Manu, la ironía sigue venciendo
Este texto iba a ser sobre otro autor y otra obra. Estaba casi terminado, le faltaban un par de revisiones, las vueltas de rigor y la sensación de que era una mierda impublicable. Pero, en medio de un golpe de calor nocturno que no hacía más que postergar el sueño, me decidí a empezar un nuevo libro. Uno pequeñito, breve, ágil y ameno, que ayudase a sobrellevar las altas temperaturas encima del colchón.
La temeridad fue coger de la estantería Manu, lo último de Manuel Jabois. Con su formato de bolsillo reducido y sus 124 páginas, parecía la opción correcta. Sin embargo, el libro de Jabois es como el feto que lleva ecografiado en su portada: parece pequeño, pero sus posibilidades son inescrutables. Mete Jabois unas gotas de pegamento en cada página de sus memorias ligeras, que obliga a pasar a la siguiente con una fluidez que desvela. Me lo comí entero, y al terminar ni sueño ni empacho, sino ganas de más.
En Manu (Pepitas de Calabaza, 2013) el periodista narra con su habitual ironía el año y medio anterior al nacimiento de su hijo. La historia, breve y que va “para atrás como una nécora”, comienza en el hospital donde se produce el alumbramiento. En el mismo lugar, solo que dos plantas más arriba, su abuelo agonizaba. Jabois, que en sus textos es muchas cosas pero no un sentimentaloide, resuelve la situación de forma magistral: “Manu y él (su abuelo) coincidieron en la vida como dos pasajeros que se cruzan. Los imaginaba mirándose de reojo en la puerta del tren, uno entrando y otro saliendo, sin saber muy bien qué los unía”.
Sabe recrear la vida Jabois hacia atrás y hacia delante con una facilidad pasmosa. Tras la puesta en situación, la acción se une plenamente a la vida del periodista en un momento especialmente duro. A sus 32 años, el ex del Diario de Pontevedra asistía a la extinción de su propia vida tal y como la había conocido: “Había cumplido treinta y dos años y debía de estar en lo más alto de mi profesión -fuese esta cual fuese- y pasar horas escribiendo; sin embargo los últimos meses los había dedicado al fatigado esfuerzo de demoler mi vida, empezando por un divorcio doloroso y siguiendo por una mudanza a casa de mis padres”. Ante una existencia que no estaba cumpliendo las expectativas, Jabois se pone pragmático: “Necesitaba una novela o un hijo, y era tanta mi pereza delante del ordenador que me puse a follar”.
Conoció a Ana en la playa, un día de verano “como todo en la vida”. Hubo sábanas y llegó el amor: “Nos enamoramos muy despacio y muy tarde, y a veces, después de pasar juntos el fin de semana, nos sentíamos como dos comerciales en una estación de tren abandonada por donde nunca pasaría nada más que nosotros mismos ”.Por la misma época conoció a David Gistau, comenzando una relación en la que no hay sábanas, pero sí bastante más que interés mutuo. Gistau, otro grande del actual periodismo (que no es poco) le dio la pértiga para asaltar el periodismo nacional: “Sé que de alguna manera todo esto es un plan maquiavélico pues en marcha con un final tétrico, pero de momento los dos aguantamos el tirón”.
“Necesitaba una novela o un hijo, y era tanta mi pereza delante del ordenador que me puse a follar”
Se detiene Jabois en algunos aspectos de su vida en los que hasta ahora no había profundizado, pese a su habitual tendencia al desnudo en sus columnas, como su faceta de lector en las bodas: “Hago unas lecturas tan magníficas en las bodas que incluso después de casarme con Estrela todavía hay quien se acerca, con verdadera admiración, y me pregunta: «Tú eres el que habló en la boda de Estrela, ¿verdad?»”.
No cabe la emoción desmedida en la narración, porque el autor intenta mantener en la conciencia que el embarazo no es más que un enorme lugar común. Lo guarda todo Jabois debajo de la alfombra de su pretendido ego, que ni es tanto ni tan denso, pero como lector se agradece. Es, pese a que él la tilda de “memorias rápidas y sesgadas”, una obra que aprovecha toda la comicidad de un embarazo y la aúna con el momento de consagración de uno de los mejores columnistas de nuestra era. Un tipo que es genial por la genialidad a la que aspira, que ambiciona compararse con los grandes de la profesión y salir “escaldado” (por el momento): “Quien se complace en estar siempre mirando por encima del hombro a quien cree que no está a su altura va listo en esta vida”.
Manuel Jabois regala en Manu un libro ágil y ameno que, sin embargo, no tiene miedo a abordar cualquier tema. Todo está atado y lijado, y la ironía vence al lirismo con una suavidad que encandila, incluyendo el momento del parto.
Eso sí, no lo cojan si tienen que madrugar al día siguiente.