La Cabaña en el Bosque, reinventando el miedo

Dos empleados (Richard Jenkins y Bradley Whitford) charlan junto a la máquina de café. Parece que están a punto de empezar a trabajar y que tienen su rutina controlada, aunque el día promete ser menos tranquilo que de costumbre. No sabemos quiénes son, para quién trabajan ni en qué consiste este trabajo.

Por otro lado, cinco amigos (Fran Kranz, Kristen Connolly, Chris Hemsworth, Anna Hutchison y Jesse Williams) se van a pasar un fin de semana al bosque, a la cabaña del tío de uno de ellos. Cuentan con que será un fin de semana divertido y con que nada saldrá mal. Inocentes.

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Con estas dos tramas, en principio sin ninguna relación, comienza la película escrita por Joss Whedon y Drew Goddard y dirigida por este último, “La Cabaña en el Bosque”. Tras presentar ambas historias, la película se centra en el grupo de amigos y su viaje de fin de semana. Una película de terror slasher que recoge todos los clichés y lugares comunes propios del género: una serie de personajes arquetípicos, con un rol determinado. Un viaje a un lugar poco accesible y de difícil localización. Advertencias sobre que el lugar puede ser peligroso y que quizá pasar un fin de semana en él no es una buena idea. Una trampilla al sótano que se abre de golpe por acción de lo que todos esperan que  sea el viento. La constante sensación de que hay algo que no debería estar ahí. Hasta aquí la película es totalmente predecible: no sorprende, no decepciona. Ofrece todo lo que se espera de ella. Pero saber que existe otra trama mantiene nuestra curiosidad, y esperamos a que reaparezca por si trae algo nuevo a la historia.

Así es. La pareja de empleados vuelve a entrar en escena para mostrar cómo ambas tramas se encuentran. Tumbando toda expectativa que podíamos habernos creado. Todo lo que podía haber de típico o predecible desaparece, para dar paso a una historia que no parece encajar en absoluto con la esperábamos encontrar.

En un momento, uno de los protagonistas, Marty, plantea que tanto él como sus amigos son marionetas en manos de titiriteros. Esto se puede trasladar al activo papel del espectador en la película. Los autores juegan con nuestras expectativas como quieren. Primero logran que nos confiemos y pensemos que estamos ante una película predecible, seguros de lo que vamos a ver. Cuando hemos resuelto la historia en nuestra cabeza nos muestran que estamos equivocados. Pero incluso cuando empezamos a entender la nueva historia que nos plantean y creemos que podemos resolver cómo va a terminar, cuando volvemos a estar confiados, vuelven a mostrarnos que no. Aquí, en los últimos veinte minutos, dan otra vuelta a la historia que sí nos descoloca totalmente. Nos dan las piezas de un puzle que logramos encajar, pero formando una imagen que no tiene ningún sentido. Y es que Goddard y Whedon plantean que las películas de terror nos manipulan para pasar miedo, y en su obra ponen lo ponen de manifiesto.

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En el apartado técnico cabe destacar el montaje de Lisa Lassek, habitual editora de Whedon desde sus trabajos en televisión. Sabe utilizar un ritmo apropiado para cada parte de la cinta, y sabe cómo crear el tipo de atmósfera que se necesita. Esto se puede ver en los últimos veinte minutos de película, en los que el montaje, acelerado y desesperante, acompaña y ayuda a generar la sensación de caos y terror que la escena requiere. Las actuaciones quizá no sean uno de los aspectos en los que brille más, pero la pareja formada por Jenkins y Whitford es uno de los puntos más positivos.

La Cabaña en el Bosque es a la vez homenaje y crítica al género del que parte. Recoge mucho del mismo, con referencias y guiños, pero a la vez lo parodia y critica su constante caída en lugares comunes y su falta de novedad. Pone de manifiesto los problemas que los autores consideran que tiene, pero a la vez muestran que con él se pueden hacer cosas nuevas. El fin de la película es de alguna manera recuperar el género con un tratamiento diferente, y para ello sacrifica algunos de los mecanismos propios del mismo: pasamos menos miedo.

La mezcla de géneros, el cruce de tramas, el juego con el espectador y el desconcierto constante hacen que la película sea una apuesta arriesgada. Podría hacerse difícil de seguir o que los contrastes resultasen demasiado forzados, pero lo impide el cuidadísimo trabajo de guion. Los elementos propios de cada género están en equilibrio, y la combinación de dos historias tan diferentes y aparentemente tan inconexas mantiene la atención, pues queremos saber cómo llegan a unirse y resolverse. Los autores son capaces de sacar de contexto un tipo de película muy estereotipado y darle lugar en una historia diferente sin que parezca forzado. Es una cinta poco convencional y por ello ha tenido defensores y detractores, pero es una propuesta original, muy cuidada y que demuestra que trabajando y modificando fórmulas convencionales se puede llegar a resultados muy diferentes respecto a los que estamos acostumbrados.

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