“Yo era baterista, y nadie quiere saber cómo canta un baterista”
Wasting Light – Foo Fighters
(RCA Records / Abril de 2011)
Vamos a partir de un axioma ya polémico de por sí, para que quien quiera dejar de leer que lo haga ya. Foo Fighters es en la actualidad la banda de rock más jodidamente grande del mundo. Y si, más de lo que fue Nirvana. Y punto pelota. Puede parecer una afirmación un tanto desmesurada y partidista para lo que aún algunos denominan “el otro grupo del melenas ése que tocaba con Kurt Cobain”, sobre todo viniendo de un fan acérrimo como un servidor. Pero si pensamos que los grandes clásicos como Led Zeppelin están ya fuera de combate y que los que se las prometían muy buenas hace pocos años, como Coldplay o Muse llevan dándose la hostia padre una vez tras otra en sus últimos discos, nos queda, y no por eliminación de rivales, sino también por méritos propios (disco de ensueño tras disco de ensueño y unos directos arrolladores, como el ya mítico concierto que dieron en Wembley ante 85.000 personas dos noches consecutivas en 2008); que el buenazo de Dave Grohl (denominado como el hombre más querido del rock) está al frente de algo que ya no es simplemente una banda, si no un auténtico gigante de la cultura auditiva popular actual. Y la nueva prueba de turno, hoy en día, es este Wasting Light.
Haciendo algo de memoria pretérita, en 1994 el mundo de la música pop se conmocionó con el suicidio de Kurt Cobain, lo que desencadenó, junto a la separación de Soundgarden y la inactividad de otros grupos punteros como Alice in Chains, el fin del llamado movimiento grunge. Pero si existía alguna persona realmente preparada para afrontar tal descalabro y salir airoso, ése era Dave. Un año después, tras la lógica convalecencia por luto, se sacó de la manga un puñado de temas enérgicos, positivos y directos, grabó el mismo todos los instrumentos de un álbum de una calidad totalmente inesperada, un libertario grito al futuro que se contraponía a la mugre y pestilente negatividad del, hasta el momento, reinante grunge. Y casi 20 años más tarde, aquel proyecto en solitario plagado de ilusión y buenas expectativas se ha convertido en un grupo bien consolidado y definido, donde Dave comanda desde la voz y la guitarra a músicos tan competentes como el bajista Nate Mendel, el guitarrista Chris Shifflet o el excelente baterista Taylor Hawkins. Y por si fuese poco, desde 2010 cuentan de nuevo con Pat Smear (también ex de Nirvana), también a las seis cuerdas. Todos ellos aportan personalidad, vitalidad y un apoyo incontestable a un Dave Grohl que, hoy por hoy, parece ser totalmente imparable. Pero vayamos al grano.
White Limo, el primer tema que salió a la luz, como single de adelanto, era un trallazo de caña burra, rápido y brutal, con un videoclip en el cual el grupo se dedicaba a hacer el payaso con un Lemmy Kilmister (Motörhead) probablemente (o seguramente) ebrio hasta las cejas y acompañándoles en sus fechorías. La canción en sí no era nada del otro mundo, pero el resto del disco es, en mi opinión, completamente apabullante, sin lugar a dudas. Compuesto en su totalidad en el garaje de Dave, en una grabadora analógica como las de los viejos tiempos, el trabajo comienza violentamente con Bridge Burning, un trallazo a la yugular que avisa por donde irán los tiros. Un poco más de caña cuando haga falta y estribillos conquistadores en todos los temas. El riff inicial de Rope confunde en una primera escucha, pues está al mismo tiempo tan cerca de los Led Zeppelin de mediados de los 70 como del indie gafapasta más moderno, pero, lejos de suponer esto una pega, le añade un plus de frescura e innovación. Dear Rosemary cuenta con la colaboración del gran Bob Mould (ex integrante de los míticos Hüsker Dü) haciendo coros y Arlandria es un medio tiempo con un crescendo hacia el estribillo que no dejará a nadie indiferente. En These Days vuelven las referencias zeppelianas pero, eso sí, sin perder nunca el rumbo marca de la casa, conformando esto un tema que parece sacado de sus primeros trabajos. Y terminamos el álbum con un tándem sencillamente perfecto. I Should Have Known es, por fin, y tras tanto tiempo que ha pasado, una pieza a la memoria del facellido Cobain (sin nombrarle directamente), donde Krist Novoselic acompaña con su bajo y acordeón a un Grohl que canta vehemente “No te puedo perdonar aún que hayas dejado mi corazón en deuda”. Para finiquitar, un intachable himno para la posteridad como es Walk, un tema sencillamente perfecto, maravilloso, que aúna potencia, ritmo, un estribillo cojonudo y que, al mismo tiempo, resulta toda una declaración de intenciones completamente inapelable, cuando Grohl emite un grito desgarrador plagado de amor por la vida mientras clama: “forever, whenever, I never wanna die”; y que nos entra por las venas con un subidón increíble, como el que se tiene la primera vez que te acuestas con el jodido amor de tu vida. Por si fuese poco, la canción viene acompañada de un videoclip maravilloso, donde los más cinéfilos de la casa captarán el sincero homenaje a la película de Joel Schumacher Un día de furia.
Quizás, por poner una pega, a Wasting Light le falte un poco la unidad y coherencia de la que hacía gala The Colour and the Shape pero es, muy probablemente, lo mejor que han hecho desde entonces los de Seattle. Imprescindible para cualquier amante del rock, al igual que el resto de su discografía. Desde luego, desde su salida han sabido defenderlo en directo en innumerables conciertos y, tras un breve parón, donde Grohl aprovechó para grabar el documental Sound City (con una banda sonora realmente estupenda, donde colaboraron músicos de la talla de Paul McCartney o Stevie Nicks, de Fleetwood Mac) está previsto que los Foo no tarden demasiado en volver a los estudios para brindarnos algo, quién sabe, quizás aún mejor. Y sí, por si había dudas, obviamente me mantengo en mi argumento inicial. Y qué menos.
Puntuación: [89/100]