Ni las gracias
Acudió el circo de las cajas al Parlamento. Fueron en plan minimalista, no llevaron enanos ni trapecistas, sólo la plana mayor de payasos. Y fue más que suficiente. Emergieron del pantano más limpio para hablar del desierto que han sembrado a sus espaldas. Son los hombres que han vomitado miseria sobre el concepto “caja de ahorro”, consiguiendo quebrar hasta lo que no tiene cifra: la moral y la esperanza.
Ejercieron de trileros de primer nivel, como sólo ellos saben: las disculpas –de los que se atrevieron– a media voz y la chulería sin ecos de conciencia. Ante tal espectáculo de miedos mutuos y pies de plomo, se esperaba el advenimiento de Xosé Manuel Beiras como un oasis en medio del desierto.Se dice que hasta le habían dejado una hilera de zapatos limpios y de gran tamaño, a la altura de las caras de los visitantes. Pero en el puesto del showman del Parlamento olor a betún y poco más. Se ausentó Beiras, y fue como si Messi se toma libre el día de la visita del Madrid al Camp Nou. Ni agitador, ni observador (éste último fue el rol que anunció que jugaría, en protesta por un proceso del que dice que las conclusiones ya están prefijadas), Beiras no apareció y el noxo y la carraxe se quedaron en el sofá. Demasiado poco ruido.
Se ausentó Beiras, y fue como si Messi se toma libre el día de la visita del Madrid al Camp Nou
El ex ministro de Defensa Eduardo Serra le dijo una vez a Jordi Évole que a veces en esta vida hay que mancharse las manos. En este caso, y por mucho que he intentado lo contrario, no me queda más remedio que estar de acuerdo con el señor Serra. Si uno se erige (y lo erigen) como representante de un sector de la población, lo es en todo momento y ocasión. Aunque el proceso esté podrido, aunque todo no sea más que humo que se escapa entre los dedos, a veces hay que meter las manos en el fango y agarrar unos cuantos pescuezos escurridizos. Los pescuezos que se lo llevaron todo sin pedir perdón. Los que, por no dar, no han dado ni las gracias.