¿Cómo legalizar la prostitución?
Supongamos, querido lector, que sale usted de fiesta esta misma noche. Todo parece ir bien: drogas legales mantienen su cerebro ligeramente embotado, lleva bailando unos minutos con otro sujeto aparentemente atractivo y la tensión sexual comienza a hacerse latente. Pero algo va mal. Cuando cree que está preparado para dar el siguiente paso se encuentra con el rechazo. A partir de ahí todo va cuesta abajo, pero la frustración del momento no le nubla la mente. Revisa su cartera y respira aliviado. Tiene la solución a un par de esquinas de distancia.
Sobre la prostitución se han escrito ríos de tinta. Los detractores plantean todos los problemas que genera: inmoralidad, trata de personas, abusos, violencia… Por otra parte, las voces que la apoyan creen que el problema no es de la prostitución en sí, sino de cómo se regula, y que la decisión o no de ser prostituta (disculpe la acepción femenina del término, pero es por simple generalización y comodidad) debe corresponder a la propia persona y no a una concepción subjetiva de lo que es moral. Después de todo, es una simple cuestión de oferta y demanda, aunque tiene algunas connotaciones especiales. Asumamos por un momento esta última posición, y supongamos que la prostitución per se no es mala, sino que el problema es de la regulación, y que por ello debería ser legal. La pregunta que acude entonces a nuestros labios es: ¿Cómo debemos regular la prostitución para que funcione adecuadamente?

Aceptación moral de la prostitución para algunos países seleccionados
En primer lugar, cabe aclarar que no toda la prostitución es buena. Si nos descuidamos, el resultado de la legislación puede ser un mercado colapsado por prostitutas forzosas (fruto de la trata de seres humanos y de mafias), donde las prostitutas voluntarias (las que precisamente tratamos de defender) sean una parte marginal del mercado o se vean expulsadas del mismo. Y es que legalizar no significa acabar con las mafias. Holanda, ejemplo clásico de prostitución, o incluso nuestro propio país (donde existe legalización de facto), sufren graves problemas de este tipo. Ante esto se ha planteado la aplicación del llamado modelo sueco, que criminaliza al consumidor y no a la prostituta, lo que resulta más efectivo y menos injusto. Pero es necesario decir que esto tampoco es la panacea, ya que no ayuda a las prostitutas voluntarias. ¿Qué hacer entonces para crear los incentivos adecuados?
En un reciente artículo titulado Human Trafficking and Regulating Prostitution, Samuel Lee y Petra Persson exploran precisamente esta cuestión y usan toda la evidencia disponible para plantear un nuevo modelo regulatorio. El objetivo de este marco es proteger a las prostitutas voluntarias a la vez que impide el acceso de mafias y prostitutas forzadas. Su proposición es más simple de lo que parece: consiste en crear “puertos seguros” o refugios donde solo puedan actuar las prostitutas voluntarias y criminalizar con dureza a los consumidores que usen este servicio en cualquier otro lado. Para asegurar que las prostitutas forzosas no se “cuelan” en estos puertos, se establece un sistema de licencias obligatorias que implique además un registro histórico para comprobar la existencia o no de tráfico humano. De esta forma se elimina (o al menos se reduce significativamente) la trata de blancas, la actividad de las mafias en este ámbito y se protege precisamente al sector deseado. El control de estos “burdeles regulados” podría ser estatal o privado, según la regulación deseada, aunque quizá fuera más simple si son de propiedad estatal. Además, el uso de este tipo de mecanismos permite controlar la conducta de las prostitutas, que suelen estar relacionadas con el mundo de las drogas, además de poder supervisar enfermedades sexuales y dar asistencia médica y psicológica.
Los autores entran también en otras consideraciones, como la influencia de la diferencia salarial entre hombres y mujeres a la hora de determinar la proporción de prostitutas voluntarias con respecto a las forzosas. Según se establece en el estudio, una mayor paridad salarial conlleva una menor proporción de prostitución voluntaria. Pero dado que en este artículo se pretende establecer un modelo regulatorio, esto se escapa un poco de la cuestión. De todas formas, animo al lector a echarle un ojo si está interesado en el tema.
Como bonus y para dar alguna información extra, no olvidemos que los consumidores de este tipo de servicios no dejan de ser tipos como los de nuestro ejemplo. De hecho, si uno echa la vista atrás se dará cuenta de que la moral de la sociedad ha sido uno de los grandes determinantes del devenir de este negocio. Entre 1933 y 1942 más del 20% de los hombres tuvieron su primera experiencia sexual con una prostituta. Una generación después, esta cifra era de solo 5%. ¿Cuál ha sido la razón de este cambio? La respuesta está en el sexo prematrimonial. Hasta hace relativamente poco la prostitución actuaba como sustituto de este tipo de sexo, y permitía a las prostitutas tener unos salarios y precios bastantes más elevados de lo que hoy consideraríamos razonables. Y es por ello que si bien la prostitución ha dejado de ser el gran negocio que era antes, con este modelo puede seguir garantizando una vida digna a quien elija este camino. Porque al fin y al cabo si aceptamos que la prostitución no es moralmente reprobable, nos damos cuenta de que esta no deja de ser un mercado más, solo que requiere de una regulación adecuada. Y este modelo parece ofrecerla.