Cuando el sueño se convierte en realidad: la historia de Chris Copeland

Grandes hazañas cuentan grandes historias. Historias de héroes y caídos, historias de vencedores y vencidos. Historias que se alejan de lo común y se acercan a lo mítico. Imposibles que crean historias. Historias que al fin y al cabo provocan que el deporte en la memoria sea eso, un conjunto de historias. La que a continuación voy a contar es otra historia más, pero con un cariz diferente. Una historia que se aleja de los mitos y encumbramientos de las estrellas del deporte. Una historia que no pasará a la historia.

Copeland nos seus primeiros anos na Universidade

Copeland en sus primeros años como universitario

Sus inicios en Compostela

Tímido, introvertido y soñador. Así se definía Chris Copeland a su llegada a Europa en el año 2007. Santiago de Compostela, “esa ciudad medieval tan bonita”, como le contaba su futuro compañero Flinder Boyd, le esperaba. Antes, cuatro años en la Universidad de Colorado y unos pocos partidos en su primer año como profesional en la D-League eran su currículum en el mundo del baloncesto. Muerto su hermano en un accidente de tráfico cuando apenas Copeland tenía trece años, su adolescencia se convirtió en una pesadumbre de la que el retraído joven neoyorquino escapaba jugando al baloncesto. De esa forma acabó con una beca deportiva en la Universidad, la cual tras dos años agitando la toalla en el banquillo, pudo aprovechar en los dos últimos para labrarse al menos una oportunidad futura en ligas menores americanas, o con suerte, en Europa. Tras no ser lógicamente drafteado, una mínima oportunidad en la Liga de Desarrollo de la NBA se convertía en los primeros dólares que Copeland veía por jugar al baloncesto. Corría el año 2006 y su nombre estaba a dos clics de entrar en nba.com, pero realmente, esa era su única diferencia con cualquier universitario en prácticas en cualquier empresa habitual. Aun así Copeland no tenía motivos para quejarse. Ganaba sus primeros dólares por unas prácticas en lo que le gustaba y se le daba bien. Claro que eso no era suficiente para sobrevivir, así que como cada vez más jóvenes en la actualidad española, tuvo que emigrar. En Europa, una oportunidad en la segunda división española le aguardaba. Como tantos otros jóvenes norteamericanos recién salidos de la Universidad, sus primeros pasos en una liga europea serían fundamentales para su futuro baloncestístico con mayor o menor éxito o para volver a casa aparcando su sueño y reorientando su futuro laboral. El Beirasar Rosalía era su oportunidad.

Copeland era un alero alto (2.03), fino y cuya cualidad principal era su buen tiro exterior. Por su altura podría puntualmente jugar como 4 abierto, por lo que las variantes que el joven aportaba a los esquemas del Rosa eran bastante altas. En contra, la difícil adaptación de un joven recién llegado de los Estados Unidos. A su llegada, pronto se juntó con Flinder Boyd, uno de los americanos del equipo y su principal aliado. Con ellos, Nick Moore, Charles Ramsdell y Brad Oleson -los dos últimos jugadores ahora destacados en ACB- eran sus únicos aliados en el vestuario. Lluvia, mal tiempo, frío y casi nula comunicación en inglés. Un tenebroso hotel en el que malvivir a las afueras de Santiago. Amigos y familia a miles de kilómetros. Un club cuya principal referencia era su inseguridad económica y el atraso en los pagos. Pero todo valía por un sueño. Ser profesional. Así veían a Copeland en Santiago. Un chico tímido y alegre, rápido y habilidoso. Eso demostró durante la pretemporada. Al menos, eso creía su amigo Flinder Boyd. Para los técnicos y director deportivo eso no fue suficiente. Chris Copeland era cortado en pretemporada. Su estancia en Santiago no duraba ni un mes. Su partido contra el Breogán en la Copa Galicia donde Copeland jugó como ala-pívot y se emparejó con Devin Davis había precipitado la decisión. La demostración del veterano de guerra al inexperto debilucho recién llegado al combate se plasmó desde el salto inicial. En una de las primeras jugadas, un posteo con el antebrazo acababa con Copeland tirado en el suelo, perdido y desorientado. El joven aprendía a base de golpes lo que es para un americano jugar en Europa. No hay amistosos y siempre hay que dar el cien por cien, porque si no, hay treinta estadounidenses detrás de ti buscando tu oportunidad e intentando comerse el mundo. Si eres español serás como un gato ya que tendrás siete vidas para intentar lograr tu lugar destacado como profesional; si eres americano intenta que no te roben la tuya.

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El segundo fracaso

Pero no todo iba a ser malo. Copeland se había ganado cierta fama como alero tirador y L’Hospitalet, un joven equipo catalán, le daba otra oportunidad, una vez más, en LEB Oro, la segunda división del baloncesto español. Allí, aparecían como compañeros de vestuario desconocidos por aquella como Quino Colom, Alberto Corbacho, José Ángel Antelo o un joven congoleño llamado Serge Ibaka. Al igual que en su caso, Copeland compartiría vestuario con jóvenes promesas. Pero otra vez Copeland volvía a fracasar. Podía pasear y disfrutar por Barcelona, aislarse en un hotel esta vez mejor, sentirse apoyado por todos que las canastas no entraban. Y cuando la pelotita no entra la confianza de un joven perdido por el mundo baja. Menos del 30% de acierto para menos de cuatro puntos en sus cuatro primeros partidos acababan por dinamitar a Copeland de la LEB y quien sabía si del baloncesto europeo. Los días pasaban y Copeland gastaba los pocos dólares que le quedaban comiendo y durmiendo en Barcelona, esperando una (cualquier) llamada de su agente para ir a algún lugar donde pudiera jugar con un balón de baloncesto, donde pudiera agotar una oportunidad que no le llevara a volver con el rabo entre las piernas a casa. Y cuando todo parecía más perdido la llamada llegó. Un club holandés estaba buscando un alero tirador y habían pensado en él. Sería en la pequeña ciudad de Nimega, fronteriza con Alemania. Copeland se iría a un país con apenas tradición baloncestística. Allí, el Matrixx Magixx Nijmegen sería su nuevo destino como profesional. Al neoyorquino le esperaba un gran pueblo industrial, un sueldo para malvivir y con suerte, 1.000 espectadores por partido dispuestos a pagar tres euros por ver baloncesto. En definitiva, un nivel bastante inferior a la segunda división española y con un nivel de presión también mucho menor. 18 puntos por partido con un 50% en tiros se convertían en su tarjeta de presentación en el baloncesto europeo. Era, al menos, un comienzo.

Esa temporada sería a la larga su punto de inflexión. Debido a los grandes números especialmente en el tiro de Copeland contactaba con él por aquellas Yves Defraigne, un exjugador y en ese momento entrenador del TBB Trier de la primera división alemana. Quería a Copeland en su equipo. En su primera charla Defraigne le dijo que Alemania sería tres veces más dura que Holanda. Que tendría que exprimir todo su potencial para lograr hacerse un hueco. Para eso, Defraigne llegó a un acuerdo con Copeland para cambiar totalmente sus hábitos. Consideraba al americano un joven dispuesto a aprender pero que gastaba mucho de su tiempo entrenando en vano. Sus primeros cambios fueron en la alimentación, controlando las grasas e hidratos de carbono al más mínimo detalle. El siguiente, la musculación, pasando a ejercicios específicos para hombres altos pero rápidos. Por último, el nivel de esfuerzo. Defraigne sabía que en la extenuación estaba la mejora. Seguir corriendo y tirando cansado hasta que las pelotitas entrasen era para él la mejor forma de mejorar. Su lógica era: “Todos los atletas son vagos por naturaleza e intentan hacer las cosas de la manera más sencilla. Hay que explotar sus límites”. Con esta lógica llegara al acuerdo con Copeland de que si quería seguir formando parte del equipo y mejorar tendría que adaptarse a estas exigencias, sino se iría. Copeland aceptó. Cuenta Defraigne como un día Copeland dijo en la mitad de un entrenamiento en la pretemporada que no podía más, que estaba mareado y reventado y se tenía que ir. Defraigne avisó que si lo hacía que no volviera. Copeland se fue igual. Fue un acto de indisciplina. Pero Copeland era diferente. Al acabar, casi dos horas después, Copeland estaba allí fuera, sentado, esperando al entrenador. Hablaron tres horas. Sus lágrimas en los ojos demostraban que volvería más fuerte. Así lo hizo. Su gran temporada posterior le hizo erigirse líder del Trier. Las ofertas le llovieron. Doblaban su salario en el Trier, pero Copeland se quedó en señal de agradecimiento a quien le permitió ganar su primer sueldo para dejar de malvivir y comenzar a vivir del baloncesto, Yves Defraigne. Jugó un gran segundo año para los alemanes, acabando como segundo máximo anotador de la liga, y ahí se fue.

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La luz al final del túnel

El siguiente destino de Copeland era Bélgica. En la ciudad de Aalst el Generali Okapi Aalstar le esperaba. Corría el año 2010. Tres temporadas después de su llegada a Europa Copeland tendría ocasión de disputar competición europea. Sería en la Eurochallenge, la tercera competición continental en importancia, competición en la que destacaría sobremanera. Dos años pasaría en la ciudad belga Copeland, ya asentado en el baloncesto europeo, aunque de momento sólo jugara para equipos de segundo nivel.Sus 45 puntos en este partido son buena muestra de ello. Tras ganar en el pasado 2012 la Copa belga, el neoyorquino tendría opciones de jugar en algún equipo del primer nivel europeo. De hecho, los rumores del interés de Valencia Básket se acrecentaron conforme avanzaba el verano pasado.

Pero llegaba el verano de 2012 y Copeland quería cumplir un sueño, su sueño. Probar en la NBA. Tras hacerse por fin con un nombre en Europa, a sus 28 años probaría en las Summer Leagues. Para quien las desconozca, las Summer Leagues son competiciones que la NBA organiza en verano y en donde los equipos llevan a sus jugadores más jóvenes (de primer y segundo año normalmente), a los drafteados esa temporada, y a jugadores libres hasta completar un roster de 15 jugadores. Copeland pertenecía a este último grupo. Compartiendo equipo con Toney Douglas o el hermano de JR, Chris Smith, Copeland se pegaría desde julio en busca de su mínima oportunidad en la NBA. Este fue el momento definitivo en el que el tímido chico que llegara a Santiago desaparecía por completo y en su lugar aparecía un veterano jugando con niños. Copeland destacaba sobre todos los demás y se ganaba su oportunidad de estar en el Training Camp.

El primer paso ya estaba dado. Ahora quedaban los más difíciles. En el Training Camp los supervivientes de las Summer Leagues más algunos agentes libres más a prueba se reúnen con los miembros de la plantilla NBA (generalmente de 13/14 jugadores) y disputan los primeros partidos de pretemporada. En este paso esos jugadores sin contrato luchan en los entrenamientos y primeros partidos por ocupar el puesto o dos puestos restantes hasta formar las plantillas de quince jugadores. De los quince que participaran en la Summer League sólo tres seguían formando parte de la plantilla de New York al comienzo del Training Camp. Sólo Mychel Thompson, Chris Copeland y el enchufado Chris Smith continuaban. A ellos se unían otros jugadores sin contrato como John Shurna, Oscar Bellfield o Henry Sims. Presumiblemente estos seis se jugarían la plaza restante en la plantilla de New York. Uno de los seis se ganaría en el Training Camp ser compañero de Carmelo Anthony, Tyson Chandler o Amar’e Stoudemire. El “favorito” era sin ningún tipo de duda Chris Smith. Que su hermano estuviera en el equipo era un requisito prácticamente indispensable cuando JR Smith renovara en Julio por los New York Knicks por menos de 3 millones de euros (una cantidad irrisoria para un jugador de su nivel). Pero el 10 de octubre Chris Smith se rompía. Una lesión en la rodilla que debía ser operada. Copeland tenía su oportunidad de ganarse un puesto. Era difícil, pero más difícil era que en su segundo partido de pretemporada con los Knicks Copeland anotara 21 puntos en 19 minutos a los Celtics. Y lo hizo. Y en su cuarto partido de pretemporada, de nuevo contra los Celtics, Copeland les endosó 34. La confianza rebosaba por momentos en un jugador que estaba probando la NBA y que nunca pasara de jugar en el Aalstar belga. Su gran pretemporada sorprendió a locos y extraños y desde luego, no pasó desapercibida en New York.

Por fin, New York

Mike Woodson, el entrenador jefe del equipo neoyorquino le llamó así al despacho al final de la pretemporada, el 25 de octubre de este pasado 2012, una semana antes de dar comienzo la temporada NBA. “Chris, como bien sabes, estamos realizando algunos cortes en el equipo…”. Esa frase enterraría a cualquiera que luchara lo que había luchado Copeland, si no fuera porque vino acompañada por una sonrisa para luego Mike Woodson soltar estas palabras: “No eres uno de los cortes. Felicidades. Estás dentro”. Chris Copeland lo había logrado. Su sueño NBA había sido conseguido. La semana siguiente, con las bajas por lesión que había en los Knicks, Copeland debutaba en la NBA. Era en su cancha, la del equipo al que vio cuando era niño, la de su equipo. El Madison Square Garden le esperaba. El público miraba con interés a ese chico desconocido que entrara el último al equipo. Él respondía del mismo modo, sorprendido ante la mirada de 30.000 espectadores y debutando contra LeBron y sus Heat. Un tiro fallado en dos minutos recordó al chico perdido que llegó a Compostela cinco años atrás, con el único cambio de su pelo rapado al uno por sus rastras en el debut con los Knicks.

NBA: New York Knicks at Boston Celtics

Copeland encara a Chris Wilcox, pívot de Boston Celtics

Pero para nada Copeland iba a ser el mismo que vimos en Galicia. Como cualquier rookie comenzó jugando poco, más en un equipo de los más fuertes de la NBA como New York Knicks y sólo el paso del tiempo y sus buenas actuaciones le fueron dando minutos. 29 puntos contra Houston en su primer partido con más de 20 minutos y 23 contra Sacramento en diciembre ya evidenciaban que el debutante llegaba para quedarse. Las lesiones de otros compañeros le daban minutos y él los aprovechaba. Así ocurrió al menos hasta febrero, donde con todos sanos Copeland pasó de nuevo al fondo del banquillo. Volvió a esperar su oportunidad y esta volvió en marzo. Jugó minutos y aportó puntos. En los ocho últimos partidos de la temporada, con Knicks ya clasificados para Playoffs, Copeland jugó sus mejores partidos. Sin presión y con minutos, anotó más de 12 puntos en sus ocho últimos encuentros, llegando a 32 y 33 en los dos finales de liga regular frente Atlanta y Charlotte.

Y el sueño se cumplió

Copeland acababa la liga regular con 15.4 minutos, 8.7 puntos, 2.1 rebotes y un 48% en tiros de campo con un 42% en triples. Apenas aparecía en la primera y sufrida ronda de los Knicks contra Boston, pero en segunda ronda Copeland se convirtió en la segunda arma (tras Carmelo) de la casi resurrección de los Knicks. Los de New York perdieron, pero Copeland mostró hasta en Playoffs que es un jugador NBA con fundamento. Importante. Chris Copeland. El mismo jugador que fue doblemente rechazado en España hace cinco años. O que hace cuatro no aguantaba una sesión de entrenamiento en Alemania. Ahora triunfa en Estados Unidos. Tiene encandilado al Madison Square Garden. Disfruta en uno de los campos más bellos del deporte y la suerte, al fin, le sonríe.

Copeland, a sus 29 años, se ganará su primer contrato garantizado en la NBA. Cobrará por primera vez la cifra de siete dígitos. Quizás 2, quizás 3. Pero hablamos de millones. Por fin podrá vivir del sueño que persiguió. Su hito no cambiará nada en el deporte, quizás a pocos le interesará, pero es el sueño de un chico neoyorquino convertido en historia. Al menos, su historia.

Fotos: gettyimages.com, zimbio.com, usatoday.com