Probar de todo

Hay que probar de todo en esta vida, dice mi madre. Sin embargo, yo nunca la he visto saltar desde un quinto piso o meterse medio gramo de speed, por lo que llegué a la conclusión de que se refería a todo aquello que no le cause daño a nuestra persona a corto o largo plazo. Así que me pregunté qué daño me podía hacer ir a As Cancelas a probar el nuevo cine, responsable, en otros factores, del inminente deceso de nuestro bienquerido Valle Inclán —me refiero, por supuesto, a los multicines, no al escritor gallego fallecido hace ya muchos lustros—.

Una vez compradas las entradas, mis acompañantes y un servidor nos dirigimos al bar del cine para comprar algo de picar. Mi sorpresa fue, no diré mayúscula, pero sí quizás cursiva, cuando en la carta del bar vi que, además de las consabidas palomitas, ofrecían también perritos calientes y nachos con queso. No solo estaba a punto de entrar en el cine con la pantalla más grande de Galicia y parte de Portugal (Valença por lo menos), si no que estaba asistiendo a una diversificación de mercado nunca antes vista por mí. Aquello me parecía un poco exagerado, pero entonces, mi madre, como Obi Wan Kenobi, se me apareció y repitió su mantra: “hay que probar de todo en esta vida”.

Mi sorpresa fue, no diré mayúscula, pero sí quizás cursiva, cuando en la carta del bar vi que, además de las consabidas palomitas, ofrecían también perritos calientes y nachos con queso

La casualidad quiso que yo aun no hubiera comido ese día y que mis acompañantes tuvieran apetito, por lo que pedimos unos perritos y unos nachos. Mi sorpresa fue en aumento cuando nos comunicaron que tomarían nota de nuestros asientos y nos llevarían la comida cuando estuviera preparada.

La película era mala con avaricia, aunque no se puede culpar de eso a As Cancelas, y el 3D me estaba mareando notablemente, mientras las malditas gafas se escurrían constantemente por encima de los anteojos que habitualmente suelo llevar puestos. La pantalla era más grande de lo que mi campo de visión podía abarcar, obligándome casi a mover la cabeza como en un partido de tenis. Sumido estaba por completo en la pésima historia, preguntándome cuántos monos con ballestas habían sido necesarios para escribir el guión, cuando una mano se posó en mi hombro de repente y desde atrás, provocándome un susto de tres pares de cojones. Si hubiera estado viendo Seven, lo más probable es que me hubiera meado encima.

Se trataba del camarero del bar, que había venido por la fila de atrás, que estaba vacía, sosteniendo una bandeja y una linterna, alumbrando nuestro alimento. Mientras me recuperaba del susto, me preguntaba qué habría hecho si la fila de atrás no hubiera estado desierta: ¿lanzarnos nuestra comida desde el pasillo como en un partido de béisbol o molestar a todas las personas de la fila con su linterna y su bandeja?

Si la película era infame, el perrito no era mucho mejor. Hubiera pensado que lo habían hecho con el cadáver de alguien muerto de aburrimiento o de indigestión en la sesión anterior, si eso no implicara que la carne habría estado mucho más fresca. Mientras nos pasábamos de uno a otro servilletas, sobres de Ketchup y pajitas, me preguntaba qué estaba pasando con el cine. Pantallas gigantes, 3D y un concierto de nachos crujientes. Un sonido envolvente, unas imágenes que cobran vida y caen sobre ti e, incluso, asientos que vibran. Me pregunto en qué parte de todo este proceso dejaron por completo olvidado el guión.

Mientras nos pasábamos de uno a otro servilletas, sobres de Ketchup y pajitas, me preguntaba qué estaba pasando con el cine

Antes, cuando una película era mala, los optimistas salían de la sala alabando la fotografía, la banda sonora o quizás la interpretación del protagonista. Hoy, al que dijera que el film era malo, alguien le contestaría: “sí, pero era tan real”. El problema no es el 3D. El problema es que la tecnología ha pasado de ser una herramienta a ser el fin. Ya no importa la historia, con tal de que sobresalga de la pantalla. Lo próximo, quizás, serán unos enormes ventiladores para movernos el pelo cuando sople el viento en la película, o alguien que nos abofeteé cuando el héroe reciba una paliza. Quién sabe, hay que probar de todo en esta vida.