Ni un triste emoticono
Le pasa a este gobierno con las mentiras lo que a muchos parroquianos de tasca cuando llega la hora del cierre: piden que se lo anoten todo en cuenta, que ya pagarán. Total, mañana estarán ahí de nuevo. Total, siempre estarán ahí. Se convierte en natural una suerte de picaresca de otra era que, por muy española que sea, empieza a echar un tufo a podredumbre innegable. Y al final nadie paga.
Mariano Rajoy engordó la cuenta ayer con otro engaño que huele a piedra de toque (y eso que ya van unos cuantos). El diario El Mundo desvela que el presidente del Gobierno mantuvo contacto “directo y permanente” con el ex tesorero del Partido Popular, Luis Bárcenas, hasta marzo de 2013, algo que Rajoy había negado. Pero lo peor de todo no es esto, lo más deleznable de los hechos es que esta relación se mantenía fundamentalmente ¡a través de sms!
Asistimos a un revival del más reciente vintage de la tecnología. Es interesante observar como la relación se afina al igual que lo hace el menú del iPhone, volviéndose funcional y perdiendo aderezo. Es lo que tiene la corrupción institucionalizada, que se acaba volviendo falsamente amigable como Hacienda. Adelgazan los sms de Rajoy y engordan los de Bárcenas; en una lección perfecta sobre el funcionamiento de los vasos comunicantes de la corrupción y el sálvese quien pueda. Pero el verdadero protagonista es el presidente. Con el tiempo, sus mensajes se vuelven secos, como de padre estrenando móvil. Da la impresión de un esfuerzo inhumano por poner cada letra en la pantalla: los ojos entornados, la lengua entre los dientes (menuda novedad)… y ni un punto en su sitio. Los de Bárcenas evolucionan en desesperación con el tiempo, teñidos de ese apremio que experimentan algunos seres cuando llegan las seis de la mañana del viernes y no llevan más que su soledad bajo el brazo. Menos mal que eran sms, llegan a ser Whatsapps y Bárcenas le habría metido una demanda por no contestar “aun teniendo doble check”.
Adelgazan los sms de Rajoy y engordan los de Bárcenas; en una lección perfecta sobre el funcionamiento de los vasos comunicantes de la corrupción y el sálvese quien pueda
Hay un elemento más que desconcierta en esta peculiar relación epistolar: la ausencia de emoticonos. Uno echa de menos esas fórmulas de expresión ya institucionalizadas en el imaginario colectivo. No se permiten los amantes de Génova ni un triste smile, ni un punto y coma al lado de un paréntesis. ¡Que alguien me explique como vas a entablar cierta complicidad con una persona sin un punto y coma al lado de un paréntesis! Es una sobriedad que asusta, digna de una decadencia de expresión sin igual. Rajoy, que le está haciendo la cobra a Bárcenas como a una ex novia desesperada, niega ahora lo que le pongan por delante y más. Pero incluso Cañita Brava dejó de fiar a Torrente por deberle “seis mil pesetas de whisky”.