Ni medio Soprano
Alguien debería decirle a Bárcenas que Tony Soprano se fue sin pisar la cárcel. Al señor Luis le prepararon ayer fiesta de bienvenida en Soto del Real, lugar ya de por sí animado. Las buenas fiestas se dividen en dos tipos: las que acaban tras las rejas y las que no, y la de Bárcenas ya estaba durando demasiado.
Hizo el ex tesorero del Partido Popular un último intento de reivindicar su chulería, y le espetó al abogado que solicitó su ingreso en prisión un “socialista, me vas a encontrar”, que en el año 1936 hubiese quedado hasta histórico, pero ahora no pasa de broma, y de las flojitas.
Lo que le ha perdido a Bárcenas es sentirse malo. Se le notaba a gusto en su papel de tipo duro, el que atenazaba a todo un partido al tiempo que cuidaba fortuna en Suiza. Hasta se atrevió con un corte de mangas a lo malote de colegio pijo. Nadie era capaz de meterle mano, no fuese a ser que tirase de la manta. Era un capo. Pero no había nadie más que él tras los billetes y las mantas. No había mafia, no había familia. No había a quien rendir cuentas más que a uno mismo.
Recuerdo una escena antológica de Los Soprano (una de muchas), en la que Tony entraba totalmente ebrio de madrugada en su casa. Acaba de abortar una operación para dar un escarmiento al entrenador de fútbol del equipo de su hija, que había resultado ser un pederasta. Convencido por su psiquiatra, el gran jefe había dejado el escarmiento a las autoridades (las de dentro de la ley), y luego había ido a emborracharse para convencerse de que no era menos hombre y sí más humano. Tony tenía a quien escuchar, a quien no fallar, a aquellos que te hacen pensar, aunque a veces no se les escuche. Pero los billetes no contestan cuando les hablas.
Mario Conde dijo que en la cárcel aprendió a hacer muy bien dos cosas: saltar a la comba y pasar la fregona. Yo a Bárcenas no le pido tanto, con que se dé cuenta de que es un don nadie me vale.