Ángel Sanz Briz, el Schindler desconocido

La barbarie humana no conoce de límites, es cierto. Pero también hay personas que en los momentos más terribles de la historia, han decidido no cerrar los ojos, ni taparse los oídos, y su conciencia ha sido lo suficientemente fuerte como para atreverse a hacer algo para cambiar la situación que estaban viviendo. De algunas de estas personas, lo sabemos casi todo; de otras, prácticamente nada.

El Schindler español

Todos hemos oído hablar de la historia de Oskar Schindler, un industrial alemán que salvó la vida de más de 1.000 judíos durante la Segunda Guerra Mundial. Pero no tantos conocemos a Ángel Sanz Briz, un zaragozano que mientras trabajaba para la legación española en Budapest salvó del exterminio nazi a unos 5.200 semitas en apenas un año, arriesgando en el transcurso no sólo su carrera, sino también su vida; y consiguiendo incluso sacar a algunos de ellos de las marchas de la muerte y de los trenes que se dirigían a los campos de concentración bajo el grito de “Si hay alguien que tenga algo que ver con España, que venga conmigo”.

21 de noviembre de 1944, en una carta de Sanz Briz al Gobierno español: “Con referencia al telegrama 149, gracias a la intervención personal de este Ministerio de Negocios Extranjeros se ha podido poner en libertad y hacer regresar a Budapest a unos 30 judíos protegidos por España de los que, a pie, eran conducidos a Alemania (…)”.

¿Qué hace que la historia recuerde a unos y olvide a otros?

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Ángel Sanz Briz

Conocido como el Ángel de Budapest, reconocido por el Pueblo de Israel como de Justo Entre las Naciones, premiado con la Cruz de la Orden del Mérito de la República Húngara y recordado en el Jardín de los Justos del Memorial del Holocausto —Yad Vashem— de Jerusalén, su historia ha tardado décadas en salir a la luz y en vida jamás recibió reconocimiento alguno por su labor en Budapest. A día de hoy, todavía es un gran desconocido en nuestro país.

¿Qué fue lo que hizo que todos los que conocían su historia guardasen silencio? En el 33º aniversario de la muerte de Sanz Briz, queremos hacer un repaso por el periodo en el que trabajó como diplomático en Budapest, cómo ideo su plan para salvar a estos miles de judíos y cuál fue la relación que tuvo con otros hombres que pusieron en riesgo su vida en favor de la de otros como Giorgio Perlasca, Raoul Wallenberg y Monseñor Rotta.

Un joven encargado de negocios en el exterior

Vamos a situarnos en marzo de 1944, en plena Segunda Guerra Mundial. Los rusos de Stalin avanzaban imparables desde el noroeste y el Desembarco de los buques aliados en Normandía estaba a punto de suceder: los alemanes tenían perdida la guerra. En un último movimiento, los nazis invadieron Hungría, uno de los muy pocos países centroeuropeos que todavía no habían ocupado. Se estima que en ese momento vivían en el país más de 800.000 judíos. Para fin de año, más de medio millón ya habían sido deportados.

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Árbol de la Vida en el Parque del Memorial de la Sinagoga de Budapest. En cada hoja, el nombre de un judío asesinado en el Holocausto.

Por aquel entonces, España no contaba con embajada diplomática en Budapest. Ejercían este papel los encargados de negocios en el exterior Miguel Ángel Muguiro y un joven Ángel Sanz Briz, que tenía esperando en España a su mujer embarazada y a su hija pequeña. Estos dos hombres, horrorizados ante el trato vejatorio que recibían los judíos, enviaron cartas y quejas al Ministerio de Asuntos Exteriores informando de la situación que se estaba viviendo en el país húngaro, pero éstas nunca fueron contestadas.

La raza semita (…), por su parte, soporta con la resignación y pasividad que le son propia los vejámenes que en todos los órdenes de la vida le han sido impuestos por el nuevo Gobierno (…). Entre las 500.000 personas deportadas había un gran número de mujeres, ancianos y niños perfectamente ineptos para el trabajo y sobre cuya suerte corren en este país los rumores más pesimistas.

Muguiro empezó entonces a actuar por cuenta propia, colaborando y ayudando a la población semita sin esperar el consentimiento de España. Esto, unido al rechazo cada vez más claro que Muguiro manifestaba hacia el nazismo alemán, hizo que el Gobierno español lo cambiase de destino. Y un Sanz Briz de apenas 32 años se quedó solo al frente de la legación española en la capital húngara la cual, por cierto, contaba entre sus trabajadores con personal judío que gozó en todo momento de la protección del diplomático español.

Tirando de ingenio: el decreto de Primo de Rivera

El ángel de Budapest decidió entonces retomar un decreto promulgado por Primo de Rivera en 1924 que otorgaba la ciudadanía española a “antiguos protegidos españoles o descendientes de éstos, y en general a individuos pertenecientes a familias de origen español que en alguna ocasión han sido inscritos en los Registros españoles”. En colaboración con sus ayudantes Madame Tourné y Zoltan Farkas —ambos judíos—, lo reinterpretó para aplicarlo a los judíos sefardíes —judíos cuyos antepasados habían sido expulsados de España por los Reyes Católicos—, para que así pudiesen solicitar la nacionalidad española y, de esta forma, quedarían bajo la jurisdicción del país franquista.

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Ejemplo de salvoconducto expedido por la legación española en 1944

Tras varias reuniones –más o menos diplomáticas, más o menos legales, con más o menos dinero de por medio– con miembros del gobierno húngaro, consiguió la autorización del mismísimo Adolf Eichmann –responsable directo de la Solución Final– para tramitar un total de 200 pasaportes para sefardíes, pese a que los judíos españoles en Hungría no eran más de un centenar. La legación española los usó como pasaportes familiares y, añadiéndole una letra al número del documento, varias personas de una misma familia pudieron usar el mismo de pasaporte –1A, 1B, 1C,…–; y junto con estos salvoconductos, expidió cartas de protección para aquellos que dijeran tener algún familiar en España. Estos chanchullos, sirvieron como vía de escape para miles de judíos –sin llegar a tener nunca en cuenta si realmente tenían ascendencia española o no–.

Pese al constante trabajo de su equipo, las cartas de protección y los visados no se tramitaban lo suficientemente rápido, y las estancias del edificio de la legación española no eran suficientes como para albergar a todos los judíos de Budapest. Fue por eso que alquiló con su propio dinero siete edificios en los que hizo colocar la bandera española, junto con unos carteles que lo declaraban “edificio anexo a la legación española” en los cuales refugió a centenares de personas mientras esperaban su salida del país. Los pisos estaban situados a las orillas de Danubio–“Danubio Rojo” lo llamaban en aquel entonces, porque la sangre de los fusilados lo teñía-, tenían treinta y cinco metros cuadrados y en cada uno de ellos convivieron hasta 50 personas entre bombardeos, epidemias, hambre y bajo el terror a las redadas de la Gestapo.

Buscando apoyos

Con los rusos cada vez más cerca de la entrada de la ciudad y los aliados bombardeándolos sin descanso, el ángel de Budapest continuó buscando apoyos y fue entonces cuando conoció a Monseñor Rotta, un nuncio del Vaticano que acogía en su iglesia a prófugos judíos –como también lo hacía la propia legación española en su edificio–. Juntos, convocaron una reunión a la que acudirían los representantes de los países neutrales con el fin de buscar una solución a la cacería nazi. Entre los asistentes estuvo Raoul Wallenberg, diplomático sueco que seguiría la iniciativa de Sanz Briz de facilitar la huida de los judíos a los países neutrales. Resulta siniestro el destino del sueco: al terminar la  guerra, Wallenberg fue capturado por el bando ruso y acusado de ser un espía estadounidense. El gobierno de Stalin comunicó que el detenido había fallecido en 1947 en su celda de Moscú. Reconocido como Justo Entre las Naciones y salvador de centenares de judíos, la verdad sobre sus últimos días sigue siendo un misterio.

francis lorenzo como sanz briz

Francis Lorenzo y Aldo Sebastianelli caracterizados como Sanz Briz y Perlasca respectivamente, en un fotograma de la película “El Ángel de Budapest” (2011)

En algún momento a mediados de 1944, el zaragozano conoce al comerciante italiano Giorgio Perlasca. Perlasca había luchando durante la Guerra Civil en el ejército nacional italiano y, tras desertar aprovechando un viaje a Budapest, había acudido a Sanz Briz para solicitar la nacionalidad española. Pasaría entonces a ser Jorge Perlasca, y uno de los hombres de mayor confianza para el español.

Es importante señalar que el ángel de Budapest en ningún momento actuó a espaldas del gobierno franquista: siguió enviando numerosas cartas e informes al Ministerio de Asuntos Exteriores dando datos de sus movimientos y explicando cómo seguían desarrollándose los acontecimientos en Hungría. El motivo de que este ministerio tardara tantísimo en tomar cartas en el asunto fue que el ministro en el cargo, José Félix de Lequerica, había sido nombrado recientemente —estaba aclimatándose al nuevo puesto—. Irónicamente, es muy probable que fuera esta lentitud burocrática la que facilitó la salvación de todas estas personas. ¿O habría permitido la España franquista que uno de sus diplomáticos actuase en contra de los intereses de nuestros amigos alemanes?

El arte de contentar a todos

En octubre de 1944, el regente Horthy, al ver que los rusos estaban a punto de tomar la capital húngara, trató de negociar con los comunistas y con los nazis a espaldas de unos y de otros. Al tener conocimiento de esto, los alemanes lo relevaron de su cargo y pusieron en su lugar al presidente del partido nazi de la Cruz Flechada en Hungría, Szálasi, como Primer Ministro y Jefe del Estado Húngaro.

Ante la nueva situación, España no se pronunció, sabedora de que reconocer abiertamente a Szálasi como presidente sería ponerse en pie de guerra con los Estados Unidos. Esto, unido a la idea del nuevo gobierno de trasladarse a la ciudad de Sopron, en la frontera con Austria, hizo que desde España decidieran que la presencia de la legación diplomática en Hungría no era recomendable para la imagen de neutralidad que pretendía dar el franquismo. De esta forma, el Gobierno español informó a Sanz Briz de que debería abandonar Hungría con la mayor brevedad posible.

sello Sanz Briz

Sanz Briz fue el primer diplomático español en tener su propio sello de correos

“La diplomacia es el arte de contentar a todos”, y Sanz Briz era, ante todo, un diplomático que se debía a su país. No pretendía ser ningún héroe, por lo que al recibir la noticia, hizo las maletas, y se fue. Pero no sin antes asegurarse de que su empresa tenía relevo: Perlasca, Monseñor Rotta y Wallenberg entre otros, siguieron lo iniciado por el español. Meses después, desde su nuevo destino en Berna, enviaría al gobierno español un detallado informe de sus actuaciones en Budapest, con un recuento de los judíos salvados hasta la fecha: 2.295 personas.

No espere usted nada de nadie

Tras la partida del ángel de Budapest, Perlasca continuó con el plan para la salida de los judíos del país e incluso llegó a hacerse pasar por el nuevo cónsul de España en Budapest, falsificando las fechas de los documentos y poniéndoles el sello de Sanz Briz, aprovechando la agitación de los últimos meses de la guerra. Gracias a su labor, el número de judíos salvados por la actuación de Sanz Briz, ascendió hasta los 5.200. Injustamente, durante décadas se le atribuyó únicamente al italiano, honrado también con el título de Justo Entre las Naciones, la salvación de todos los judíos. De hecho, en la película “El Cónsul Perlasca“, la imagen que se muestra de Sanz Briz es la de un fugitivo que abandonó Budapest dejando a sus protegidos desamparados. No obstante, Perlasca no guardó silencio por egoísmo o ganas de destacar, sino para proteger al español.

Acabada la Segunda Guerra Mundial, el régimen franquista, que había demostrado una actitud complemente indiferente al destino del pueblo judío, quiso anotarse el tanto y ordenó al ángel de Budapest que reconociese públicamente que la idea de ayudar a los judíos húngaros había surgido del Régimen, y que él, obediente diplomático, se había limitado a ejecutarla. Sanz Briz, contestó así:

(…) Recabaremos enteramente para España y para Su Excelencia el Jefe del Estado el mérito de nuestra actuación, omitiendo para ello cualquier mención de la actividad que, en el campo humanitario, mantuvimos los escasos representantes de países neutrales (Suecia, Suíza, Turquía) bajo la acertada y vigorosa dirección del entonces Nuncio de su Santidad, Monseñor Angelo Rotta.

Fue el propio Sanz Briz el que le requirió a Perlasca que fuese discreto respecto a su papel en todo lo ideado y en una carta enviada en 1946 le pedía que:

Acepte mi más sincero agradecimiento. Y no espere nada de nadie. Ni su gobierno ni ningún otro reconocerán sus méritos. Confórmese usted con la satisfacción que da el haber hecho una buena obra.

Sanz Briz guardó silencio hasta el fin de sus días –11 de junio de 1980–, y su papel en esta historia permaneció en secreto durante más de treinta años, hasta que un grupo de personas que habían sido ayudadas por el diplomático español empezaron a investigar y consiguieron ponerse en contacto con Perlasca.

Placa Sanz Briz

Placa que reconoce a Sanz Briz como Justo entre las Naciones

Las cosas se hacen con el corazón y no se cuentan

“Las cosas se hacen con el corazón y no se cuentan”. Eso fue lo que le dijo Sanz Briz a la periodista Paloma Gómez Borrero muchos años después de lo ocurrido en Hungría, cuando ella le preguntó por qué nunca había dicho nada al respecto de sus acciones en Budapest.

Los que lo conocían afirman que el hecho de no ser famoso o aclamado no le importó nunca, que jamás buscó el reconocimiento público o que lo considerasen un héroe. “Lo más importante es que haya podido ayudar, no necesariamente que se lo reconozcan”, afirmó en una entrevista su hijo, Juan Carlos Sanz Briz.

Sanz Briz, Perlasca, Wallenberg o Monseñor Rotta son ejemplos de grandes hombres que dejaron de lado sus ideologías y profesiones para hacer frente común contra un mal que estaba atentando contra la vida y la dignidad de millones de personas.  No se consideraban héroes, porque no eran el prototipo de héroe que aparece en los cómics. Pero sí lo fueron. Eran héroes de la vida real, personas que, gozando de una posición privilegiada, fueron capaces de ver los horrores que se estaban cometiendo contra sus semejantes y no pudieron apartarse del problema. Personas con una conciencia y una integridad inquebrantables, que para muchos de nuestros dirigentes quisiéramos.

Que esto sirva, no para darlos a conocer a ellos, sino a su obra. No olvidemos lo importante que es recordar los errores del pasado, así como los sacrificios y riesgos que corrieron muchas personas como Ángel Sanz Briz, de manera desinteresada, para intentar cambiar las cosas.

En la película El Ángel de Budapest, Muguiro le dice a Sanz Briz que

Hay ocasiones en las que nuestra conciencia nos obliga a tomar partido. Lo sabrás cuando no puedas dormir por las noches.

monumento a los judíos

Monumento a héroes del Holocausto. Es tradición en la cultura judía colocar una piedra en la tumba -o similares- de sus seres queridos para honrarlos. Foto: Marisa López

Fuentes: Las películas El ángel de Budapest y El cónsul Perlasca, el documental Ángel Sanz Briz, el Schindler español y el libro Un español frente al Holocausto.