Contengan su entusiasmo: el genuino Larry David

No se emocionen tanto cuando les hablo de Larry David, por favor. Reprímanse.

La cadena estadounidense HBO ha sido el edén televisivo de las series durante los últimos años; por su voluble parrilla se han sucedido producciones que se han granjeado el interés de la audiencia y la admiración de los críticos, tales como The Sopranos, The Wire, Carnivale, Boardwalk Empire… sin olvidarnos del presente modelo de culto de masas, Game of Thrones. Estos ejemplos ilustran sin duda la incontestable (y adictiva) calidad de los productos de la cadena, cuyos esfuerzos renovadores, repensando la fórmula televisiva del entretenimiento, han provocado el paulatino regreso del espectador a la caja boba, prendiendo su atención con sorprendentes e innovadores géneros, casi fílmicos. Sin embargo, y a falta de una crítica más elaborada, la excelsa programación de la HBO fue atacada por la estampa seria, solemne y grave de sus series, carente de cualquier elemento de humor, y elevando de manera recurrente cualquier escena a una categoría dramática o trágica, sin miramientos humanísticos. Conscientes de la expresión severa de sus series, los propietarios de HBO decidieron dar un vuelco a su programación e incluir un programa de humor, una comedia de situación que enriqueciese el contenido de sus programas y dotase a la ya de por sí variada cadena de una riqueza genérica mayor, añadiendo una serie más amena y más risible al panteón olímpico de sus series. Comenzaron esta tarea con Sexo en Nueva York, cuyo público potencialmente femenino lastró tal vez el objetivo de la cadena por crear una comedia universal; en 2004 nacía El Séquito, y tras ella Entourage, con lo que la HBO había logrado ponderar fluidamente los géneros dramático y cómico de su programación y alcanzar la meta de una selección ecléctica de programas, cuyo elemento vertebrador y común no fue ya la tragedia como en sus orígenes, sino la excelencia. No obstante, no fue El Séquito el origen de este equilibrio general, sino una pequeña serie del año 2000 de escasa acogida en territorio español: Curb Your Enthusiasm, que en la piel de toro se vino a llamar El Show de Larry David. 

Las preguntas que debemos hacernos son: ¿quién es este Larry David, y qué ha hecho para merecer ser el protagonista de una serie? Pero, como diría Lacan, vamos por partes. Larry David (New York, 1947) se crió en el seno de una acomodada familia judía (¿un cómico judío? ¡Qué novedad!) mientras discutía con su madre sobre el uso que debían tener las servilletas en la mesa. Nació, vivió y creció como probablemente el hombre menos extraordinario de la tierra, el más común y el más cotidiano. Con el tiempo consiguió los títulos de Historia y Empresariales en la Universidad de Maryland, y si bien Larry estaba predestinado a enseñar, desde luego el método pedagógico convencional le resbalaba por una cabeza que perdía lenta y progresivamente su cobertor capilar.

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Admítelo: en el fondo, sabes que eres como Larry. Fuente: HBO.

Recién licenciado, Larry David no estaba dispuesto a convertirse en un maduro profesor de Historia, y menos con su ácido sentido del humor como principal característica: no, la educación y la madurez tendrían que esperar. Para ganarse la vida honradamente (al menos, dentro de los límites morales para alguien de Brooklyn), Larry decidió probar suerte en el espectáculo, y comenzó a actuar como monologuista en clubs nocturnos y a despertar, con su peculiar estilo obsceno, algo de atención en mecenas diletantes. Como les decía, su historia resulta de lo más común, nada extraordinaria, ¿verdad? El ingenio ponzoñoso de David y su desinhibida personalidad fueron recibidos con interés por los productores de de la cadena ABC , que en 1980 lo contrataron como actor y guionista de su “late show” Fridays. El programa, seamos francos, dejaba mucho que desear (de ahí su cancelación en 1982), si bien Larry se ganó el sobrenombre de “Everybody’s Pal” por su buen hacer como relaciones públicas. Su aspecto dejado, con ese peinado abandonado y desabrido, como un abismo entre las orejas, contribuía a reforzar su vis cómica. El varapalo de Fridays no echó para atrás a Larry, que continuaba empeñado en triunfar en la industria del espectáculo; así, en 1985 fue contratado como guionista por el célebre espacio Saturday Night Live, y pese a trabajar con ellos dos años, no le permitieron participar directamente en ningún sketch: al parecer, dijeron, el rostro de Larry no estaba hecho para la televisión. Demasiado corriente, demasiado frecuente. Nada inusual. En otros términos: se alimentaban de su ingenio pero le negaban que pusiese la cara por ello. Larry fue acumulando cierto rencor y cierta desgana, y con su irascible estilo puso fin a su relación con el programa al año siguiente, distanciándose por el momento de las luces del éxito, que se apagaban como la luz de la linterna cuando más la necesitas. Ya saben, ese momento en el que vas a tu desván a ordenar el polvo en busca de algo que dejaste allí porque no tenía valor ninguno y ¡paf! se ha fundido la bombilla y no se ve ni un obeso en bicicleta; o el momento en que los plomos de la casa caen y todos nos convertimos súbitamente en Stevie Wonder, y vamos a tientas tocando todo con manos torpes sólo para percatarnos de lo mal que conocemos la ubicación de las esquinas de la mesa o de los pies de la cama, hasta que deciden aparecer como un puñal afilado mientras se hunden en tu dedo meñique o en tu estómago. Pues esa era básicamente la perspectiva de Larry de su futuro: deprimentemente negro y con un inútil objeto (su imaginación) como acompañante.

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Larry y Jerry, discutiendo un guión. Fuente: Seinfeld Wiki

Pero hasta los ciegos tienen un golpe de suerte. En este caso, Larry tuvo EL golpe de suerte. Desencontrado tras su mal paso por Saturday Night Live, Larry volvió a los escenarios y a los clubs de nuevo como monologuista. Era un negocio digno, al fin y al cabo; pero ese empleo de hacedor de risas (de orfebre menospreciado) no le bastaba a Larry, ni por su ambición laboral ni para cubrir todos sus gastos ni su estilo de vida: durante el día, se pluriempleaba, trabajando de carpintero, de chófer, de barrendero… Un don nadie que por las noches saboreaba efímeramente el triunfo de su humor. Durante una de sus actuaciones, coincidió con otro humorista de éxito en el escenario, un hombre de rostro prognato, es decir, con el aspecto que tiene una liebre cuando olisquea a su alrededor: un tal Jerry Seinfeld. Larry admiraba a Jerry por su brillante discurso y su representatividad en el circuito de humoristas de New York, pero no lo conocía personalmente. Al final de la actuación, Larry se acercó hasta el círculo de Seinfeld y su agente los presentó. Ya saben cómo son las reuniones sociales: cuando se da a conocer a un desconocido, identificas uno a uno a todas las personas de un grupo de gente en un instante tan breve que no te da a tiempo a recordar el nombre de ninguna de ellas; si se te acercan en un momento dado de la noche para pedirte un cigarro tienes que disimular de la mejor manera posible. “Claro, sin problemas… esto… tío, macho, colega”. Al final acabas tan harto de gastar epítetos que acabas por preguntar el nombre del susodicho, con el consiguiente bochorno. Imagínense el que tuvo que tratar con los 100.000 hijos de San Luis…Pues Larry dejó poco a poco de ser el “colega” o la palabra comodín que correspondiese de Seinfeld para convertirse en su socio, pues ambos habían comenzado a trabajar en un proyecto para televisión sobre la vida de Jerry.

Lo que en principio iba a ser una biografía cómica, acabó siendo uno de los mayores éxitos de la televisión norteamericana: la sitcom Seinfeld fue estrenada en la NBC en 1989, y hasta su episodio final en 1998 acumuló distinciones y éxitos tanto de crítica como de público, llegando a ser considerada como la mejor serie de todos los tiempos por la prestigiosa TV Guide. La fórmula de tanto (merecido) reconocimiento estriba en hacer cómico lo cotidiano, en buscar la curiosidad jocosa en los más insignificante de nuestra existencia: el autobús, la sopa, los cordones, la pasta de dientes… Jerry se inspira en su propio carácter impasivo para tratar con indiferencia las demostraciones más enfáticas de agravio, dejando al espectador desconcertado por la ataraxia de su reacción.Aunque en principio Larry iba a encarnar a George Constanza en la serie, el terrible trauma por su regular aspecto provocó que abdicase en Jason Alexander. Sin embargo, George conserva todas las idiosincrasias de Larry: la (escasa) educación sentimental, la hipocondría, el nerviosismo, la fingida modestia… Pese a todo, los actores insistieron tanto a Larry en hacer acto de presencia en la serie que éste se dejaba ver en cameos o papeles menores, como la voz del jefe de George (una intrahistoria sorprendente). Si bien Larry se dio un paréntesis sábatico de dos años en la séptima temporada, regresó en la última para despedir sentimentalmente a los personajes. Los protagonistas han confesado que la guionización de las historias surgía de los episodios más intrascendentes por resabidos y archiconocidos: apenas debían esforzarse en preparar los diálogos, porque eran como charlas y comentarios que todos tenían en mente, si bien todavía nadie les había dado las palabras exactas.

Con Curb your Enthusiasm, Larry David dejó atrás sus traumas: el hombre común regresaba a la pequeña pantalla.

Lo había logrado. Larry había alcanzado con Seinfeld el éxito que se le había negado en sus anteriores esfuerzos, y al fin podría dedicarse plenamente a una vida contemplativa… o, al menos, eso creía él. En 1999, la cadena HBO llamó a Larry para realizar un especial de “Qué fue de…”  y que, finalmente, recibió el título de Larry David: Curb Your Enthusiasm, un guiño cómico a la anónima presencia de Larry David, a pesar de su indiscutible éxito en la televisión. El programa de una hora tuvo una acogida tremenda por parte de la audiencia, que pedía más y más presencia de Larry en la televisión, ya que no se habían familiarizado con él todavía y no podía darle aún la gran patada. El reclamo del público, unido al hartazgo de Larry de tanta desidia vacacional, causó que el cómico judío se retirarse el albornoz del spa y se quedase en pelotas para un nuevo proyecto: la serie Curb Your Enthusiasm, estrenada en la HBO, y donde David figura como creador, guionista, productor ejecutivo y, por fin, protagonista. Digo por fin porque el momento de Larry de dejar atrás el trauma de Saturday Night Live había llegado: el hombre común regresaba a la pequeña pantalla.

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¿Pero qué cojones hago perdiendo el tiempo mirando este vaso de agua? Estúpido fotógrafo… Fuente: HBO

El argumento de la serie es bien similar al de Seinfeld, en realidad: seguimos la vida de un cómico de éxito en el ritmo ordinario de su vida familiar, íntima y privada, y nos hartamos de bucear en las mismas letrinas en las que él orina. ¿Qué impresionó entonces a los críticos para valorarla de un modo distinto a la anterior comedia de Larry David? La presencia del cómico, el desarrollo de un personaje que encarna en sí mismo de una manera satírica y atrevida, desafiantemente obscena y ampliamente realista. Larry David, retirado ya de la vida de guionista, se embarca en otros proyectos de diversa índole (restaurantes, obras de teatro…) con el que sostener el patrimonio familiar. Pero el problema es la identidad de Larry y su naturaleza; afincado en Los Ángeles, la ciudad paradigmática de la impostura, vemos a David como un elemento fuera de su entorno, incapaz de relacionarse con cuanto le rodea por la autenticidad de sus sentimientos y de sus impresiones, chocando con el afán de aspecto somero de sus compañeros. Larry no tiene un caparazón de oropel para protegerse, sino que se expone en carne viva a los desmesurados y ostentosos desmanes de sus vecinos y de sus amigos con una naturalidad pasmosa e insultante a partes iguales, ganándose sus desaires y sus exabruptos más honestos. Crítico con tanta superficialidad forzosa, Larry agota su cólera contra los estamentos más omnipresentes de la cosmética, de la apariencia y de la imagen. La brillantez de su personaje estriba en su humor iconoclasta e irreverente, arremetiendo contra todo y todos sin ningún pudor ni piedad y con una suficiencia que sólo se tolera en los genios o en los locos. Larry David es un gamberro inmaduro y pecaminoso que ataca todos los protocolos ridículos que coartan el comportamiento humano y reprimen unas reacciones que, si bien impetuosas, son mucho más naturales que la fingidad felicidad que algunos practican. David exonera a su personaje de cargas morales o grandilocuentes, imponiendo el axioma lógica del miedo, del pánico y de la desesperación arrítimica, cuyo carácter irreprimible impacta a menudo con el ethos frívolo y volátil de sus coetáneos. No teme banalizar con temas intocables como la religión (parodiando a menudo su condición de judío), el amor, el sexo o la muerte; para Larry, todo tabú es susceptible de trivializarse cómicamente. Su personaje es un tiquismiquis patológico, al que le molesta toda la conducta que considera impropia de su percepción subjetiva. El menor escrúpulo rompería el encanto, indudablemente: si Larry se contuviese o se ciñese a los patrones de acritud que considera alienados e insensibles con el espíritu del hombre y opuestos a su actitud, no tendríamos las hilarantes escenas que se nos presentan en la serie. En última instancia, Larry David es un rebelde solitario en su lucha contra un maniqueísmo grotesco, un meditabundo contestatario sin pelos en la lengua. Prima la verdad práctica por encima de los modales o del decoro: busca en el individuo lo que hay de veraz o de real, aunque para ello deba adoptar una actitud molesta, grosera y mezquina, vilipendiando a unos seres a los que se la repatea la integridad moral del individuo despreocupado.

El personaje de Larry David es un tiquismiquis patológico, al que le molesta todo lo ajeno a su consideración subjetiva

Larry atraviesa por Sunset Boulevard con el  aire chaplinesco y displicente de un profeta desangelado, sobreviviendo al minicosmos minado que es para él Los Ángeles, donde los caniches están más mimados que los fontaneros y donde la belleza de una mujer empieza donde acaba el bisturí. El aspecto agotado de Larry, que los más futboleros relacionarán con el entrenador argentino Carlos Bianchi, refleja perfectamente el ánimo con el que afronta la rutina diaria de sobrevivir: la frustración de su alopecia, la elevada regularidad de su micción, la interrumpida visión de sus ojos… Todo ello pone al espectador en alerta y dispuesto a una nueva batida contra lo hipócrita de su atmósfera angelina. Larry David es un Woody Allen más lenguaraz, más informal y más transgresor, mucho menos melindroso y comedido que el director neoyorquino, cuyo verbo se inserta como una daga terebrante en la conciencia de quien le escucha. Blasfemo, misántropo, libidinoso y avaro, el miserable personaje que Larry David se calza en la serie es, hoy en día, el mayor exponente de cretino bocazas al que se le coge cariño, por lo sabido y por lo que queda por conocer. 

Lo mejor de la serie es la metafama o metacomedia retórica que en ella se analiza como una retrospectiva minuciosa: los cameos se suceden y los intérpretes no dudan en reírse un poco de sí mismos ante la intempestiva franqueza de Larry David. De hecho, en uno de los episodios, Larry se enfrenta con uno de sus vecinos, que resulta ser Michael J. Fox, y los chistes y referencias a su padecimiento del Párkinson se suceden de manera inevitable e hilarante. El protagonista de Regreso al Futuro no es el único actor que se ha prestado a una humillación consentida: Ted Danson, Ricky Gervais, el propio Jerry Seinfeld, Shaquille O’Neal, David Schwimmer (Ross en Friends)… todos ellos han osado desafiar la magnitud ética de Larry, sólo para verse escaldados y evidenciados ante la negligente tolerancia del productor judío. Si formase parte de un jurado, Larry David sería como Henry Fonda en 12 hombres sin piedad: votaría continuamente en contra de la opinión mayoritaria por el único hecho de llevar la contraria y tocar las pelotas. Es un personaje metódicamente testarudo, incapaz de afirmar categóricamente lo que todos quieren de él. 

Larry David es un Woody Allen más lenguaraz, más informal y más transgresor, mucho menos melindroso y comedido que el director

La fama que Larry David obtuvo tras su paso por Curb Your Enthusiasm propició nuevos proyectos y nuevas apariciones. Tras interpretar papeles menores en dos películas de Woody Allen (Días de Radio New York Stories), el director lo puso finalmente al frente del reparto en Whatever Works (Si la cosa funciona,2009), donde intrerpreta a un judío pedante y ampuloso que se jacta de haber estado nominado al Nobel de Física. La soberbia natural de David encaja a la perfección con el papel que desempeña en la película, si bien esta no tuvo una entusiasta acogida en las taquillas. Además, David realiza un cameo en la serie Hannah Montana, al que accedió debido a que sus hijas eran fervientes fans del alter ego  de Miley Cyrus.

¿No odian ustedes a esos individuos que tardan tres eternidades en pagar en el supermercado? Se detienen en la cola rastreando sus carteras como molestos arqueólogos buscando los céntimos perdidos que nadie ha querido como son. ¿Por qué crees que nadie los quiere, amigo? Tengo prisa, y tengo mejores cosas que hacer, colega, y aunque no me importa deleitarme con lo bien que sumas una moneda de un céntimo con otra de dos, te aseguro que toda la cola y yo mismo no estamos para darte palmas por tus hazañas aritméticas, porque estamos sosteniendo sin ganas los productos que queremos comprar o perdiendo el tiempo tontamente viendo que el espectáculo que ofreces de cartera sin fondo, como el bolso de Mary Poppins, donde moneda tras moneda se multiplican las piezas de cobre a la espera de que nos permitas canjear estas cosas y marcharnos a nuestra casa. Pues si los odian, Larry David los odia mucho más. De hecho, en estos momentos, Larry David nos está odiando a todos nosotros a carcajadas mientras nos señala con su dedo punzante. Piénsenlo: durante unos instantes, somos el centro de atención del odio de Larry David. Por favor, contengan su entusiasmo.

'Curb Your Enthusiasm' Larry David Urinates on Picture of Jesus 1

Vaya nariz te gastas, amigo. Parece un pararrayos. Fuente: Newsbusters