El Deportivo vuelve al infierno
El mismo sitio, Riazor. La misma jornada, la treinta y ocho. Había vuelto a pasar. El balón acariciaba la meta defendida por Dani Aranzubia reviviendo las pesadillas de los aficionados del equipo coruñés. El guión se parecía demasiado al de dos temporadas atrás. Cambiando solo el rival, de un Valencia que nada se jugaba por una Real Sociedad que necesitaba la victoria para poder soñar con jugar la Champions League.
Los malos augurios no tardaron más de media hora en empezar a cumplirse. Una excelente maniobra de Agirretxe en el área obligaba a Aranzubia a despejar el balón hacia los pies de Griezmann, aunque muchos espectadores jurarían haber visto a Aduriz y no al jugador francés empujar el esférico hacía las mallas. Sesenta minutos por delante con la sombra de una infausta noche ocurrida dos años atrás planeando en el coliseo herculino.
A cada minuto esa sombra se fue haciendo más y más grande. Tanto que llegaba a ocupar la portería defendida por Bravo que veía la bola siempre cerca de su área, aunque nunca lo suficiente para tener que sacarla de la red. Balones que sobrevolaban el área, despejes, tiros lejanos que no creaban peligro, balones a la madera o balones sueltos que no encontraban rematador. Cada uno de ellos provocando incontables suspiros de los aficionados blanquiazules que no dejaban de animar a su equipo, pensando que aun era posible.
Hasta que la fe empezó a dejar paso al nerviosismo. Los primeros gestos de incredulidad, el recuerdo aún reciente del último viaje al infierno atenazaba las botas de los jugadores en el campo, mientras en la grada hacía lo propio con las gargantas de los aficionados. Las primeras lágrimas empezaban a brotar entre los que veían perdida la esperanza. Con el pitido final se hizo el silencio, solo interrumpido por la celebración de la afición visitante que se sabía de Champions. Las palabras de consuelo no servían para levantar el ánimo de aquellos que lloraban desconsolados, ni tan siquiera cuando estas llegan desde una afición rival que celebra una temporada sobresaliente.
Incluso era peor, con el tiempo finalizado todos los jugadores herculinos despedían al jugador más brillante del equipo. Valerón lloraba desconsolado, dejando el equipo de una manera que un fuera de serie, tanto dentro del terreno de juego como fuera de él, no se merecía. ¿El resultado? El cóctel que ningún aficionado deportivista deseaba tomar el primer sábado noche de junio, capaz de arruinar la mejor noche de fiesta o los dulces sueños de aquellos que prefieren dormir. Un trago amargo que solo el tiempo puede ayudar a digerir.
Con “El Flaco” ya camino de los vestuarios llega el momento en el que ni las palabras pueden describir lo que se veía en las caras de los aficionados. Muchos lloraban amargamente pensando en lo duro del final de temporada. Lo difícil que resulta ver resucitar a tu equipo, llenar el corazón de esperanzas para ver como se rompen en una fatídica última jornada. Otros preferían pensar que esto dejaba en mejor lugar al equipo en su nueva etapa en el infierno de la segunda división. No fue suficiente, pero un buen guerrero siempre prefiere dar la talla hasta el último segundo, más aún si esto sirve para meter el miedo en el cuerpo a sus confiados rivales por mucho que su destino sea claudicar el día definitivo. Ahora toca pensar en los nuevos adversarios y esperar, ahora sí, que dentro de un año la historia se vuelva a repetir.
Toca mirar al palco, esperar cambios, quizá un nuevo proyecto, nuevos dirigentes. Pero eso es harina de otro costal. El objetivo es claro, aunque la expresión no guste a los aficionados del equipo. Todos esperan que el Deportivo de la Coruña vuelva a ser el Madrid de segunda durante un año.
Foto de portada: marca.com