Tener razón es mainstream

Voy a hablar de cuatro autores: Beigbeder (sí, otra vez en Compostimes), Schopenhauer y Dostoievski (para impresionar) y Julio Camba (para conocer). Y por puntos, que resulta más fácil.

1- El arte de no tener razón. Es la hostia empezar citando a Schopenhauer y, todavía más, adulterando el título de la obra en la que da los trucos sobre cómo llevar la razón, lícita o ilícitamente, en una discusión. Si me permito puntualizar con ese “no” es solamente porque después de tanto debate de actualidad, tanta discusión y tanto descalabro retórico, me cansé de que la gente tenga razón y sobre todo de que pretenda tenerla. Quiero pensar que es algo más que un acto de defensa de mi conciencia por no haberme dotado con el arte de la argumentación. Sí, la verdad es que realmente me cansé de la coherencia, de los razonamientos, de la lógica y todos sus derivados como la economía, la filosofía, la política barata y, de paso, aunque no tenga mucho que ver, de los monologuistas.

Como pintó Goya en la serie de los Caprichos, El Sueño de la Razón Produce Monstruos

Como pintó Goya en la serie de los Caprichos, El Sueño de la Razón Produce Monstruos

A estos últimos que les den, pero, ya sea razonando o no, saco a colación el tema porque gracias a tanto silogismo, recientemente se alcanzó la cumbre de la sinrazón. Me da igual que estéis leyendo un artículo de cultura etiquetado en literatura (para eso hablo de los cuatro de arriba); la cuestión es que por el simple, demostrable y empírico hecho de que una persona no tenía la documentación en regla, fue deportada de un hospital sin la mitad del cráneo, con algo tan dulce y sedoso como su cabellera tapándole el cerebro, a grandes rasgos. Para especificaciones técnicas, aquí están precisamente los argumentos del hospital. Es así de sencillo. No tienes cash, no te operamos. Lo dicen las normas y las normas mandan (rules rule suena mejor). Las leyes están impuestas por la razón y la razón es de los hombres. Los sentimientos que nos pueda inspirar abandonar a alguien sin la mitad de la cabeza no son humanos. ¡Venga, a casa! Hasta donde puedo entender al alemán, esto es una estratagema 31: declararse fina e irónicamente incompetente.

2- Si no os convence, ahí va un 18: mutatio conversae, o cambio de tema en la conversación, saliendo con un sucio subterfugio: ¿que alguien quiere basarse en la razón? Pues toda para él, pero lo más lastimoso del empleo de todas estas triquiñuelas de confusión es su objetivo: la razón por la razón (menos mal que no hablamos de periódicos), el valerse de cualquier medio para alcanzar algo tan despiadado como la razón. Dostoievski la usa para argumentar, única y exclusivamente, por qué la rechaza. En su Memorias del subsuelo (1864), el protagonista lleva a cabo un ejercicio de sadomasoquismo en el que da rienda suelta a enfermizas pasiones en contra de sus principios morales, solo con el objetivo de liberarse de los mismos. Es una lucha autodestructiva contra la razón en la que este primer existencialista descarriado solo se ve capaz de salir victorioso como ser humano demostrándose su libre albedrío. Aunque la razón le diga que no debe golpearse contra la mesa, solo por el hecho de oponerse a su lógica lo hace y la descarta así como ese elemento determinista e irrebatible al que su entorno sucumbe, aún encima con satisfacción.

 En este contexto, la razón es como el babero de los niños pequeños, como el pitido de un móvil, como los paraguas… Un elemento represor. Si me quiero manchar, dejen que me manche con la sopa; no me persigan con sus mensajes y, sobre todo, no me tapen el sol (ni la lluvia). Vale porque es universal. Es eficiente y productiva. Nos junta y nos reconforta porque cuando no hay razón, cuando no hay lógica ni pensamiento, a veces se filtra un capricho, un antojo o una emoción. Entonces, dejamos de pertenecer al todo y somos nosotros mismos, solos y desamparados ante el peligro. Algo falla. Se manifiesta algo que escapa a la comprensión, algo cuyo origen y utilidad desconocemos.

3- Frédèric Beigbeder, tras su revelación antisistema, profería en los últimos coletazos de 13,99 euros un tímido lamento pidiendo a los humanos, precisamente, que no se avergüencen de sus emociones. Y es que la razón es nuestra defensa ante el mundo, lo que nos une y lo que nos hace no humanos, sino uno. Quizá nos haga personas también, pero personas iguales.  Es el sentimiento lo que nos hace únicos, no solo entre las especies sino entre lo humano y la estroboscopia. Beigbeder se desespera al darse cuenta de cómo se diluyó durante cuarenta años en los esquemas de eficiencia con que lo educaron, y de ahí sale la otra gran parte del problema de la razón.

Aprendemos con ella y ella nos guía pero, dentro de todas sus posibilidades y recovecos, siempre hay una vía que domina en un intento por encajarnos en un sistema económico y cultural que interesa perpetrar. La educación nos condena a aceptarla, reduce nuestras miras y traza un camino que anula lo que se conoce como capacidad de pensamiento divergente, infinitamente más desarrollada en los niños que en los adultos. Una vez recorremos ese camino, la coherencia, las ideas firmes y todas esas patrañas que hacen gritar a la gente en la tele, degeneran en auténticos esperpentos de cabezonería y evidencias schopenhauerianas capaces de justificar que alguien salga de un hospital sin medio cráneo. Sigamos aplicandola lógica de la economía y mofándonos de la ineficiencia de lo espontáneo, que como nos va tan de puta madre…

Además, si todos cediéramos tan irresistiblemente a lo que la razón dicta, si todos asumiéramos su universalidad y siguiéramos sus pasos como en una receta de cocina, se perderían unos sentimientos maravillosos. Se perdería el arte de tener razón en sí mismo, pues todos la tendrían. ¿Y qué sería de las discusiones, los debates, la indignación…? La magia, la emoción, la curiosidad y el gusto desaparecerían…

Ninotchka calculando su dieta (idiommag.com)

Ninotchka calculando su dieta (idiommag.com)

4- De hecho, lo preocupante es que últimamente hasta parecemos tragarnos las deducciones, y como una de/reprimida Greta Garbo al principio de Ninotchka, inferimos y calculamos hasta lo que comemos. X calorías diarias para adultos masculinos, Y para adultos femeninos y Z para las crías. Vitaminas, proteínas, sales minerales… Ah sí, y todo produce cáncer,a síque no olviden mineralizarse y supervitaminarse. Quizá, en el fondo, esos antojos, esos caprichos y esas vehemencias emocionales que nos avergüenzan con sus irreverentes incongruencias sean el verdadero y único argumento que aceptemos; al menos, eso sí, es el que más nos puede mover.

Y de la relación entre la magia y la cocina emerge Julio Camba, para rematarlo todo en La Casa de Lúculo: “Siga usted, lector, las prescripciones de la ciencia siempre que se acomoden a su gusto y siga siempre las prescripciones de su gusto,  aun cuando no coincidan con las de la ciencia (…). La confección de un buen menú parece que debiera constituir únicamente un problema de aritmética; pero hay muchas más cosas bajo el cielo de las que ha soñado nuestra sabiduría. ¿Es que todo  ha de reducirse a reparar nuestras pérdidas en energía y en sustancia? Y nuestra sensibilidad, ¿no cuenta para el caso?” En definitiva, “el caballo siempre sabe más que el jinete, el instinto más que la razón y el gusto más que la ciencia”. Así condensa el de Vilanova de Arousa la solución al dilema existencialista que entierra Dostoievski en el subsuelo; así se olvida de todas las estratagemas de Schopenhauer y, con un buen humor muy lejano al cinismo de Beigbeder, Camba  solventa la cuestión acerca de por qué “el sueño de la razón produce monstruos” y dejarla a un lado nos hace más humanos. Simplemente porque sí.