De líquidos, que no de memorias
Hablar acerca del trabajo de alguien a quien admiras, o al menos sabes que has de admirar, es cuanto menos complicado. Empiezas la lectura queriendo captar todos los detalles. Tratando de absorber todo el conocimiento que sus palabras puedan ofrecer. Éste fue quizás mi gran error a la hora de leer “Memorias líquidas” de Enric González.
Esperando disfrutar de la lectura como con cualquiera de sus artículos, me preparé para recibir una clase magistral de periodismo. Para nutrirme con sus vivencias y para enamorarme, más si cabe, de esta profesión. Debí sospechar que no se trataba de esto cuando leí las primeras palabras: “He tenido directores buenos, mediocres y malos”. Durante las 160 páginas siguientes, pude conocer un cúmulo de nombres sin rostro, bajo los que Enric estuvo trabajando. Sus buenos y malos consejos, su trato con el personal, hasta el número de veces que lo invitaron a café. No tuvo reparo en dar apellidos, ni en contar absolutamente todo, siempre con su estilo tan preciso. Sin embargo, ¿es esto todo lo que puede destacar en sus memorias un periodista que lleva trabajando intensamente en la profesión 35 largos años? Quiero pensar que no. Estoy segura de que no.
Unos días después de mi decepcionante lectura conocí a Zygmunt Bauman. Este sociólogo polaco trata en sus obras la necesidad de modificar la realidad, de cambiarla para mejorar las condiciones de vida. Para él existen dos tipos de sociedades. Por un lado reconoce a la sociedad líquida -aquella que está llena de incertidumbre, de cambio y movilidad- y paralelamente, la sólida que es rígida y segura de sus contenidos. Líquida. Por vez primera contemplé la posibilidad de que Enric no estuviera hablando del alcohol al que tanto hace mención a lo largo de todo el libro. ¡Si hasta tenía dibujada una copa en la portada! “La felicidad se encuentra en una aspiración constante, en su búsqueda activa más que en una circunstancia estable”. Se me iluminó el camino. No se trataba de sus memorias, sino de sus memorias líquidas. Su partida voluntaria de El País para no acomodarse en una situación estable, sino continuar con la rabia y la fuerza que caracteriza a un periodista de pocos medios y pocas facilidades.

Fuente: guardian.co.uk
Excusa y soporte para nombrar a los culpables de una situación apocalíptica en El País. Puede. Hacer constar su rabia interna. Es posible. Pero también nos cuenta una batalla ganada. Las mentiras del poder. El “crecimiento negativo” de un diario que se situó en la cúspide del panorama nacional en tiempo récord. El desacuerdo con el periodismo de oficina, y escribir de verdad de forma independiente. Lo escondió en un relato autobiográfico. Interesante por momentos, con anécdotas graciosas a ratos. Pero que funciona como declaración, como explicación de su situación actual. Como él mismo establecería “cada mesa, un Vietnam”. A cada propuesta, a cada situación, le hace frente con su mejor arma.
Tuve un enorme deseo de compartir mi inquietud, de saber qué pensaban otros admiradores del autor que habían leído el libro. Me encontré con muchos defensores de mi primera visión. Un público decepcionado, que exigía más. Otros amantes ciegos que solo ponían pegas a la mala edición realizada por la revista Jot Down. Revista que apuesta por un estilo elegante y sobrio, tanto en su propia edición, con fotografías en blanco y negro sobre fondo blanco, como en la edición de este primer libro. Tapas duras color burdeos, con letras acuñadas en dorado. Sin florituras ni triquiñuelas. Para gustos, pero fieles a su estilo.
Puede que me agarre al deseo de que haya algo más. De que sólo se trate de una nota a pie de página de sus memorias completas. Al fin y al cabo, aún le quedan muchas historias que anotar.
Imagen destacada extraída de: tiposinfames.com