Seis retratos de Sylvia Plath
1. Doble línea de sepulcros ásperos anuncia, con su canto de mácula y arrebato, el fin de la tarde, ya abolida. Sylvia, toda envuelta en adverbios de tristeza, recogía la ropa recién secada; supuso que era sábado eternamente al caer en la cuenta de que ninguno de sus molestos vecinos (unos cínicos juglares sin futuro) la había molestado con absurdas súplicas de préstamos carnales. Sylvia recogió la falda de las óperas, una hábil cerradura para eximios artistas, y la colocó con delicadeza sobre la colcha alba. Sobre ella hacinó luego chales, polisones de nenita taciturna, recatadas camisas de señora, sobria lencería de anciana. Contempló de improviso esta ridícula cronología, esa inesperada evolución indumentaria: nenita-señora-anciana en el canon de la estética occidental. ¿Juzgará alguien la edad por la vestimenta? Pero en el juego de los roles, demasiados mecanismos regulan la partida; Sylvia, a sus 5 años de petirrojo abandonado, jugó por primera vez con el perfume de nardos de su madre, y anheló ser adulta para que el aroma indefectible de esa madurez embotellada fuese una constante, una realidad viva para admirar y ser admirada; a los 11 el perfume apestaba a hedor de morgue, y en un banco del parque, bajo el embrujo sombrío de olmo otoñal, confirmaron las hojas de hierba la punzante herencia de Eva; a los 30, mitad del camino dantesco, el perfume era un ilusorio cúmulo de sensaciones que endulzaban, con su fuerte carga de paso, el fracaso de un presente ahora marchito. Un lento reflejo en el azogue reveló un aspecto mohíno, cansado y tétrico; el rostro de Sylvia vence el firme desprecio del aire, alberga el tenue resplandor que se filtra de las primeras farolas de la alborada, ensaya expresiones de ecuanimidad y empatía forzadas. Y por dentro, la intempestiva inclemencia del inconformismo.
2. Estoy dentro. Dentro de su abanico de delias, como una navaja que busca herir, haciendo un alto en su remanso ígneo. Voy abriéndome paso a cada golpe de cadera, incapaz de formular palabra lógica a pesar de que la tonsura de su piel ya no tiene nada que ocultar. No quedan escondites para que ninguno de los dos se lacere; Sherry Plath permanece alienada, incomunicada, con el silencio que se concede a lo desconocido… De pronto una brizna descastada de tormenta reiteró su presencia en el patio de luces. La vibración de los jarrones y los marcos vacíos evidenciaba la trémula vulnerabilidad de mi hogar. Tiene los ojos firmemente cerrados, y sin embargo está firme, rígida y fría como una barra de hielo. Sin embargo, poco a poco da señales de vida; parece que emerja de una pesada helada, tan pálida está, y abre los ojos lentamente como despertando de un profundo sueño. Inicia un recital de entrecortados, efímeros, sacros suspiros que se apoderan de la habitación helada. Soy un extraño en esta gruta. Soy un explorador, un pionero, y ella lo sabe. Cómo olvidar conocerte, Sherry; cómo olvidar las hebras de ocaso que retenías entre los dedos mientras leías a Yeats, o a Dickinson, o a Eliot; cómo olvidar el carácter de acero o de mercurio, la piel de luna insólita, la mirada de pérfida adivina… Le cojo la mano mientras ella suspira con esfuerzo de inmortal; solamente nos ajamos, me imagino, solamente nos hacemos más humanos y menos dioses…Al cabo de un tiempo que me parece eterno, su mano se desmaya, y yo me desmayo, me vacío con ella con un último estertor de aliento. Te aseguro que no hay nada más cálido que Sherry, la intelectual, la rebelde, curioseando entre tus ojos con sus ojos de oropéndola itinerante. Voy dibujando con el dedo su silueta, serpenteando como la víbora del pecado original por su horizonte. Llegado al vértice donde se da abrigo al delta, hundo los dedos en busca del suspiro postrero. Al sacarlos, es la sangre la que los mancha como en tristeza. Queda confirmado que hasta las diosas tiene un grado íntimo de humanidad.
3. -Sylvia, ¿qué haces levantada a estas horas?
-Mirar la luna; está tremendamente llena, como si fuese un faro para los astros.
-Anda, vuelve a la cama; estás muy cansada, y el sueño te sentará bien…
-¿Para qué voy a volver a la cama con un canalla como tú? ¿Para engañarme con tu idea, para languidecer con tus mentiras, o para ver cómo te vas hundiendo poco a poco en la bebida como un náufrago alcohólico?
-Sylvia, por favor…
-¡No me vengas ahora con ésas! ¿Te crees que soy una esclava sumisa, sin juicio ni criterio? ¿Dónde ha ido a parar tu espíritu poético, dónde el sueño que creabas en tu voz? ¡Un cobarde, eso es lo que eres! ¡Un cobarde y un mentiroso! ¿Te crees que no sé que me engañas? ¿Te crees que no soy consciente de esas mujeres que engatusas con tu falsedad?
-¡Basta, Sylvia! ¡Llevas demasiado tiempo sin dormir, no sabes lo que dices!
-¡Oh, lo sé perfectamente, Ted!
(Sylvia muestra una pila de papeles que ha hacinado sobre el diván de la sala . Se adivina su letra nítida, su pulso certero, en cada folio)
-Éstas son todas las cartas de amor que nos hemos escrito. El epistolario de nuestra alma al desnudo, la confesión del sentimiento que nos hemos profesado durante todos estos años. Fíjate lo que opino de ello.
(Sylvia saca una caja de cerillas del bolsillo de su blusa, y encendiéndona una de ellas la arroja a la pila de hojas. La pila comienza a arder gravemente)
-¡Esto es nuestro amor, Ted, una pira funeraria!
-¿Pero qué haces, Sylvia?
(Ted va hacia la cocina y llena rápido un vaso de agua, que vacía sobre el fuego, apagando las tímidas cenizas que brotaban de entre la tinta. De repente, un llanto tremendo, como un grito de socorro, ensordece toda la casa. Sylvia gira la cabeza, sobrecogida en amor materno )
-¡Ya voy, Frieda!
(Antes de irse, se acerca lentamente al oído de su marido para susurrarle)
-Tengo suerte de tenerla; ella es la única luz que da vida a tanta oscuridad, a toda la penumbra en la que sobrevivimos.
(Y diciendo esto abandonó la sala envuelta en misterio).
4. Sylvia Plath no nació mujer, porque diversos teólogos han decretado que los ángeles no tienen sexo. Aprendió a cultivar el género femenino por mera imposición social, que la forzaban a buscar marido y a aprender a barrer, coser, fregar. Pero el hastío deprimente de una casa es consuelo demasiado pobre para un ángel; Sylvia siempre quiso ser más que una presidiaria doméstica, una rea de pasión incondicional. Su instinto acelerado y su ambición irrefrenable la sumieron en la próspera voluntad de devolvernos el cielo del que venía a través de poemas, cuadros, cartas… Sylvia sorteó entre los barrotes de la sociedad como un río ante el que la única solución era hundirse noblemente. La tragedia de su género la condenaba sin censuras a un rol secundario, una postura servil; qué cruel verse sometida a designios ajenos, como un pedazo de carne maleable… Forcejeó con su institución y con su integridad; huir de la vida fugazmente, por ser ésta una triste recompensa para tanto sufrimiento, resultó ser un deseo recurrente para recuperar la felicidad. El deseo falaz de enamorarse nutrió una esperanza delicada; tal era la magnitud que albergaba, que quisieron cortarle lenta y malévolamente las alas para que su vuelo no instigase a otras criaturas: vieron su deseo cumplido cuando Sylvia alcanzó la perfección en su horno, donde quedaron odas, milagros, años de nostalgia.
5. Solterona (Sylvia, en carne viva)
Esta chica de quien hablamos
en un paseo de abril ceremonioso
con su último pretendiente
súbitamente se asombró muchísimo
del charlar de los pájaros
y las hojas caídas.
Así, afligida, ella
vio que los ademanes de su amante
agitaban el aire y se irritó
entre el caos de flores y de helechos
acres. Juzgó los pétalos
confusos, la estación ajada.
¡Cómo deseó el invierno!
Austeramente, en orden minucioso
de blanco y negro
de hielo y roca, todo deslindado,
de corazón a fría disciplina
sometió, exacto cual copo de nieve.
Pero he aquí: un capullo
de sus cinco sentidos de gran dama
una grosera confusión deduce:
traición intolerable. Que el idiota
se rinda al caos de la primavera:
prefirió retirarse.
Y rodeó su casa
de alambradas y muros impasables
contra el tiempo rebelde
tanto que nadie lo rompiera
con maldiciones, puños, amenazas,
ni con amor tampoco.
6. te juro que no me quedan motivos para vivir ni el aire desmedido que exhalan mis pulmones ni la incómoda marea que aviene tras la madrugada voy a hacerlo mamá te juro que las horas negras confirmarán la desnudez de mi cuerpo y de mi alma porque es el destino de todas las rosas que osan desafiar al cielo con su rostro rubicundo no puedo con la carga de la existencia y a veces me descubro apretando los puños como estrangulando la primavera otra vez en abril y sólo quiero la libertad que se concede a los hombres por qué por qué ellos pueden trasnochar en las tabernas y expiarse con bravuconadas pueriles y yo soporto este papel de disciplina de mobiliario pero mañana el mundo me verá como a Dios o como a una conciencia generalizada soy mujer y no un vidrio o una escupidera y cuando me vaya serán todos conscientes de mi ausencia cuando me vaya envejeceréis como el invierno cuando perfila sus llagas en las estatuas ecuestres y me encontrareis en este sótano porque Warren sólo es un puñado de ademanes hipócritas y pronto ya veréis pronto todas estas pastillas os darán cuenta de que fui Sylvia porque me forzásteis a serlo aunque el futuro era como una higuera donde cualquier rama era un mañana carente de previsión y sin embargo me hacéis sentirme dentro de una campana de cristal o de mimbre o de caoba que levanta el devenir de mi mirada pero esto no durará cuando me complete ojalá entonces comprendais que me obligáis y ni siquiera yo puedo hacer nada no puedo escribirlo las palabras se me escapan como las aguas de un río imposible y oh noto que desfallezco no me encuentro bien me hago más y más crepúsculo y vendrán los diarios y dirán la joven de Smith estaba inconsciente sí dirán el cadáver de la joven ya no tenía lágrimas para llorar porque ése fue su último acto de amor.