiden llevar una vida doméstica regular, viéndose obligado a ponderar su rol de padre y marido con su cargo al frente de la organización mafiosa. En el capítulo piloto, Tony sufre un ataque de ansiedad al ver cómo la familia de patos que se había convertido en huésped habitual de su piscina lo abandona súbitamente para alejarse en el horizonte. Este repentino colapso emocional provoca que Tony se vea obligado a asistir a terapia con una psicóloga, la doctora Melfi, algo que está estrictamente prohibido dentro del mundo de la mafia, dadas las connotaciones confesionarias y delatoras que éste entorno puede generar. Tony Soprano no es un pistolero malencarado al uso; bajo esa fachada de tipo más duro que el acero, Tony alberga en realidad una amalgama de emociones firmemente humanas, por tercas y por inevitables. Mi propósito con ese artículo es sumergir al lector en ese complejo caótico que es el patriarca de la familia Soprano (de ambas familias Soprano), intentando dar explicación a una conducta que, en ocasiones, puede llegar a resultar en exceso confusa. Evito desvelar cualquier elemento trascendental de la trama para que aquéllos que no la hayan visto no sufran una desilusión si deciden abordarla.
Un gran poder conlleva una gran responsabilidad: A Tony, siguiendo la premisa formulada por Nietzsche, le agrada el poder, le gusta preservarlo y sentirse firmemente consolidado en lo alto de la jerarquía de su organización. El cabecilla de los Soprano hereda el poder de su padre, “Johnny Boy”, si bien en sus comienzos se ve obligado a realizar pequeños golpes y atracos insignificantes para irse grangeando, poco a poco, el favor de sus semejantes, y afianzarse en el cargo huérfano de padre. Tony, en un principio, se nos muestra como un gestor hábil en la preservación de su control: para evitar la presión policial, sitúa a su tío, Corrado “Junior” Soprano, como jefe de la familia, a sabiendas de que el único que será juzgado en caso de redada policial será éste, como un pelele cabeza de turco. Sin embargo, Tony es el verdadero brazo ejecutor, el poder en la sombra, y tras la detención de su tío, su hegemonía se reafirma y se refuerza, convirtiéndole en el padrino público de su agrupación, tanto a ojos de las demás familias como de los propios federales.
A pesar de su fascinación por El Arte de la Guerra de Sun Tzu, y la ingeniosa habilidad de Tony para recuperar su reputación y su cargo una vez hechos públicos sus pequeños episodios de pánico, la comprensión que el Gran Jefe tiene del poder se amolda mejor a los aforismos de Machiavelli: la conservación del poder por encima de todo, ostentar la dominación sobre todos, sin tener en cuenta los medios para lograrlo. Soprano dispone así un estilo de negociación fundamentado en la agresividad y el impulso violento, jamás en un protocolo diplomático: es un bestia, un matón, cuya lengua vernácula media entre el exabrupto y la blasfemia, entre la injuria y el desacato. Sin embargo, el resultado (pragmáticamente hablando) es inmejorable: Tony suele lograr todo lo que se propone, salvando ligeras concesiones que para él resultan superfluas. Al líder de los Soprano no le importa realizar un sacrificio siempre que este movimiento le reporte beneficios a corto o largo plazo.
La herencia de su padre también reportó para Tony contactos en las altas esferas: por lo tanto, podemos hablar de un atisbo de poder político en el caso de Tony, si bien, como ya se ha señalado, estos contactos se ven condicionados por el comportamiento y la actitud del propio Tony, de naturaleza impulsiva, que bien puede mostrarse displicente y exhibir ademanes de desprecio, o bien resultar amable y considerado. Además, los numerosos golpes ejecutados por sus subordinados y sus socios reportan beneficios a espuertas, de los que Tony nutre su economía familiar. Es difícil calcular el patrimonio del que dispone la familia Soprano, pero vemos que es una familia de amplia solvencia. A Tony no le tiembla la mano a la hora de pagar unos cuantos miles o de sobornar al policía de turno; de hecho, el dinero le confiere a Tony una inusitada confianza en sí mismo, además de la condescendencia ilícita para actuar como se le antoje. Por lo tanto, el poder económico que ejerce Tony Soprano es sin duda una de sus mejores bazas a la hora de mantener fieles a sus amistades, legitimando así el viejo verso de Quevedo, “poderoso caballero es Don Dinero“.
No obstante, cabe indicar que el poder de Tony es limitado, muy limitado: se circunscribe solamente al ámbito de New Jersey, si acaso mantiene contactos y relaciones con algunas de las familias mejor posicionadas de New York, como con los Lupertazzi, a través de su buen amigo John “Johnny Sack” Sacrimonti. Pero, pese a todo, los dominios de Tony Soprano no son especialmente amplios ni vastos: tan sólo es el rey de una isla, desconocedor de otros archipiélagos. Si bien su naturaleza ambiciosa (incluso diríamos codiciosa) le hace desear un imperio mayor, unos dominios más amplios, se le observa cómodo en su cargo, consciente de las numerosas concesiones que debe realizar; eso sí, en caso de presentarse la oportunidad, Tony se abalanza sobre ella como un lobo hambriento hasta llevarse la última gota de sangre.
El problema de Soprano con el poder es que considera este una coartada perfecta para un comportamiento desejemplarizante, una actitud chulesca y vanidosa: sabiéndose el jefe, el líder, abusa de sus poderes omnímodos de una manera déspota, denostando a sus colaboradores con frecuencia y premiando sólo a aquéllos que obtengan beneficios para el negocio familiar. Tony es un tirano consentido y consensuado, no un líder ejemplar: con un mimo más minucioso a sus subordinados, con un trato mejor con sus aliados, es posible que hubiese alcanzado unas cotas mayores de dominación. Pero, como un intruso indeseado, sus sentimientos y sus emociones (en especial la cólera) se entrometen en su paso, provocando que sus airadas rabietas minen la moral de su equipo. No en vano, la lealtad que se le rinde a Tony no es fruto de la simpatía, sino del miedo; sus propias aliados temen las represalias de su jefe. Soprano busca que se comulgue con su credo de manera voluntaria, pero si observa cualquier herejía no dudará en interceder para remendar por la fuerza esa actitud pagana. Al fin y al cabo, Tony depende de su imagen, de su impresión pública, para sobrevivir.
Tony es un tirano consentido y consensuado, no un líder ejemplar
En torno a la imagen y al liderazgo: James Gandolfini declaró que, tras ser contratado, no podía creer que él fuese el elegido: “Pensé: ¡me han contratado, con esta cara, y así de gordo!”. No sabe lo errado que estaba: la apariencia lo es todo para un mafioso, dado que su particular mundo está dominado por la impostura y la superficialidad. Gandolfini, con su rostro abultado, su cuerpo grueso, y su voz de trompeta atascada, era simplemente idóneo para encarnar a Tony Soprano. El mafioso no tiene porque ser un tipo amable, gracioso o de aire angelical; al contrario (y más en el caso de Tony), el mafioso está pensado para intimidar a sus rivales, causar el pavor suficiente como para alcanzar sus objetivos. Es cierto que Tony está gordo (es un aspecto suyo que salta a la vista, y al que se ridiculiza algunas veces en la serie), pero precisamente esta gordura fundamenta la impresión de bon vivant, de estabilidad económica; además, la fuerza física que desprende Tony Soprano es demoledora, suponiendo una amenaza constante para quien desee agredirle, a diferencia del clásico italoamericano enclenque y bien peinado. Tony coacciona con su mirada perdida, amedrenta sólo con resoplar por esa nariz como hinchada: todo su aspecto le confiere un halo de imbatibilidad, de invencible dominio. Incluso (si lo requiriera el caso), Tony se puede desplazar a una velocidad aparentemente rauda.
Sin embargo, el aspecto físico de Tony lidia en permanente disputa con su apariencia indumentaria, con su presencia física. Como ya se ha señalado, Soprano no es precisamente el paradigma de la elegancia, y en esta naturaleza chabacana y campechana radica la simpatía que se le otorga. No es inusual encontrar a Tony Soprano vestido únicamente de bata, camiseta interior y calzoncillos, como un demonizado Gran Lebowski, yendo a recoger el periódico a su puerta. Sus modales públicos son grotescos, atroces. Uno se da perfecta cuenta de que a Tony no le interesa agradar, ni hacerse amigos de aquéllos que sólo lo admiran por su apariencia externa. Al contrario, Tony disfruta en su papel de cretino mezquino y ruín, un bocado exquisito no del agrado de todos. Su respetabilidad no nace, por tanto, de la vestimenta con la que se atavie, sino de sus dotes como cabecilla del crimen organizado.
¿Es Tony un líder hábil? Como ya he dicho, no lo es exactamente. A menudo rencoroso, a menudo impetuoso, Soprano se ciñe a su posición con una autoridad hercúlea, haciendo patente de forma continua su sobredimensión omnipresente. “¡Trabajáis para mí, no lo olvidéis!”, le espeta a Paulie y a Silvio en el momento en que estos dudan de su capacidad de mando. Debe hacer sentir continuamente que él es el hombre sobre cuyos hombros recae el devenir de la familia, y no tolerará ningún tipo de insubordinación ni falta de respeto a su figura. En una ocasión, recién recuperado de un accidente que casi acaba con su vida, un Tony aún convaleciente contrata a un musculoso ayudante para ejercer de guardaespaldas personal mientras él continúa con su recuperación. Sin embargo, ante la abrupta suspicacia de sus colaboradores por su liderazgo, o el temor a que ya no continuará al frente de la familia por ser débil e inane, Tony aprovecha una reunión de la familia para agredir a su guardaespaldas hasta dejarlo seco, recuperando el respeto de sus semejantes y recordándoles quién es el verdadero jefe. Acto seguido, vomitaría en el lavabo. Tony hace esto no sólo para reforzar su posición, sino para conferirle de nuevo estabilidad a la familia, evitando cualquier resquebrajamiento fruto de la duda o del miedo. Porque Tony sabe que él es el hilo conductor que mantiene unida a la familia y, para él, la familia es lo primero.
La mafia, mucho más que un oficio: Tony no considera la mafia como una actividad lucrativa y beneficiosa para su existencia; al contrario, tiene a la Cosa Nostra como una idiosincrasia inherente a su personalidad, como un elemento propio de su naturaleza, y del cual no se puede desprender. Como ya se dijo con anterioridad, Tony no llega al negocio de la mafia de manera casual, sino que continúa el linaje de su padre y de su propio tío, y no duda en defender ese estilo de vida pese a todas las adversidades. Porque Soprano es consciente de que el suyo no es un empleo con segura solución de continuidad, sino que el riesgo de mortandad y el índice de fallecidos por inexplicable accidente es el más alto dentro de las profesiones, y los integrantes de su gremio son potenciales cadáveres en cualquier momento. Inseguro de la lealtad de sus subordinados, Tony incurre con frecuencia en recordarles lo que se están jugando y que, de no guardarle fidelidad a él, al menos deben guardársela a aquéllos que han sido parte de su familia. Es por ello que la traición es el mayor crimen que puede cometer un mafioso: delatar a tus colegas de profesión puede que supusiera protección por parte del FBI, pero sobrevivirás día a día con la invisible y silenciosa amenaza de un inesperado tiro en la nuca. Tony no consiente por lo tanto ni la menor insinuación de felonía o ingratitud por parte de sus socios, ni de sus mejores amigos (como en el caso de Pussy Bonpensiero) ni de sus familiares consanguíneos (su sobrino Christopher Moltisanti o su primo Tony Blundetto). De hecho, Soprano despliega una fórmula eficaz y terriblemente recurrente para aleccionar a sus lacayos sobre el canon ortodoxo de comportamiento dentro de su organización: agarrándolos por las solapas, los estampa contra la pared más cercana y les recrimina su actitud y sus intenciones. Porque, recordémoslo, el menor signo de insubordinación o subversión puede tener como recompensa la desaparación inminente de la vida pública.

La criminal familia Soprano. De izquierda a derecha: Paulie Gaultieri, Silvio Dante, Tony Soprano, Christopher Moltisanti y “Pussy” Bonpensiero ©HBO
Incorporarse a la familia Soprano no es una tarea sencilla; Tony solamente acepta en el seno de su organización a aquellos hombres que o bien han sido compañeros fieles durante algún tiempo (como Silvio o Paulie) o bien comparten la misma sangre que él (como Christopher, de una manera remota). Además, otro de los requisitos intangibles para ingresar en el cuerpo del crimen organizado de los Soprano es la procedencia italoamericana. Así es; respetuoso con sus raíces, Tony Soprano muestra una mayor afinidad y una menor acritud por aquéllos que, como él mismo, proceden de la cuna de la civilización occidental: Italia, si bien con la evidente corrupción del gen italiano al resultar en un mestizaje con la cultura norteamericana. Tony hereda toda la tradición italiana de sus ancestros (el sistema patriarcal de distribución de poderes, la cultura culinaria, el secretismo hermético de la profesión…), pero combina estos elementos con la perversa idea de libertad de los norteamericanos, y es en la defensa de sus valores italianos cuando Tony más cae en la caricatura estereotipada de los italoamericanos, vinculados a menudo con la mafia. La exageración gestual, el intratable valor kinético, el repentino valor estentóreo de sus palabras… son rasgos claramente prejuiciosos que ellos sitúan en una categoría de dignificación del criminal, de redención del asesino. Sin embargo, del agrado de Tony son los principios elementales de conducta de los mafiosos, desde la camaredería intachable, pasando por la gestión draconiana de fondos, hasta la omertá, es decir, el minucioso y tácito silencio que debe reinar sobre los asuntos que atañen a la organización, un principio que, sin embargo, el propio Tony viola durante las sesiones de su psicoterapia. Tony se suele mostrar muy respetuoso con su tradicion mafiosa, a pesar de que no la respeta de manera escrupulosa, quizá porque la entiende como un atavismo anacrónico, del que hay que aprender pero al que no hay ser fieles totalmente. De hecho, conscientes del retrato ficcioso y erróneo que se recoge de los italoamericanos en las películas de gángsters, Tony y sus hombres parodian a menudo escenas de diversos films, siendo especialmente viperinos con la trilogía de Francis Ford Coppola de “El Padrino” y con su protagonista, Al Pacino (de hecho, Silvio Dante ridiculiza a Michael Corleone, imitando de manera bastante satírica su particular interpretación).
¿Por qué decide Tony acceder a un mundo como el de la mafia? En primer lugar, por la admiración que profesa hacia su padre: Tony lo encomia como héroe, como modelo y como ídolo (a pesar de la permanente iconoclasia que Tony profesa durante la serie), y por ello perpetuar su legado le parece el mejor modo de rendirle pleitesía. En segundo lugar, por la estética de la mafia: la imagen que el prepúber Tony tiene de la mafia es la de una organización hedonista, eudemonista si se desea, con un estilo de vida desenfadado y lujurioso, tanto por la voluptuosidad de las mujeres que los secundan como por la juerga suprema y el libertinaje como rutina; es la fiesta definitiva, lejos de cualquier compromiso emocional o académico. Y en tercer lugar, por pura protección: el Tony infantil es un personaje débil, cándido e inocente, que en una sociedad como la que le aviene no duraría ni diez minutos; así, busca en la familia un amparo para sobrevivir, un refugio que le ayude a evitar enfrentarse a la vida como un funambulista ebrio. Tony asume así una vida de elevado riesgo para sostenerse a sí mismo y a su familia biológica. Porque Tony, pese a todo, sigue siendo un hombre familiar.
La familia (biológica) Soprano: Tony es, en apariencia, el arquetipo perfecto de americano familiar: disfruta con las barbacoas dominicales, le gusta tener contentos a sus familiares y, frecuentemente, alecciona a sus hijos con las experiencias de su vida. Sin embargo, como bien sabemos, Soprano no es un personaje especialmente tradicional, y desde luego su familia tampoco. Tony está casado con Carmella y tienen dos hijos: la encantadora Meadow y el rebelde Anthony Jr. (A.J.). Es indudable que Tony ama a Carmella; pero no puede evitar (escrito está en el código patrimonial de los mafiosos) tener alguna que otra aventurilla extramatrimonial. Sin embargo, Tony estima de una manera especial a Carmella sobre todas las mujeres, distinguiéndola con elogios y agasajos (“Eres, al fin y al cabo, la madre de mis hijos”, sentencia de manera solemne y decisiva en un episodio). No obstante, estos cumplidos suelen venir acompañados de episodios irracionales de violencia por parte de Tony, que le reprocha a Carmella actitudes y sensaciones que él considera ponzoñosas para el devenir de la familia. Tony se considera a sí mismo el valedor de la estabilidad familiar, tanto ecónomica como moralmente, y considera que su punto de vista es el único que debe obedecerse dentro del hogar: cualquier respuesta o desacuerdo será considerado irreverencia e insumisión, con el consiguiente denuesto de su impositivo padre/marido.
Hay algunos críticos que han apuntado que, para Tony Soprano, su familia no es más que una tapadera para ocultar sus actividades criminales; disiento terriblemente de esta interpretación: es cierto que Tony no es el personaje más familiar de todos los tiempos, y ni por asomo se le podría considerar apto para la educación sentimental de sus vástagos. Tony es un padre de familia poco atento, pero no irresponsable: siempre que su familia ha necesitado de cualquier tipo de atención, él ha sido el primero en acudir a su rescate, aunque sólo fuese porque así se lo exigía su posición. Tony asume con disciplinaria rectitud la monotonía del hogar, como una parte fundamental de sí mismo en su concepción como hombre y como mafioso. Es bien cierto que no siempre mantiene una relación armónica con los miembros de su familia pero ¿quién lo hace? De hecho, es en el seno de su familia donde se nos revela el Tony más emocional y más vulnerable: tan sólo en su sufrimiento por sus seres queridos aflora esa concatenación de agonías y anthrax que es el miedo de Tony Soprano, y que le provoca esos ataques de pánico, giro elemental de la trama. El Tony más humano aparece en la vida familiar, en la ermita ebúrnea de silencios y suspiros que comparte con su mujer y sus hijos: lejos de ellas, sólo vemos un antifaz sombrío que expone una actitud falsa, una apariencia que no se equivale con el Tony real: pero es la única manera de sobrevivir.
El Tony más humano aparece únicamente en la vida familiar
Así mismo, Tony no desea para sus hijos la misma vida que él arrastra como un espíritu moribundo, a diferencia del clásico modelo mafioso. Al contrario, a menudo los alenta a alejarse los más posible del ambiente pútrido de la Cosa Nostra, resignándose a protegerlos de maneras que él sabe inapropiadas e incluso ocultándoles parcelas de su vida por temor a que los lleve a vomitar en las mismas letrinas. Tony ama a sus hijos sobremanera, los protege e incluso los malcría con caprichos caros y lujosos. Esto no quiere decir que todo cuanto hagan sus hijos merece su aprobación; al contrario, Tony y sus hijos suelen enzarzarse en batallas dialécticas sobre temas en los que Tony mantiene una actitud ciertamente conservadora, mientras que sus hijos (fruto tal vez de ese incontrolable mimo paterno, y de la ausencia fugaz de la figura de la madre) se postulan desde una postura progresista. Tony toma esta actitud contestataria como un capricho de malcriado, sobre todo en el caso de su hijo, A.J., al que no duda en castigar violentamente si osa oponerse a su régimen de obediencia. Porque Tony es una figura autoritaria, tanto dentro como fuera del hogar, y obliga a todos a a aprender que su amor no es incondicional, sino que está determinado por el éxito que tengan en la vida y por el respeto que profesen por su padre. Esta actitud la recibe Tony de sus progenitores, y muy especialmente de la que yo creo que es la figura clave en su vida adulta: su madre.
Madre no hay más que una (por fortuna): ¿Y ustedes creían que Norman Bates tenía una madre controladora? El carácter maternofilial de Tony, así como la tradición patriarcal de los Soprano, obliga a éste a mostrarse servil y atento con su madre, Livia (intrepretada de manera soberbia por Nancy Marchand). Sin embargo, es difícil depositar cariño en un ser tan despreciable, tan manipulador y tan histriónico como su propia madre, sobre todo si ésta resulta en un ser de naturaleza vengativa y juicio fraudulento. Tony aborrece a su madre, pero su posición y su herencia genética le fuerzan a profesarle cariño. Durante su infancia, Tony sufrió el desprecio sistemático, casi sádico, de su “santa” madre, a la que le gusta recrearse en un victimismo falaz y que busca desesperadamente llamar la atención como una actriz patética en un veloz declive. Como es evidente, soportar la figura de su madre desde la infancia provoca en Tony que la imagen que él tenga de la mujeres esté ponderada, indefectiblemente, por la de su madre, que es en su consideración femenina un escollo insalvable, un protervo baremo de conducta y de género. De hecho, la educación sentimental de Tony Soprano nace por voluntad de su despótica madre, y la doctora Melfi llega a insinuar que tal vez se adivinen síntomas de un abstracto síndrome de Edipo bajo la piel del plúmbeo Tony.
Al contrario de las insinuaciones de la doctora, debemos desmentir que Tony haya aprendido a amar de la manera despectiva y peyorativa que su madre le profesó: al contrario, el esfuerzo fundamental que Livia Soprano realizó sobre su hijo se podría considerar una castración emocional, destruyendo de manera metódica todos y cada uno de los sentimientos del pobre Tony, como un maltrato sensitivo sin resquemor y sin remordimiento, principalmente por el rencor que Livia le guardaba a su propio marido. De este modo, el joven Tony creció con un déficit de cariño monumental, casi rozando lo anhedónico, o incluso la venustrafobia, miedo a las mujeres hermosas. La presencia de Livia se intuye como un fantasma permanente en todas las escenas en las que Tony debe lidiar con la presencia de mujeres, e incluso en aquéllas en las que debe lidiar con hombres. No en vano, la mayor influencia de su vida fue una tortura irremediable a manos del ser que le había dado a luz, lo que indudablemente provoca un trauma que con una fuerza de voluntad menor hubiese conducido a la locura. Por fortuna, Tony Soprano alcanzó la edad adulta ansioso y libidinoso, buscando llenar el vacío emocional que su madre había generado durante tantos años. Quizá por ello Tony se encapricha tan rápido de las mujeres de su vida.
Las mil y una mujeres de Tony Soprano: Admítanlo las mujeres y los homosexuales que lean este artículo: Tony Soprano no es precisamente el hombre más atractivo del planeta. ¿Qué tiene entonces que cautive con tanta frecuencia y tanta rendida fidelidad a algunas de las mujeres más hermosas y más voluptuosas que haya dado nunca la pequeña pantalla? Primeramente, debemos hablar de la capacidad pecuniaria de Tony: como ya he dicho, la solvencia económica de Tony es, digamos, torrencial, y una alhaja insignificante o una tarde en un spa sirven para encandilar a las muchachas más cínicas. Segundo, la labia de Tony; éste, sin ser esencialmente un bardo o un versador, puede resultar pícaro y conmovedor si la ocasión lo requiere, atrayendo con la prosodia de un confesor a la joven en cuestión. Y por último, el punto que a mí me resulta más trascendental en su donjuanismo itinerante: la estética del poder; porque Tony es un hombre poderoso, dominador, hegemónico, siempre al frente de corrientes y tendencias, siempre dueño de la situación y del lugar con una simple sonrisa, y ese aura entre mística y furiosa, entre ascua y ceniza, provoca que focalice la atención de las mujeres.
Tony se sabe conquistador irracional y sorprendente, polizón de sábanas y colchones que, de no ser un conocido mafioso, quizá no hubiera podido alcanzar. La figura de la mujer en The Sopranos es ligeramente servil, dócil, si exceptuamos a la indómita Carmella y a la petulante Meadow; las mujeres que se nos presentan asumen su cargo de mujer-florero como un método más de subsistencia, un modo de vida fundamentado en la comodidad doméstica y en el chismorreo parroquial, resignándose a la archisabida liturgia del adulterio consentido a cambio de caprichos y antojos. Tony suele fingir una posición de dominio masculino en todas sus relaciones, proyectando una imagen de críptico y misterioso seductor, de pasado ignoto y fortaleza emocional. Pero esto no es más que un atrezzo, una postura hipócrita y crispada, ya que Tony suele conceder con demasiada facilidad su corazón, abrirse emocionalmente a sus amantes con mal juicio y precozmente, hasta el enamoramiento más fatal y más absorbente.
La concupiscencia rutinaria de Tony desvirtúa completamente su capacidad de amar, o al menos su concepción del amor, ya que Tony es un perpetuo inmaduro en materia sentimental. Por mucho que el personaje evolucione en la serie, en el aspecto amatorio continúa en pañales, a merced del destino o del azar, en una vida de contemplación emocional muy por debajo de sus expectativas y de sus impresiones. Tony entiende cualquier muestra de cariño femenino como un intento de intimar con su yo adolescente, su yo tortuoso y torturado. Pero sobre todas estas emociones, sobresale la imagen de Carmella como un ángel redentor, como un clavo ardiendo al que Tony se aferra. Tony renuncia a casi todo en una aventura: su identidad, su dinero, o incluso (sólo a veces) su dignidad. Pero no está dispuesto a renunciar a su familia y a su modo de vida por una mujer, que se transforma de algo pasajero en algo cotidiano sólo por sus propios designios. Me temo que, como muchos otros, Tony confunde deseo y pasión con amor, y este equívoco pueril y fatal lo conduce a extrapolar conclusiones erróneas dentro de su propia conciencia, ya fatigada.
Tony se niega a renunciar a su estilo de vida por una mujer
No lamento nada ni en sueños: Durante toda la serie, nos acabamos encaprichando de Tony Soprano y anhelando su amistad. La pregunta es ¿por qué? (y disculpen los mourinhistas) ¿Cómo es posible que un criminal confeso, un asesino despiadado, despierte nuestras simpatías y nos provoque una sonrisa de complicidad inmediata? Es muy sencillo: humanizar al monstruo. La fórmula no es nueva: rescatar para el público los aspectos positivos de un personaje atroz, como quien adivina la luz en una cueva umbría, se lleva practicando décadas y sólo puede reportar dosis de humanidad a borbotones. En el caso de Tony Soprano, nos enfrentamos a un personaje que debería estar cumpliendo cadena perpetua por crímenes vinculados a la mafia. Pero, por primera vez en la historia de la ficción de gángsters, no nos presentan exclusivamente al mafioso en su ámbito profesional, sino que nos descubren la vida del mismo al desnudo, una existencia íntima rodeada de drama familiar, de traumas reprimidos, de llantos silenciados. Tony Soprano es un personaje con el que podemos identificarnos fácilmente, al que no necesitamos aspirar (como, por ejemplo, podría ocurrir con Vito Corleone), ya que es un criminal de andar por casa, en exceso familiar y en exceso simpatético, con una carátula plastificada y pegajosa que utiliza para sus asuntos profesionales, pero que ocultan a ese bonachón regordete e iracundo que recoge el periódico en paños menores.
Además, Tony sufre preocupaciones similares a las de un don nadie anónimo: su salud, su familia, sus ahorros… Todo ello elementos regulares de la vida de cualquier individuo ordinario, y por lo tanto mucho más sencillas de digerir. Y, sin duda, el rasgo que más nos gusta de Tony, o al menos el que menor esfuerzo requiere para acostumbrarse, es su impetuosidad, su naturalidad: Tony no finge jamás sus reacciones, ni reviste sus opiniones para conferirles un aspecto más diplomático o más delicado. Al contrario, sus respuestas suelen ser tajantes y directas, incluso me atrevería a decir que impulsivas, por irreflexivas y por intempestivas. Tony se frustra con facilidad, y este cúmulo de insatisfacción y de impotencia provocan episodios impredecibles de cólera que no atienden al favor de su organización, sino al propio egoísmo de Tony, actuando de una manera insensata, y obligando a sus feligreses a reordenar el caos de sangre que ha generado con su paso amenazador.
Y, una vez más, el físico de Tony salta al estrado. No es fácil sentirse identificado con el estilo de Al Pacino o Robert De Niro; sin embargo, la abultada barriga de Tony, o ese rostro simpático (si bien tenebroso) no es sino un acicate para acercarnos a su compañía, como un hermano mayor tras el que buscamos acogida. Soprano no demuestra autocontrol en ningún ámbito, ni siquiera en el culinario: sus atracones irregulares y nada circadianos son una constante en toda la serie, algo que quizá se achaca a los desengaños y a los reveses que debe lidiar con los distintos sindicatos del crimen.
Un detalle sin duda revelador en Tony Soprano es el del remordimiento. El maniqueísmo dialéctico de Tony suele sobresalir en la serie de una manera bastante onírica, bastante irreal. Los sueños de Tony se convierten en la plataforma que los guionistas utilizan para adentrarnos en el yo más tierno y más desarraigado de Tony Soprano. Su sentimiento de culpa utiliza este espacio estanco de intimidad para desplegarse como una noche tétrica, creando imágenes que provocan regueros de sudor por la arrepentida espalda de Tony. En numerosas ocasiones, los sueños de Tony le ofrecen realidades o verdades que su consciencia pretende ocultarle, habida cuenta de que debe enfrentarse a un problema desagradable por sus numerosas implicaciones emocionales. Es en estos instantes cuando lo invade el desasosiego y la desazón y se convierte en un amasijo de grasa que hiperventila. Tony se culpa a veces de no ser tan abúlico ni tan pasivo como Gary Cooper, precisamente porque él es un hombre vulnerable tanto moral como físicamente, a diferencia de la imagen que tiene del oscarizado actor. Le incomoda, le asusta desplomarse y llorar porque eso no es digno de un hombre de su posición, por lo que se fuerza a sí mismo a reprimir esos sentimientos contradictorios en una cápsula inaccesible para cualquiera, pero que vamos descubriendo a través de las terapias con la doctora Melfi. De hecho, Tony llega a definirse a sí mismo como “el payaso triste”, ya que se le obliga a proyectar una realidad feliz y despreocupada mientras que en su interior rugen las tormentas.
Tony demuestra en algunas ocasiones piedad, misericordia: donde otros habrían puesto la bala, Tony se esfuerza por poner todas las mejillas de su cuerpo y establecer una tregua momentánea. Eso sí: si un crimen merece ser castigado, Tony lo hará por sí mismo, a diferencia del clásico jefe mafioso que enviaba a sus subalternos. Nos gusta creer que Tony es inmortal, aunque la serie se esfuerza una y otra vez en recordarnos lo fúnebre y lo humano que hay en él. Sobre todo, en su relación con los animales.
La esencia animal de Tony: Durante el transcurso de la serie, Tony cuida con especial dedicación sus muestras públicas de cariño: un exceso de ellas puede afeminar su postura, un defecto puede levantar sospechas. Sin embargo, hay un grupo de seres vivos a los que Tony entrega su cariño de manera desorbitada y sin restricción alguna: los animales. Tony ama a los animales mucho más de lo que ama a las personas, hasta el punto de que la supervivencia de los seres humanos y la realidad de éstos le llega a importar un bledo en comparación con los animales. Siempre que un animal aparece en escena, Tony deja todo lo que esté haciendo para dedicarle toda su atención hasta complacerlo; es el caso de los patos de su piscina, del caballo de Ralphie Cifaretto, del gato que observa el cuadro de Christopher… Tony delega en los animales todo el afecto y toda la devoción que niega a los seres humanos, adjudicándoles una querencia superior, sintiéndose parte de ellos más que de los bípedos. Pero es que todos ellos guardan para Tony un significado especial, una simbología hilozoísta o una alegoría reminisciente en la que Tony identifica ideas o sensaciones: el abandono, la libertad, la tristeza, el miedo… son ideas humanas, fieramente humanas, pero que Tony desprecia por su opresor sistema de vida, hasta el punto de rechazarlos para proyectarlos sobre los animales, que se convierten así en salvoconductos y coartada de sus crímenes más críticos. Es decir: Tony utiliza la inocencia de estos animales para excusar sus crímenes, buscando con su cuidado expiar los delitos que perfilan su expediente y lastran su paso.
Tony Soprano es un elemento esencial de nuestra comprensión del mundo criminal. Despojado de la castidad mitológica de sus antecesores, descastado y casi hecho trizas, hasta ser arrojado al barro de la mortalidad febril, sufrimos con Tony y sentimos por Tony. Él es nuestro equivalente criminal, aquel que cumple nuestros deseos impúdicos con desfachatez, sin decoro y sin reparos, una bala perdida que bien puede ser nuestro vecino o nuestro conocido. No lo abruman el mármol ni la gloria. Nuestra asidua retórica no lima su áspera realidad. Su leyenda y sus hechos no hacen que este hombre solitario sea menos que un hombre. Es él. Es el que odias amando, el que abstrae, en mágico hechizo, el equilibrio obstinado de tus horas tristes. Tony Soprano, trágica carne que nos abandona. Y ahora, telón negro.