Diseñando un buen sistema educativo
Todo el mundo comprende que la educación es lo más importante para el futuro de un país. Generar unos ciudadanos más educados no solo es bueno para su desarrollo intelectual y madurez a la hora de tomar decisiones, sino que también alimenta el crecimiento económico, y si se realiza adecuadamente, puede incluso llegar a reducir la desigualdad económica y aumentar la igualdad de oportunidades. Es por todo esto que la educación no puede considerarse como un gasto sin más, sino como una inversión a largo plazo.
Pero obviamente no todos los sistemas educativos son iguales ni tienen los mismos efectos. Si el sistema es poco eficiente, rígido y proporciona incentivos perversos, los efectos serán menores, y esto tendrá repercusiones sobre el crecimiento económico futuro de dicho país. Dicho de forma práctica, una mejora de cien puntos en el examen estandarizado PISA se asocia con un crecimiento en el PIB 2% mayor durante cuarenta años. Pero los efectos de los alumnos no son iguales. Aumentar en un punto el porcentaje de alumnos sobresalientes (con mejores notas) tiene unos efectos similares a aumentar un 10% el de alumnos aprobados (notas intermedias). ¿Y cómo está España en este aspecto? Pues tenemos algo bueno y algo malo, fruto de nuestro sistema mediocre: por una parte, nos comportamos mejor que otros países avanzados entre nuestros suspensos (notas bajas), donde en porcentaje sobre el total estamos algo mejor que la media de la OCDE; por otra, esta misma mediocridad hace que tengamos aproximadamente la mitad de alumnos sobresalientes que la media de la OCDE. Cabe decir que si bien a nivel absoluto parece que estamos mal situados, una vez se corrigen las diferencias por la diferencia de desarrollo e ingresos nos quedamos en la mediocridad. Esto tiene algo bueno, y es que implica que tampoco tenemos tan lejos la excelencia, siempre y cuando tomemos las medidas adecuadas. El problema es que nos estamos quedando atrás.

Porcentaje de alumnos según resultado académico | © Nadaesgratis
La siguiente pregunta que cabe preguntarse, por tanto, es: ¿Cuáles son las claves de un buen sistema educativo?
Los aspectos más importantes son: autonomía, rendición de cuentas y exámenes estandarizados.
En primer lugar, es muy importante que los centros educativos tengan autonomía y flexibilidad interna a la hora de gestionar al profesorado y establecer salarios. De esta forma se permite que se pueda atraer a buenos profesores y pagarles un buen salario, a la vez que se penaliza o expulsa a los malos profesores. España es un caso paradigmático precisamente de lo contrario, ya que nuestros niveles de autonomía son prácticamente nulos.

España apenas si tiene autonomía y flexibilidad a la hora de articular su profesorado | © Nadaesgratis
En segundo lugar, para que la autonomía no se convierta en desmadre debe existir una rendición de cuentas, según la cual se vincule el resultado académico obtenido por el alumnado del centro a la financiación que obtiene dicho centro (obviamente teniendo en cuenta el background socioeconómico). Para evitar un círculo vicioso de malos resultados y reducción en la financiación, podría obligarse a que los gestores fuesen depuestos y cambiados si en un número determinado de años no se mejora, restaurando con ello el nivel de financiación original.
Y en tercer lugar, para que el resultado académico sea comparable y así se pueda aplicar el punto anterior, es necesaria la realización de exámenes periódicos centralizados y estandarizados que midan las competencias que se estimen necesarias. Si bien existen críticas a este tipo de exámenes y a su uso como referencia básica, lo cierto es que siempre podrían establecerse mecanismos más sutiles que vigilasen que el buen resultado en los exámenes sea a consecuencia de una buena educación (o que el examen en cuestión reflejase los aspectos necesarios), y no de la simple preparatoria ad hoc.
Como nota, decir que en el ámbito universitario la idea de exámenes centralizados puede no ser la adecuada, por lo que posiblemente sería más recomendable usar otras referencias como publicaciones en revistas académicas de prestigio o el salario futuro del alumnado.

Los efectos de la rendición de cuentas y la autonomía a través de exámenes centralizados son muy positivos | © Hanushek y Woessmann
Podría añadirse un cuarto punto que incluiría la provisión de buenos incentivos a profesores, padres, gestores y estudiantes, y es que al fin y al cabo lo único que pretende todo lo anterior es crear los incentivos adecuados para mejorar el rendimiento académico. Pero siguen existiendo otros programas que se pueden realizar, sobre todo para los grupos con mayor riesgo de exclusión o fracaso. La evidencia empírica parece estar bastante de acuerdo en que la educación temprana es la fase más importante para marcar el desarrollo futuro de una persona, por lo que si se hace especial hincapié en ella puede llegar a reducir los niveles de fracaso escolar y de desigualdad económica en el largo plazo a muy bajo coste. Además, sería recomendable replantear los métodos para elegir el alumnado, ya que nuestros centros educativos usan factores como el lugar de residencia en vez de criterios académicos.
En cuanto al fracaso educativo, es obvio que España tiene un serio problema, ya que estamos de los primeros en la UE. La evidencia empírica parece señalar que repetir curso (una de nuestras opciones favoritas) es una mala idea, ya que aumenta de forma bastante significativa la probabilidad de abandono escolar. Como remedio, podría ser recomendable establecer cursos de verano que permitiesen recuperar lo perdido, así como la posibilidad de avanzar a diferentes “velocidades” dentro de un mismo curso.
Pero no solo este aspecto es perjudicial. En España los alumnos se ven muy afectados por las interrupciones en clase. Para tratar de prevenir esto (que puede ser fruto de las malas conductas de algunos que todos hemos sufrido), es necesario que los profesores tengan herramientas rápidas y eficientes, como la posibilidad de establecer labores de trabajo social para los alumnos conflictivos.
En cuanto a la forma de financiar la educación primaria y secundaria, no existe evidencia concluyente que favorezca que la gestión deba ser pública o privada, sino que depende de cómo se lleve cada caso.
Por otra parte, si se utiliza el esquema de incentivos propuesto arriba, no existe un criterio racional que señale que la forma elegida deba ser pública o privada (salvo la ideología, que no es un criterio científico). Ahora bien, sí hay argumentos a favor de la financiación por parte del Estado de la educación primaria y secundaria (de la terciaria no está para nada tan claro, como ya se verá en otro artículo), por lo que la igualdad de oportunidades está garantizada.
Por último y como comentario final, recalcar que este artículo no pretende inmiscuirse en cuáles deben ser las asignaturas necesarias, el número de horas de clase (aunque existe evidencia que favorece un horario lectivo más amplio y con un período vacacional más corto) o cualquier tipo de medida que corresponda más a un pedagogo o psicólogo por ser su área de estudio que a un economista.